Atrapados sin salida: Trabajadores migrantes del Líbano
BEIRUT (AP) — Ya antes de que surgiese la pandemia del coronavirus, vivían en condiciones que organizaciones de derechos humanos describían como de explotación: sueldos bajos, muchas horas de trabajo, sin leyes laborales que los protegiesen.
Ahora, unos 250.000 trabajadores migrantes registrados --mayormente empleadas del servicio doméstico, trabajadores del campo y obreros de la construcción-- se sienten cada vez más desesperados al quedarse sin ingresos por la crisis económica y las restricciones asociadas con el virus en el Líbano.
Muchos migrantes no cobran desde hace meses y el valor de los sueldos de los que todavía tienen trabajo ha bajado a menos de la mitad por una feroz devaluación.
“Somos invisibles”, dijo Banchi Yimer, una etíope que trabajaba en el servicio doméstico y que creó una organización que defiende los derechos de los y las trabajadoras de ese sector en el Líbano. “No existimos para nuestros gobiernos, no solo para el gobierno libanés”.
En solo tres días, afirmó, 20 empleadas del servicio doméstico fueron dejadas frente a las embajadas de sus países por sus patrocinadores. Una foto muestra a mujeres con apenas una mochila o un bolso, haciendo cola frente a la embajada, algunas sentadas en el piso.
La pandemia representó otro golpe para la economía libanesa, devastada por una crisis derivada de décadas de corrupción e ineptitud. En las últimas semanas, la libra libanesa, que estuvo ligada al dólar por más de dos décadas, perdió el 60% de su valor respecto al dólar y los precios de los productos básicos se fueron por las nubes. El desempleo llegó al 35% y se calcula que el 45% de la población vive por debajo del nivel de pobreza.
En este panorama desolador, los trabajadores migrantes son los más vulnerables.
Entre ellos unas 180.000 empleadas domésticas, mayormente de Etiopía y las Filipinas. Miles están aquí sin permiso de residencia, al escaparle a los patrones que las habían patrocinado. Muchas se sienten atrapadas, sin poder regresar a sus países por los costos prohibitivos de los vuelos de repatriación o porque los vuelos están muy restringidos.
Sus penurias son similares a las de trabajadores migrantes de otros países, incluidos muchos que se quedaron sin empleo en las naciones del Golfo Pérsico y que se encuentran en campamentos de trabajo que son un foco de infecciones del COVID-19.
El caos financiero de Beirut agrava la situación de los migrantes.
El sábado una filipina se suicidó, un día después de llegar a un refugio manejado por la embajada filipina para migrantes que quieren regresar a su país tras quedarse sin empleo. La embajada dijo en un comunicado que la mujer falleció tras tirarse desde una habitación que compartía con otras dos migrantes.
Tanto la embajada como las autoridades libanesas dicen que investigan el episodio.
Los presuntos suicidios y los intentos de fuga de las casas de los patrocinadores son relativamente frecuentes. La prensa informa acerca al menos un episodio de estos por mes.
Estas acciones desesperadas son atribuidas a un sistema de patrocinios que según las organizaciones de derechos humanos generan condiciones de virtual esclavitud. Algunos patrones no les permiten a sus empleados salir a la calle solos ni tener días francos.
Los extranjeros no están cobijados por las leyes laborales libaneses y a menudo deben estar disponibles las 24 horas del día, los siete días de la semana, sin derecho a renunciar.
“Algunos patrones abusan de ellos física y mentalmente y no hay leyes que los amparen. Los tratan como a esclavos”, dijo Tsigerede Brihanu, una activista etíope de Egna Legna, la organización de Yimer.
Un estudio del 2016 de la Organización Internacional del Trabajo indicó que de los 1200 patrones analizados, más del 94% les retenían sus pasaportes a sus empleados.
La semana pasada las fuerzas de seguridad reprimieron violentamente una manifestación de trabajadores sanitarios de Bangladesh que exigían les ajustasen sus sueldos a las nuevas tasas de cambio.
La pandemia, por otro lado, también les cobra factura a estos migrantes. Varias docenas que viven en departamentos hacinados contrajeron el coronavirus. Con frecuencia la policía acordona esos edificios para forzar su aislamiento.
La semana pasada migrantes etíopes realizaron una manifestación simbólica frente a su embajada para exigir que los repatriasen.
“No estamos en condiciones de traer un avión y que nos saque a todos del país”, dijo Brihanu. “Es muy difícil para nosotros sobrevivir aquí. No vale la pena quedarse”.
Una migrante etíope dice que todavía tiene trabajo, pero que de todos modos quiere irse porque se va a quedar sin dólares y los precios van a seguir aumentando. “El Líbano está acabado”, manifestó. No quiso dar su nombre para hablar francamente.
Los confinamientos, por otro lado, agravaron las condiciones de trabajo. Algunos empleados no pueden comunicarse con sus familias y amigos, deben trabajar más horas y sus patrones les hacen exigencias poco realistas, según Zeina Mezher, de la Organización Internacional del Trabajo.
“Dicen que todos enfrenamos la misma tormenta, pero a ellos no los afecta igual que a nosotros”, expresó.