Lucha contra las injusticias raciales: Nace una militante
LOUISVILLE, Kentucky, EE.UU. (AP) — Amber Brown se montó en el autobús que conduce y cumplió su turno de ocho horas. Estaba cansada, pero sabía que no podía volver a su casa.
Se dirigió a la “Plaza de las Injusticias”, un parque de una cuadra que hasta hace poco era un sitio como tantos pero que hoy es el epicentro del clamor por la muerte de Breonna Taylor, una empleada de un servicio médico de emergencias de 26 años que falleció baleada por la policía en su propia casa en medio de la noche.
“Allí es donde tengo que estar”, dijo Brown, parte de un grupo que realiza vigilias desde hace tres meses, desde mucho antes de que el nombre de Taylor fuese un grito de batalla a nivel nacional. “Este es mi momento, este es mi espacio”.
Esta gente está aquí desde antes de que Oprah colocase carteles en toda la ciudad, desde antes de que Taylor saliese en la tapa de la revista Vanity Fair, desde antes de que celebridades de todo el mundo mencionasen su nombre.
Llegaron hace varios meses para unirse a las decenas de miles de personas que salieron a las calles en todo el país para pedir justicia para Taylor y George Floyd, cuya muerte asfixiado por un policía de Minneapolis que le apoyó una rodilla en el cuello fue filmada y conmovió al mundo. No se conocían, eran un rostro más en la multitud. No sabían que su devoción por la causa los hermanaría pronto.
Las manifestaciones se fueron diluyendo, hasta que quedaron unas 50 personas que siguen viniendo a la plaza día tras día. Conductores de autobuses, pastores, empleados de tiendas de comestibles, jubilados. Les han tirado gases lacrimógenos y balines de pimienta. Presenciaron un asesinato. Recibieron amenazas de muerte.
Algunos se despiertan en medio de la noche con pesadillas. Brown rara vez deja el revólver que lleva en la cintura. Pero siguen presentándose todos los días porque este movimiento les ha dado un sentido de comunidad y una razón de ser como nunca habían tenido.
Brown instaló una mesa con refrescos y desinfectante de manos. Saludó a un individuo que empezó a ir un día y desde entonces saca la basura y limpia la plaza a diario. También a una mujer que cultiva tomates cerca de un sitio donde se hizo un homenaje a Taylor.
Brown jamás pensó que sería un referente de un movimiento de protesta. Su única ambición era manejar un autobús 30 años, mantener la cabeza baja y jubilarse con una pensión. Ahora algunos le dicen “la madre del parque” porque trata de resolver los problemas de todos y les llama la atención cuando hacen algo indebido.
Las manifestaciones de Louisville, igual que las de muchas otras ciudades, incluyeron actos de violencia durante varios días al principio. Pero desde hace meses la ocupación de la plaza ha sido mayormente pacífica, con pequeños desmanes ocasionales.
En los alrededores de la plaza hay ventanas cubiertas con tablas y hay quienes ven a estos manifestantes como agitadores que quieren destruir la ciudad.
Brown dice que el temor que inspiran esas maderas le da fuerzas. Los manifestantes están en condiciones de tener el corazón de la ciudad en vilo hasta que consigan lo que quieren. Y lo que ella quiere ahora es mucho más grande que cuando empezó todo.
El objetivo inicial era que se juzgase a los policías que mataron a Taylor. De haber sucedido eso, probablemente se hubiesen regresado a casa, dijo Brown. Pero han pasado meses y siguen investigando, sin que se hayan formulado cargos. Y ellos permanecen aquí.
Los manifestantes tienen ahora una causa más amplia, indicó Brown. Ya no se conforman con justicia para Taylor. Quieren desmantelar el sistema policial que ha causado la muerte de tantos afroamericanos. Que buena parte del presupuesto de la policía sea usado para programas de prevención de delitos, tratamiento de adicciones, salud mental y alojamiento.
Brown no ve a su familia biológica desde hace meses. Tiene dos sobrinos que adora, pero sabe que se expone al coronavirus en la plaza y no quiere contagiar a nadie. Dice que el sacrificio se justifica. Sus sobrinos son niños que algún día serán adultos, hombres de raza negra, y quiere asegurarse de que no correrán peligro.
Brown pasó parte de su infancia en un hogar de tránsito. La experiencia la traumatizó y le cuesta relacionarse con la gente.
Pero los últimos sucesos la cambiaron. Las cosas por las que pasó generan relaciones más profundas, no superficiales, como las que estaba acostumbrada.
El 27 de junio, un individuo hizo disparos en la plaza. Tyler Gerth, un fotógrafo de 27 años muy querido por los manifestantes, recibió un balazo y falleció. El hombre que hizo los disparos frecuentaba la plaza, pero lo habían echado por su comportamiento y porque temían que tuviese trastornos mentales. Regresó y empezó a los tiros.
Brown se arrojó encima de otros manifestantes para protegerlos de las balas.
Millicent Cahoon, una terapeuta, se comunicó con su red de contactos y se presentaron varios consejeros en la plaza. Desde entonces decenas de manifestantes van allí a hablar de traumas asociados con el movimiento de protesta y la firme respuesta policial. Cuenta que la gente tiene pesadillas. No se puede concentrar, se distancia de familiares y amigos y piensa todo el tiempo en las cosas que ha presenciado.
Brown instaló un cuadro en blanco y negro de Taylor. Dice que la mujer se ve hermosa en él.
Taylor es parte de esta comunidad.
Brown trata de no pensar demasiado en la vida que pudo haber hecho. Es demasiado sobrecogedor.
“¿Por qué tuvo que morir?”, preguntó. “Todos estos problemas existían antes de que Breonna Taylor falleciese. ¿Por qué no pudo ser parte de este movimiento estando viva? En lugar del nombre que todos coreamos”.
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Claire Galofaro está en Twitter en @clairegalofaro.