El otro EEUU: Sin COVID-19 y con mucha desconfianza
BUCHTEL, Ohio, EE.UU. (AP) — Agua helada cae incesantemente a un abrevadero de cemento desde tres tuberías que vienen de una colina en las afueras de la ciudad.
La gente frecuenta este sitio desde hace al menos un siglo, cuando traían caballos a tomar agua y los trabajadores de las minas se detenían para limpiarse un poco. La gente sigue viniendo porque piensa que el agua es más saludable, o hace que el café sea más rico. Tal vez porque les cortaron el suministro de agua por falta de pago o simplemente por costumbre.
Tarah Nogrady llena algunos bidones de agua para llevar a su casa, sin lucir tapabocas. Pocos llevan barbijos por aquí. Nogrady duda que el coronavirus sea una amenaza real. “Es como una gripe”, afirma.
Esa es una creencia muy difundida en los pueblos al pie de los Apalaches, en el sudeste de Ohio, donde la pandemia casi no se ha sentido. Las muertes por el COVID-19 y las manifestaciones en contra de las injusticias raciales que marcaron el 2020 son algo distante, imágenes que ven por televisión de un país con el que ellos casi no tienen contacto.
Muchos sienten como si esas imágenes viniesen de otro país y les generan suspicacias, enojo y a veces teorías conspirativas. El resultado de esto es que en momentos en que la nación está muy dividida y una crisis sigue a otra, la sensación de asilamiento de este rincón de Ohio es más fuerte que nunca.
Es fácil restar importancia el COVID-19 en estos condados rurales poco poblados, muchos de los cuales cuentan sus muertos por el COVID-19 con los dedos de una mano. Los políticos locales dicen que incluso esas cifras ínfimas pueden estar infladas.
Numerosos vecinos de Nogrady creen que la pandemia está siendo usada por los demócratas para debilitar al presidente Donald Trump en las elecciones del 3 de noviembre. Algunos tienen otras teorías más osadas: Las órdenes de usar tapabocas son parte de un complot para controlar a la población y una vacuna contra el coronavirus bien podría ser una herramienta del gobierno para controlar a la gente.
“Quieren privarnos de nuestras libertades”, dice Nogrady, con una gorra de béisbol con la visera para atrás. “Creo que el gobierno quiere colocarnos a todos microchips”.
Esta región de Ohio fue la primera escala que hizo un equipo de la Associated Press que está recorriendo el país para analizar la perspectiva de sus habitantes de cara a las elecciones más divisivas en décadas.
Ohio es el sitio donde el presidente Lyndon Johnson habló por primera vez de la Gran Sociedad hace décadas, aludiendo al esfuerzo gubernamental para reformular el país más audaz desde la Segunda Guerra Mundial. Cuando Johnson pronunció su discurso en 1964 en la Universidad de Ohio, esta región era una de las más demócratas del país.
“Hay que abolir la pobreza humana”, proclamó Johnson, anticipando una lluvia de programas federales que incluyeron un seguro médico para los jubilados (Medicare), leyes para proteger el medio ambiente e iniciativas para promover la igualdad ante la ley.
Por entonces estas colinas estaban llenas de minas de carbón cerradas, de niños malnutridos y de casas sin cañerías. El discurso fue muy aplaudido. Le gente tenía fe en que todo iba a ser mejor.
Ya no la tiene.
A excepción tal vez de los residentes del condado de Athens, donde la universidad genera un electorado más liberal. El resto del condado es firmemente republicano. La gente que hace una generación creyó en las promesas de cambio ahora desconfía de Washington y siente que está librada a su suerte.
La idea de que Washington puede resolver todos los problemas es vista como una blasfemia.
“¡Es imposible!”, afirma Phil Stevens. “¡Ridículo!”.
Stevens, de 56 años, tiene un pequeño taller mecánico que también vende autos usados en un estrecho valle donde su familia vive desde hace generaciones. Habla del malestar y el descreimiento de la gente en estas colinas, de la desconfianza en el gobierno, de amigos que compran armas y municiones. Un antiguo demócrata, hoy sostiene que el partido está lleno de extremistas de izquierda que ni siquiera defienden a la policía que reprime disturbios.
“Me temo que nuestro país puede colapsar pronto”, expresó. “La gente ya no aguanta más”.
El panorama político del sudeste de Ohio empezó a cambiar hace varias décadas. Pero en el 2016 condados dominados por los demócratas viraron bruscamente hacia la derecha, igual que tantas otras regiones de clase obrera que ayudaron a Trump a llegar a la Casa Blanca.
Trump era un candidato único, como nunca habían visto. Era el candidato perfecto para una región que no solo no espera nada del gobierno, sino que desconfía de él profundamente. En muchos condados Trump sacó más del doble de votos que Hillary Clinton.
Si bien casi no hay muertes por el coronavirus, el impacto económico de la pandemia se siente con fuerza. El desempleo llegó al 18% y si bien bajó, casi todos los condados de la zona están peor que hace un año.
Todos los sectores sienten la crisis, desde los negocios de autos usados hasta las barberías y las granjas orgánicas. Stevens dice que su negocio se contrajo un 30%, si no más.
Igual que tantos otros, Stevens trata de entender el caos del 2020.
“Tu estás en lo tuyo, atendiendo tus negocios, y de repente todo empieza a desmoronarse a tu alrededor”, comentó, sacudiendo la cabeza. Solo Dios sabe cuando las cosas se normalizarán, agrega. “Y a veces pienso que Él también se rasca la cabeza al ver toda esta locura”.