El coronavirus no mata la pasión por el circo en Bolivia
EL ALTO, Bolivia (AP) — El coronavirus puede ser mortal, pero no mata la pasión por el circo. Bien lo sabe el malabarista Joel Condori, que debió mutar a soldador y cocinero para sobrevivir durante la cuarentena pero sigue soñando con el mañana bajo la carpa de un circo pobre en los suburbios de La Paz.
Todas las tardes repasa su rutina para mantenerse en forma aunque no haya público para aplaudirlo. Los empolvados asientos están vacíos desde hace cuatro meses. La cuarentena sorprendió al circo justo después de instalarse en el barrio Tupaj Katari de la ciudad de El Alto, vecina a la capital boliviana.
“Pensamos que duraría tres semanas pero llevamos cuatro meses parados. No estamos autorizados para hacer funciones. Éramos 10 en el circo, cinco se han marchado y los que quedamos nos ganamos la vida como podemos. No hubo ni una función”, dijo Condori, de 27 años, dueño del circo Jumbo.
“El circo es una responsabilidad. No podemos dejarlo morir. No hay que vivir del circo, hay que vivir para el circo”, sostuvo.
El sol penetra por los agujeros de la carpa. A un lado del escenario Condori suelda y arma carteles metálicos por encargo. Otros días decora pizzas en otros barrios de El Alto.
“Siempre cae algo para la comida. No falta algún trabajito. Al principio hicimos comida para vender, pero nos fue mal. La competencia era dura con las señoras del vecindario y cambiamos de rubro”.
Condori comenzó en el circo a los 17 años cuando aún estaba en el colegio. Se fue a Chile detrás de uno y allí aprendió malabarismo y equilibrismo. De regreso en Bolivia compró una carpa a medio uso y emprendió giras por varios pueblos durante meses.
Franklin Parada, de 22 años, es payaso, trapecista y camina sobre vidrio. Acaba de regresar de animar un cumpleaños y aún con el rostro maquillado practica en el trapecio, pero cae y se golpea el hombro.
“Estos accidentes ocurren, pero no podemos mostrarlos al público, hay que olvidarse del dolor, sonreír y seguir. Es un orgullo arrancar sonrisas y aplausos, eso da vida al circo”, dijo durante un intermedio en los ensayos.
Algunas veces Parada se gana el día descargando bolsas de arroz de camiones en una feria callejera. “Los cinco que hemos quedado nos turnamos para cocinar, lavar, cuidar el circo y acarrear agua”.
Yhara Gonzales, de 25 años, se prendó del circo cuando pasó por su pueblo y se enroló. Aprendió a girar aros para entretener al público. Ahora que es la única mujer le suelen tocar a menudo las tareas domésticas.
Dos gatos y un perro deambulan por el escenario vacío. Condori acaba de terminar su rutina de volteretas desafiando la gravedad en una inmensa rueda metálica giratoria.
Debido a la cuarentena para evitar la propagación del nuevo coronavirus -que en Bolivia ha dejado 35.528 contagiados y 1.271 muertos- los espectáculos públicos están prohibidos y no tienen fecha de reinicio. La ministra de Salud, Heydi Roca, dijo que el país entró en “una etapa de rápido ascenso de contagios” en julio y el pico se espera para más adelante.
En otros circos cerrados también se ganan el sustento como pueden, incluso gracias a la caridad. En algunas ciudades los payasos ayudan a cruzar las esquinas a niños y ancianos y reparten sonrisas a la gente que camina deprisa y cabizbaja.
A pesar de las restricciones ordenadas por el gobierno, las actividades laborales y comerciales en Bolivia se han restablecido debido a las presiones de los sectores informales, que equivalen al 70% de la economía.
En medio del altiplano y con casi un millón de habitantes, El Alto vive del comercio callejero. La gente se aglomera con escasa protección y sin respetar el distanciamiento en ferias barriales para abastecerse de alimentos a bajos precios.