En México La Muerte Es Tan Dulce, Que Se Come
Si hay algo que chicos y grandes esperamos impacientes cuando se acerca el día de muertos es saborear las maravillosas calaveritas de dulce. Ya sean del típico alfeñique, de amaranto o chocolate, son devoradas con gusto, en cuanto se levanta el altar de muertos con el que honra a los fieles difuntos.
Su origen se remonta a las culturas de Mesoamérica, para las cuales la muerte solamente era el fin de una primera etapa. Por esta razón, conservaban los cráneos para utilizarlos en diferentes rituales y creencias.
Pero también tienen un origen un poco más sombrío y hasta terrorífico: el Tzonpantli. Era un muro elaborado con estacas de madera en el que se colocaban los cráneos de mujeres, hombres y niños, para honrar a los dioses. También incluían los de aquellos enemigos derrotados en batallas a modo de trofeos. De ahí que las calaveras de chocolate los representen más.
Con la llegada de los españoles y en especial de los evangelizadores, se trató de erradicar esta costumbre tan macabra. Para ellos representaba las reliquias de los muertos, es decir los restos de los santos, expuestos en las iglesias y catedrales. Por lo anterior, tienen cierta similitud con los "huesos de muertos"
Pero al no tener mucho éxito que digamos, decidieron sustituirla con elementos traídos de viejo continente como es el azúcar, ya que solamente se utilizaba el piloncillo. Así, se empezaron a elaborar las famosas calaveritas de alfeñique.
El alfeñique es una pasta de azúcar, clara de huevo, una planta llamada "chautle" una sustancia aglutinante, cormo o seudobulbo de una orquídea de tierra y jugo de limón, que generalmente no lleva ningún tipo de colorante. El procedimiento se denomina "vaciado". El azúcar se disuelve en agua y se deja hervir por una media hora hasta que espese, agregándole un poco de limón.
Los artesanos, basándose en su experiencia saben exactamente cuando la mezcla está "a punto de miel" y cuando ha llegado al punto de "espumada", es decir, cuando hay que batirla vigorosamente hasta lograr que se cristalice.
Se forran moldes de madera, barro o cobre, con esta pasta y permite que se sequen, hasta estar firmes. Antes de que cuajen, se voltean rápidamente para que el exceso de miel escurra y así, queden huecas. Se cree que esta técnica es árabe, adoptada por los españoles después de tantos años de dominación y traída a México, después de la conquista. Hay regiones del país que le ponen su toque único, como la miel de Oaxaca o los cacahuates de Puebla.
Una vez que están secas, se desmoldan, se decoran con papel metálico y literalmente se pintan con una mezcla de betún, hecho de clara de huevo, limón y azúcar glass y colorantes vegetales, para literalmente traerlas a la vida con su colorido. Una variedad que se ha puesto de moda y nos enorgullece mucho son las calaveras elaboradas de amaranto o chocolate, regalos de México al mundo.
Algo que sin duda es único es que sobre el papel metálico que cubre la frente de cada una de las calaveritas, se escribe con el mismo betún con el que se las ha decorado, el nombre o el apodo de a quién se dedican tan especiales golosinas.
Aunque este detalle es muy apreciado por los mexicanos, suele llegar a ser algo sumamente impresionante para extranjeros, sobre todo de Europa, de países como Alemania, Holanda o Inglaterra, pues no es fácil ver su nombre en una calavera casi real, después de los antecedentes de las crudas guerras que les ha tocado vivir.
Los estados de la república que ostentan el título de hacer las mejores son Puebla, Guanajuato, Oaxaca, Estado de México y Michoacán. Es en Toluca donde cada año, se muestran las más representativas y bellas en un festival dedicado a ellas y que se organiza desde el 15 de octubre al 2 de noviembre.
Desde luego que las más pequeñas con las más populares, pero las hay de diversos tamaños y decorados, dependiendo del gusto de cada quien. Algunos suelen decir que dependiendo del tamaño de la calavera, es el cariño que se tiene por el difunto. Y entre más decorada esté, más respeto se tenía por los que ya no están con nosotros.
Una tradición que perduró por muchos años fue ver a los niños por las calles de México, pidiendo "para su calavera". Se trataba de recolectar dinero entre desconocidos, para poder comprar estos maravillosos dulces. Dependiendo del tamaño que se quería, había que juntar para "la de 10 centavos, "la de 20" o ya de plano tratar de comprar "la de 30" que se disfrutaba por varios días, siempre y cuando la panza nos dejara hacerlo.
Cada año, el Día de Muertos nos brinda la oportunidad de disfrutar las calaveritas, evocar a nuestros muertos y sobre todo, entender que la vida nos permite llegar a lo inevitable de una manera, dulce y festiva: nuestra propia muerte.