Atlas de la pandemia:el poder estatal chino aplasta al virus

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Atlas de la pandemia:el poder estatal chino aplasta al virus
En esta foto distribuida por la agencia de noticias de China, Xinhua, médicos militares llegan al Aeropuerto Internacional Tianhe, en Wuhan, en la provincia central china de Hubei, el 13 de febrero de 2020, en momentos en que el país movilizaba recursos militares para ayudar en el combate a la pandemia del COVID-19. (Li Yun/Xinhua vía AP)

BEIJING (AP) — Los trabajadores han regresado a las fábricas y oficinas, los estudiantes están de vuelta en las aulas, y una vez más se forman largas filas fuera de populares restaurantes. En las ciudades, usar un cubrebocas quirúrgico se ha convertido en hábito, aunque ya no es obligatorio, excepto en el metro y otros lugares concurridos.

En muchos sentidos, la vida normal se ha reanudado en China, el país donde apareció el COVID-19 por primera vez hace un año.

“Parece que la vida se ha recuperado”, dijo el cinéfilo Meng Xiangyu, cuando las salas de cine reabrieron en Beijing al 30% de capacidad después de cerrar durante seis meses. “Todo se siente fresco”.

El gobernante Partido Comunista de China ha replegado algunos de los controles más radicales contra enfermedades jamás impuestos, pero permanece en guardia contra los casos entre personas que llegan del extranjero. Las autoridades de sanidad reportan alrededor de una docena de casos importados cada día.

El desafío es el empleo: la economía crece nuevamente, pero la recuperación es desigual. Muchos de los grandes fabricantes han vuelto a la normalidad, pero el gasto de los consumidores se mantiene tibio y empresas más pequeñas se contraen o cierran.

A mediados de diciembre, el país había reportado sólo seis casos por cada 100.000 habitantes.

Persisten las preguntas sobre cómo el Partido Comunista inicialmente trató de encubrir el brote y si fue mayor de lo que el gobierno ha reconocido. El confinamiento llegó demasiado tarde para prevenir que la enfermedad, entonces sin nombre, asolara a la ciudad de Wuhan y se extendiera al resto de China y al extranjero.

Pero desde marzo, cuando el COVID-19 fue controlado en gran medida localmente, las autoridades se han movido rápidamente para acabar con cualquier reaparición: cierran vecindarios y realizan pruebas generalizadas.

“El que fue el lugar más peligroso es ahora el más seguro de todos”, dijo Chen Jin, quien vende brochetas de barbacoa en un mercado nocturno al aire libre en Wuhan. Su negocio no se ha recuperado, pero espera ver más clientes en 2021.

La vida ha cambiado. Prácticamente todos tienen una aplicación para teléfonos inteligentes que indica si han estado en una zona infectada. Debe ser mostrada para entrar a muchos edificios de oficinas, centros comerciales y sitios turísticos. Las atracciones limitan el número de visitantes diarios y requieren que compren boletos en línea con anticipación.

Sin embargo, con cada día que pasa, esas restricciones parecen no ser impuestas de manera tan estricta. Las personas aún son cautelosas —algunos todavía utilizan un pañuelo desechable o guante para evitar tocar los botones de los ascensores—, pero el miedo generalizado se ha evaporado en gran medida.

Las multitudes abarrotaron los destinos populares con poca o ninguna distancia física durante las últimas festividades, en octubre, y los viajes domésticos se recuperaron al 80% del año anterior.

Para algunos, sin embargo, es imposible deshacerse de un malestar recién descubierto. Zhu Tao, nativo de Wuhan, solía pensar sobre su futuro y el de su país. “Ahora no nos importa nada más que ver cómo sobrevivirá este año nuestra familia, nosotros tres”, dijo.

En los primeros días, las autoridades silenciaron las advertencias sobre el brote, y reprimieron a varios médicos de Wuhan a fines de diciembre por “propagar rumores” cuando alertaron a sus amigos en las redes sociales. Retrasaron la divulgación de información sobre el virus, incluso cuando cientos de pacientes se presentaron en los hospitales y los peligros potenciales se hicieron cada vez más evidentes.

Una vez que los líderes del Partido Comunista se movilizaron, actuaron con decisión. El anuncio del confinamiento del 23 de enero se produjo durante la noche, y como ocurre con frecuencia en China, sin advertencia ni debate público. Nadie podía entrar y nadie podía salir de la ciudad de Wuhan, donde viven 11 millones de personas. En los días siguientes, se expandió a casi todo el resto de la provincia de Hubei.

A medida que los hospitales de Wuhan se desbordaron, los pacientes con síntomas leves fueron enviados a casa, donde infectaron a otros. La policía detuvo a periodistas ciudadanos que publicaban en línea informes en video donde detallaban las terribles condiciones. Los medios estatales se enfocaron en los heroicos esfuerzos para salvar a la gente, pero no en las deficiencias que hicieron necesarios esos esfuerzos.

El Partido Comunista ha mantenido su éxito relativo para controlar la pandemia como validación de su gobierno de partido único.

Y, en cierto sentido, la crisis ilustra la fuerza del sistema y su lado oscuro.

El virus ha sido mantenido a raya, pero sólo por el poder del gobierno de dictar cambios monumentales y su disposición para usar la vigilancia y la censura para controlar a la gente.

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Contribuyeron con esta nota la videoperiodista de The Associated Press, Emily Wang, y la productora de video, Olivia Zhang.

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