Otro año en EEUU: trabajadores temporales faenan en pandemia
MIAMI (AP) — Desde hace cuatro años Antonio trabaja 10 meses al año en Estados Unidos cosechando manzanas y uvas y luego regresa a El Salvador con la esperanza de poder construir su primera casa.
Cuando llegó este año en febrero, la pandemia de coronavirus ya estaba matando a miles de personas en China y Europa. Tenía miedo, pero aun así decidió viajar a la finca del estado de Washington, uno de los primeros que registró enfermos y muertos por COVID-19 en Estados Unidos.
“En mi país esto se llama una gran oportunidad”, aseguró Antonio, quien pidió no publicar su nombre completo por temor a perder su trabajo. “Lo que a mí me sostiene son mis hijas, lo hago por ellas, para que puedan tener un hogar para vivir”, dijo en una entrevista telefónica desde la ciudad de Othello, donde vive junto a otros extranjeros.
Cada año el gobierno estadounidense concede visas temporales de trabajo a cientos de miles de extranjeros para que se desempeñen en la agricultura, hotelería, jardinería y otros sectores.
Este año, en medio del brote de coronavirus que ya ha matado a más de 80.000 personas en el país, las autoridades los volvieron a autorizar tras considerar que sus tareas son esenciales para alimentar a los estadounidenses.
Con el fin de facilitar la llegada de estos trabajadores, el Departamento de Estado perdonó en algunos casos las entrevistas necesarias para conceder las visas. El gobierno, no obstante, no ha fijado medidas específicas para preservar su salud.
La administración ya ha aprobado el límite de 66.000 visas H-2B para los trabajadores fuera del sector agrícola y muchos de ellos ya están en Estados Unidos. Sin embargo, hay reportes que señalan que el gobierno de Donald Trump no emitirá visas adicionales, algo que hacía cada año.
Algunas empresas y hoteles, además, aún no han llamado a sus trabajadores aprobados para que viajen a Estados Unidos porque sus negocios están cerrados o porque asumen que no se le permitirá la entrada a los extranjeros.
Las visas H-2A son para el sector agrícola y no tienen límite: más de 200.000 trabajadores las usan cada año.
A la gran mayoría de los mexicanos y centroamericanos que llegan a Estados Unidos, estos trabajos temporales les permiten mantener a sus familias y ahorrar en momentos en que en sus países enfrentan dificultades económicas. Y este año, aunque saben que ponen en riesgo sus vidas, no quieren desaprovechar la oportunidad.
“Saben que acá hay pandemia y quieren venir igual”, expresó Edgar Franks, director político del gremio Familias Unidas por la Justicia que agrupa a trabajadores agrícolas en el estado de Washington. Según Franks, en Estados Unidos los trabajadores agrícolas suelen ganar hasta 10 veces más que en sus países.
Al arribar en camionetas o en avión algunos son puestos en cuarentena temporal. Unos trabajan con mascarillas, ya no pueden ir a la iglesia los domingos y sólo están autorizados a salir a comprar alimentos una vez a la semana. Pero a otros no les proveen barbijos ni guantes para trabajar, duermen en pequeños cuartos con al menos cuatro personas y son transportados a sus trabajos en autobuses que no cumplen el distanciamiento social.
Francisco Muñoz lleva más de 20 años viajando a la isla Hoopers Island, en el estado de Maryland, desde Hidalgo, en México, para transportar y cocer cangrejos gracias a una visa H-2B. Este año, a pesar de la pandemia, llegó como siempre a principios de abril en una camioneta pagada por su empleador junto con otros 13 hombres y mujeres.
“El patrón dijo que teníamos que protegernos, que teníamos que traer tapabocas y todo eso y ponerlos cuando bajábamos a las tiendas y gasolineras. Eso hacíamos”, dijo Muñoz.
El mexicano de 42 años explicó que temía contraer el virus pero las ganas de trabajar para mantener a su esposa y cuatro hijos eran mayores. Al llegar, él y los demás trabajadores fueron puestos en cuarentena casi dos semanas y ahora debe trabajar con mascarilla y lavarse las manos a menudo.
“Es un caos porque la gente no puede salir a las tiendas como antes. Los domingos no podemos ir a la iglesia. Los patrones dicen que mejor ir sólo del trabajo a la casa”, explicó.
Como cada año, Muñoz comparte un cuarto con otro trabajador. Parte de su trabajo es supervisar y ayudar a preparar los cangrejos para que una docena de mujeres mexicanas, también trabajadoras temporales, puedan despedazarlos. Una de ellas es Minerva, su hermana, que lleva más años que él viajando a Maryland para hacer el trabajo. Ambos estarán en la isla hasta noviembre.
“Allá en México es una situación muy difícil. Estoy agradecido con este trabajo”, dijo.
Algunos gremios se han quejado de que los empleadores no proporcionan material de seguridad a los trabajadores agrícolas ni condiciones seguras en los campamentos donde los albergan.
“No han cambiado nada”, dijo Erik Nicholson, vicepresidente del sindicato United Farm Workers, al comparar las condiciones de trabajo y vida de estos trabajadores antes y durante la pandemia.
Los empleadores, por su parte, aseguran que no podrían realizar las tareas sin estos trabajadores porque no hay suficientes personas en Estados Unidos que quieran realizarlas o estén calificadas para hacerlas, desde la cosecha de frutas y verduras hasta la limpieza de cangrejos.
“Son totalmente esenciales para la industria agrícola”, dijo Jason Resnik, vicepresidente de Western Growers Association, un grupo que representa a familias agricultoras de California, Arizona, Colorado y Nuevo México. “Sin los trabajadores agrícolas H-2A, los agricultores no podrían alimentar al mundo”, dijo tras explicar que los dueños de las fincas están implementando medidas “extraordinarias” para protegerlos de la pandemia.
En El Salvador, Antonio tiene cuatro hijas. Aunque laboraba como pescador independiente, no le alcanzaba el dinero para vivir sin preocupaciones. Su situación cambió radicalmente cuando empezó a trabajar en Estados Unidos.
Cada año llega en febrero y regresa a su país en diciembre. Por una jornada de nueve horas y media de trabajo gana unos 140 dólares, que bajan a 60 en temporada baja.
Su sueldo le ha permitido pagar deudas en El Salvador y comprar un terreno para construir una casa.
“Aquí se habla mucho” del coronavirus, dijo el salvadoreño de 34 años refiriéndose a las conversaciones que mantiene con el resto de sus compañeros agricultores. “Hay mucha gente que tiene mucho miedo, pero mi familia necesita de mi trabajo”, aseguró.
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Torrens reportó desde Nueva York.