Laico venezolano ora por los muertos en cementerio de Perú
LIMA (AP) — Con una túnica blanca y su calzado desgastado por el polvo, el laico consagrado venezolano Ronald Marín es el único que realiza los responsos en un cementerio alejado del centro capitalino.
En tiempos que los contagios por el nuevo coronavirus se suman por miles y las autoridades calculan que más de la cuarta parte de la capital de Perú estaría infectada, Marín es uno de los escasos religiosos católicos que permanecen en los camposantos junto a los dolientes.
“Lo que hacemos es intentar que la gente encuentre la esperanza”, dijo el hombre que hasta 2018 era maestro de escuela, administraba el comedor de una parroquia en la ciudad venezolana de Guacara, visitaba a enfermos y asumió los votos de castidad, pobreza y obediencia.
Las iglesias católicas en Perú cerraron sus templos para evitar contagios y las misas por internet se multiplicaron, pero un puñado de religiosos, entre ellos Marín, creen que su deber consiste en orar con los enfermos, brindar apoyo en los cementerios y rezar junto a familiares de las víctimas.
Otros decidieron organizar ollas comunitarias para brindar comida a miles de desempleados y dirigen campañas para recolectar alimentos y también oxígeno para los enfermos.
La Conferencia Episcopal Peruana anunció a inicios de julio en un comunicado que los obispos decidirán las fechas desde las cuales abrirán los templos pero con un aforo reducido.
Perú tiene el más alto índice de muertes por millón de América, por encima de Chile, Estados Unidos, Brasil y México. El gobierno busca aclarar la cifra mortal por el virus, que superaría los 46.000.
El laico de 30 años carga una mochila con un libro de hojas gastadas llamado Ritual de las Exequias, una cruz y un aspersorio de cobre con el que rocía agua bendita a la urna al finalizar la última oración para los difuntos en un cementerio que parece una ciudad en miniatura fundada entre dos colinas desérticas.
En sus reflexiones, poco antes que los féretros envueltos con plástico transparente sean inhumados, el laico cita a Job en medio de las calamidades que vivió, a Ezequiel caminando por un valle de huesos secos y a Tobías escuchando los consejos de su padre sobre cómo enterrarlo.
Juan Bytton, profesor de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Perú afirma que Juan Pablo II creó la condición de laico consagrado. “No pertenecen a una orden religiosa, no son sacerdotes ni monjes”, explicó. “Santa Rosa de Lima fue laica”, dijo el experto.
Marín, licenciado en educación con mención en Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo, llega antes del mediodía y se marcha en la noche cuando el cementerio “Mártires del 19 de julio”, con más de medio siglo de existencia, se vacía de vivos y sólo quedan los muertos.
Si no está con los fallecidos, recorre las barriadas de los alrededores donde desde 2018 ha enseñado el catecismo en jornadas a casi un centenar de hijos e hijas de albañiles, floristas y vendedores de dulces para que luego reciban el bautismo y la primera comunión en una iglesia cercana.
Dejó Venezuela luego de protestar por más de una década contra el gobierno y tras contraer la tuberculosis. Un médico le pidió migrar. “Tenía un pulmón a punto de explotar pero mejoré gracias a la intercesión de San Gabriel de la Dolorosa”, dijo mientras revisaba una reciente placa suya de rayos X.
Su viejo teléfono celular, con la pantalla partida en decenas de fragmentos, suena incluso por la madrugada, con llamadas, audios y mensajes de texto de personas que le preguntan si estará al día siguiente en el cementerio para que rece por alguien que acaba de morir.
“Fue el único que estuvo el día que mi papá murió, también en su entierro”, dijo Rosa Puse, que vende flores en el cementerio y pensó que Marín era un brujo cuando en 2018 lo vio por primera vez empuñando su aspersorio de cobre, que tiene forma de varita.
“Él no tiene miedo, está con la gente, reza, ayuda, no importa si eres peruano o venezolano”, comentó Puse, de 38 años, todos vividos al lado del cementerio y cuyo padre fallecido era un sepulturero que fundó el cementerio hace medio siglo y se convirtió en amigo del laico.
En ocasiones lo invitan a rezar a las casas de los muertos como en el caso de Julia Ascensios, fallecida a los 60 años a causa del virus. A veces descubre que algunas de esas casas hay un enfermo, no necesariamente con el virus. Entonces se arrodilla y reza al pie de la cama, como lo hizo con José Muñoz, de 55 años, quien padece de artrosis que le ha deformado las manos y le provoca dolores intensos.
Tras la oración, Marín pide una silla, reflexiona sobre las enseñanzas bíblicas e invita a las familias a buscar al sacerdote más cercano y a confesarse. Usa palabras sencillas como cuando fue maestro en Venezuela, una profesión que ejerció hasta 2018 antes de viajar a Perú en busca de trabajo como otros 830.000 migrantes.
En Lima vendió café caliente en las calles y durmió en un depósito de autos. Poco después llegó a la iglesia “Señor de los Milagros”, donde colaboró en la limpieza del templo por un mes antes de ser enviado al cementerio a consolar a los dolientes y a sus paisanos.
Una tarde amarillenta de julio, regaló una cruz y convenció a los sepultureros de que rebajaran 370 dólares a una pareja de obreros venezolanos que enterró a su pequeña hija, llamada Mía Victoria.
“El católico muchas veces piensa que se necesitan misiones en África. Resulta que más necesita nuestra propia vecina, nuestra propia comunidad, la misión está a la vuelta de la esquina”, dijo.