La otra cara de la pandemia: Los trastornos mentales
ROUEN, Francia (AP) — Una joven de 22 años presa del pánico es llevada a la sala de consultas número dos. Detrás suyo se cierran las pesadas puertas dobles del pabellón psiquiátrico para emergencias, que solo el personal puede abrir, usando llaves.
Golpeando nerviosamente el piso con sus zapatillas blancas, le cuenta a la psiquiatra de turno cómo la soledad motivada por el confinamiento asociado con el coronavirus y la imposibilidad de encontrar trabajo le generan todo tipo de ansiedades. La asusta la idea de que está empezando a obsesionarse con cuchillos, temerosa de sufrir una crisis psicológica.
“El encierro, no tiene sentido negarlo, me preocupa”, dijo la joven mujer a la psiquiatra Irene Facello.
“Quiero que se aseguren”, agrega, “de que no me vuelvo loca”.
Millones de personas se han visto obligadas a encerrarse nuevamente en sus casas, alejadas de sus familias y amigos, cerrando los negocios en los que invirtieron dinero y esfuerzo, sin poder frecuentar las clases universitarias que distraían sus mentes ni ir a los locales nocturnos donde socializaban. Francia está recurriendo otra vez a estas medidas para contener un nuevo brote del coronavirus, que ya causó 52.000 muertes en el país.
El costo en la salud mental de la gente es alto. Si bien baja la cantidad de pacientes del COVID-19 en las unidades de cuidados intensivos, los psiquiatras enfrentan una ola de trastornos psicológicos. Las autoridades sanitarias dicen que aumentan los casos de depresión, sobre todo entre las personas que se quedaron sin trabajo, las que enfrentan problemas económicos y los adultos jóvenes.
El Hospital Rouvray de Rouen es uno de los sitios donde los psiquiatras se han incorporado a la primera línea de fuego en la batalla contra los trastornos psicológicos causados por la pandemia. Periodistas de la Associated Press pasaron diez horas en la enorme instalación de 535 camas un día después de que el presidente francés Emmanuel Macron delinease un plan que contempla un levantamiento paulatino de las restricciones que se completará a mediados de enero.
En la unidad de emergencias psiquiátricas, cuando Facello envía a la mujer de 22 años a su casa con una receta de una medicina para combatir la ansiedad y una cita para dentro de dos semanas, los portones del pabellón se abren una vez más.
Entra otra mujer joven, de 25 años, estudiante de lingüística. La envían a la sala de consultas uno, donde se sienta silenciosa al caer la noche.
Una pizarra con detalles de los pacientes y abreviaturas de sus trastornos, indica que a lo largo de la última semana sufrió de IDS (ideas suicidas) e IMV (pensó en la ingestión voluntaria de medicinas).
La jefa del pabellón psiquiátrico, Sandrine Elias, le arranca cuidadosamente su historia. La estudiante le cuenta que el confinamiento la dejó totalmente sola, con las clases suspendidas.
Ese no es su único problema. Elias descubre que la mujer tuvo una adolescencia problemática, con intentos de suicidio. El aislamiento de la pandemia no hace sino agravar sus penurias. Con voz apenas audible, le dice a Elias que la pandemia “hace que nos enfrentemos con nosotros mismos”.
“Soy una persona casera, pero este encierro total es muy duro”, expresó.
Elias decide que hay que hospitalizarla. Descanso supervisado y medicinas, dispone la psiquiatra.
“Necesitas un entorno, que te cuiden. Sola, en un departamento de un ambiente, eso no es posible”, dice Elias. “Hiciste bien en venir aquí”.
No todas las personas que buscan ayuda tienen un historial de trastornos psiquiátricos. Los especialistas dicen que los confinamientos y los toques de queda desestabilizaron también a personas que, en tiempos menos problemáticos, hubiesen salido adelante hablando con sus familiares y amigos, sin necesidad de acudir a hospitales psiquiátricos.
“Estar solo entre cuatro paredes es terrible”, dijo Elias. “Una interrupción tan brutal de la vida afecta a la gente. No es nada bueno”.
Nathan, un estudiante de 22 años, pasó por el pabellón siquiátrico de emergencias dos días atrás. Los registros indican que llegó a las 5.20 de la tarde y que fue admitido.
Le dijo al psiquiatra Olivier Guillin que sentía que su “moral decaía rápidamente, que estaba llegando al límite, con pensamientos suicidas”.
Hacía rato que venía sintiéndose mal y ahora este nuevo confinamiento, y la universidad cerrada, ofreciendo clases virtuales. Decidió no permanecer solo en su habitación y se fue con sus padres en Rouen, alejado de sus amigos y alarmado por su futuro.
“El primer confinamiento no me afectó mucho”, afirmó. “Pero el segundo me destrozó”.
“Estar encerrado de nuevo, en un espacio reducido, sin poder ver a mis amigos tan seguido... Eso me hizo mal”, manifestó.
Guillin dice que todavía se lamenta la muerte de una paciente que se suicidó durante el primer confinamiento, 48 horas después de una visita al hospital. Fue con un barbijo que impidió apreciar su estado, según el psiquiatra.
“Era una señora muy expresiva y, al tener el tapabocas, no pude evaluar correctamente su estado”, indicó. “Tal vez, sin el barbijo, hubiera podido ver algo y tomar medidas”.