Siguen matando exrebeldes en plena pandemia en Colombia
BOGOTÁ (AP) — El día en que Colombia anunció su primer caso del nuevo coronavirus, el cadáver de Astrid Conde yacía en una morgue con cuatro heridas de bala en el pecho. Era una nueva víctima de una ola de violencia contra exsoldados rebeldes.
Las cuarentenas derivadas de la pandemia pueden haber reducido los crímenes en Colombia, pero la matanza de antiguos combatientes como Conde sigue y la crisis del COVID-19 complica la ya de por sí frágil implementación del histórico acuerdo de paz del 2016 que puso fin a medio siglo de conflictos.
Políticos conservadores consideran desviar fondos destinados al acuerdo para usarlos en la respuesta a la pandemia. Proyectos para ofrecer a los excombatientes la posibilidad de ganarse la vida tropiezan ahora contra una recesión. Y grupos armados ilegales siguen controlando zonas rurales, amenazando y asesinando a quienes se les oponen.
En lo que va del 2020 fueron asesinados 23 excombatientes, casi el doble que en el mismo período el año pasado, según las Naciones Unidas. Cinco de esas muertes sucedieron desde el 24 de marzo, en que el presidente Iván Duque dispuso una cuarentena en toda la nación.
“Ya no se sabe si te va a matar el coronavirus o una bala cuando sales a la calle”, declaró Luz Marina Giraldo, cuyo esposo, un excombatiente, fue abatido a tiros el año pasado.
Conde fue baleada cuando caminaba a su pastor alemán en un parque cerca de su casa en un barrio peligroso de Bogotá el 5 de marzo. Todavía se veía su sangre en el sector pavimentado donde fue asesinada al día siguiente de su muerte, cuando la noticia circulaba por todos lados.
Esa tarde, con la llegada del COVID-19, las estaciones radiales prontamente se enfocaron en el virus. Afuera de la morgue, junto a un puesto de diarios se congregaba la gente para fumar y analizar si debían usar barbijos o no. Dos días después, Conde fue enterrada en un cementerio en el que se percibe tanta pobreza que la gente escribe los nombres de sus muertos con un marcador.
“Lo sucedido con Astrid es una evidencia más de que sí empezó un genocidio contra los excombatientes”, afirmó Adela Pérez, exsoldado rebelde que asistió al funeral.
Las muertes de exguerrilleros que entregaron sus armas para poner fin al conflicto más prolongado de América Latina alcanzaron su pico el año pasado y ya suman 197. Esa violencia es uno de los grandes obstáculos para la implementación del acuerdo. Los partidarios del acuerdo dicen que si Colombia no puede proteger a quienes entregaron voluntariamente las armas, se plantean serias dudas respecto a la viabilidad del proceso de paz a largo plazo.
Conde estaba “tan comprometida con el proceso de paz que se confió”, dijo su abogado Juan David Bonilla.
Analistas dicen que la cuarentena puede aumentar el peligro que enfrentan los excombatientes. Si se quedan encerrados en un mismo lugar, puede resultar más fácil pillarlos.
“La ruralidad (el campo) se siente mucho más peligrosa en este momento”, manifestó Manuel Antonio González, excombatiente cuyo hijo, también un exrebelde, fue asesinado antes de la pandemia. “Porque la gente no se está moviendo, pero estos grupos pueden moverse libremente”.
La mayor parte de las muertes se suceden en zonas plagadas de conflictos, en las que grupos armados compiten por controlar las rutas de las drogas. Analistas dicen que algunos son asesinados el negarse a ser reclutados por rebeldes disidentes, que no se acogieron al acuerdo. Exrebeldes creen que algunos de los ataques son perpetrados por paramilitares de derecha que quieren aniquilar a sus adversarios. En al menos un caso, oficiales de las fuerzas armadas fueron acusadas de la muerte de un exrebelde.
El principal fiscal de Colombia atribuye a narcos el 75% de los asesinados. Las autoridades dicen que han logrado “progresos” y resuelto casi el 45% de 228 homicidios, intentos de asesinatos y desapariciones forzadas de excombatientes. Pero hasta ahora solo 23 personas fueron condenadas por estos crímenes.
Muchas de ellas son los “autores materiales” de los asesinatos, sicarios contratados para matar, como en el caso de Conde.
Según el informe inicial de la policía, un individuo que conducía un Toyota blanco y que es conocido como “Trivilín” se acercó a Jhonatan Sneider, de 28 años, tres días antes del asesinato y le ofreció 15 millones de pesos (unos 4.300 dólares) para que matase a Conde.
Sneider es la única persona detenida hasta ahora por la muerte.
“No sabemos quién está detrás de esto”, dijo Bonilla.
Igual que tantos otros excombatientes, Conde se unió a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia siendo adolescente, según una amiga, aunque las circunstancias de su reclutamiento no están claras. Integró un equipo de comunicaciones de la guerrilla y tuvo un hijo con un comandante que es hoy un prominente disidente de la guerrilla.
A las mujeres guerrilleras se les prohibía tener hijos, pero a veces se hacían excepciones, con la condición de que el bebé fuese entregado a un familiar o un amigo.
Conde no vio a su hijo por años y cuando fue capturada en el 2012, les dijo a otros reos que se sentía feliz de que, detrás de las rejas, por lo menos el niño podía visitarla.
Fue acusada en relación con un ataque rebelde a una base militar que dejó 19 muertos y liberada tras la firma del acuerdo de paz.
“Por primera vez en muchísimo tiempo volvía a sentir lo que es ser mamá”, expresó Pérez.
Varios amigos dijeron que Conde estaba firmemente comprometida con el proceso de paz. Cuarentona, estudiaba para sacar un diploma de la secundaria y trabajaba en lo que podía, incluso limpiando departamentos. El gobierno aprobó hace poco fondos para que criase ganado en el campo, cerca de su familia.
La excombatiente le había dicho a su hijo que había visto hombres extraños en su edificio, pero no le prestó mucha atención al asunto.
En su funeral, familiares suyos se congregaron junto al ataúd de madera de caoba, cubierto de rosas blancas. Un cura leyó pasajes de una Biblia de cuero rojo y un joven cantó el tema “Haz lo que quieras conmigo”, mientras tocaba un teclado. Luego la familia se trasladó en un autobús al cementerio, lleno de criptas descoloridas por la contaminación y los grafiti.
El vehículo se detuvo en la entrada, donde se encontraron con un mensaje escrito con un aerosol en el lado exterior de un muro.
“Solo los muertos han visto el fin de la guerra”, decía la pintada.