Guatemala: adultos mayores deben trabajar pese a la pandemia
CIUDAD DE GUATEMALA (AP) — Pedro Cacatzun, de 75 años, sólo ve con un ojo y tiene problemas para caminar. Pero eso no impide que diariamente recorra varios kilómetros con una pequeña carretilla blanca para vender helados en la Ciudad de Guatemala. “Si uno quiere comer tiene que salir a trabajar”, dice el hombre que comenzó en el oficio cuando tenía 23 años.
El arrugado rostro de Cacatzun, quien como varios de sus compañeros no tiene familia, se contrae cuando ríe a modo de consuelo porque un día de esta semana apenas vendió 35 quetzales (unos cinco dólares). “A veces se vende, a veces no”. De la venta le quedaron menos de tres dólares, el resto es para el proveedor de los helados.
Atrás quedaron el verano, la Semana Santa y los sueños de prosperidad. Las restricciones a la movilidad impuestas para frenar la propagación del nuevo coronavirus que comenzaron en marzo hicieron caer las ventas. Y ahora, con la temporada de lluvias, “a la gente ya no se le antoja helados”, dice Cacatzun.
El hombre comparte una vieja casa con Alfredo De León, de 72 años, quien hace de encargado del lugar. Años atrás la vivienda era la fábrica de helados.
La casa está en ruinas, el frío y a veces la lluvia se cuelan por las láminas rotas. Los propietarios se la prestaron a los heladeros para que tengan un lugar donde vivir. "Algunos días otros compañeros duermen en la vivienda. Llegamos a quedarnos hasta 11", porque el toque de queda no les permite estar en a la calle después de las cinco de la tarde, explica De León.
El gobierno hace constantes llamados a la población para que se mantenga en su casa y prohibió que los adultos mayores salgan a las calles por ser el grupo más vulnerable al COVID-19, pero Cornelio Tepen, de 59 años, dice que “no hay dinero para comer, entonces hay que salir a la calle a trabajar".
Tepen es un hombre versátil: ha sido sastre, arregla zapatos, trabajó en una imprenta y vende helados desde hace 30 años. Con una sonrisa en su rostro, el hombre explica que le gustan los negocios y que tiene fe en que alguna vez pondrá una sastrería y salir de la pobreza.
“A veces la policía lo para a uno, pero ven que es trabajador entonces te dejan ir”, dice Juan Velásquez, de 58 años, otro de los vendedores.
El más joven, José Herrera, de 54 años, entró a la casa cuando faltaban unos minutos para el comienzo del toque de queda. Se arriesgó para intentar vender lo más que pudiera y sacó más que todos en la jornada, vendió unos 13 dólares.
Ninguno es beneficiario de los programas de ayuda que el gobierno gestionó por la pandemia. No son aptos para el llamado “bono familiar” por unos 130 dólares mensuales que el gobierno entregará por tres meses a las familias pobres porque para ello necesitan tener una vivienda y un contador de luz, pues el bono se entrega a través del recibo de pago de la energía eléctrica.
Tampoco han recibido nada de los 13 millones de dólares que presupuestó el gobierno para atender el Programa de Adulto Mayor creado hace años y del que, aseguran, nunca recibieron nada.
Tampoco son jubilados ni reciben seguro social porque no cuentan con un contrato de trabajo y los productos que venden se los dan en consignación. “Cuando uno se enferma, le toca ver cómo hace para pagar sus medicinas", dice Tepen.
Según el censo oficial de 2018 en Guatemala hay 16,3 millones de habitantes de cuales el 5,6% son mayores de 65 años. La última encuesta del Instituto Nacional de Estadística de 2014 reveló que casi el 60% de la población vive en la pobreza.
Para estos trabajadores de la tercera edad, que han vivido siempre en la pobreza, el hambre es más fuerte que el miedo a contagiarse.
Los vendedores han recibido la solidaridad de personas que les han provisto camas y víveres. Algunos incluso le han hecho reparaciones a la vivienda en que se alojan.
Todos saben la importancia de mantenerse sanos por lo que guardan distancia social y usan unas desgastadas mascarillas para salir a vender. “Tratamos de cuidarnos”, dicen Tepen.
Hasta ahora el gobierno de Guatemala ha registrado 4.268 personas contagiadas y 80 fallecidas.