Brasileños desafían aislamiento alentados por Bolsonaro
RÍO DE JANEIRO (AP) — Divina Baldomero se despertó, vio desde la ventana la playa Copacabana de Río de Janeiro bajo un cielo despejado, y decidió dar su primer paseo en 40 días.
Como la mayoría de los brasileños, Baldomero se había apegado al llamado de su gobernador a quedarse en casa para contener la propagación del coronavirus. Pero este día, la propietaria de restaurante de 75 años de edad decidió ignorarlo, instada por la opinión del presidente Jair Bolsonaro de que el confinamiento es equívoco, devastará a la economía y que, de todos modos, el virus ni siquiera es para tanto.
“Primero pensé que (el confinamiento) era viable. Después llegué a pensar que tendremos más dificultades económicas, con la pobreza que hay. Debería haber una forma diferente para que podamos estar libres de esto”, dijo Baldomero el miércoles frente al Copacabana Palace, un hotel que se encuentra cerrado. Sus piernas, prácticamente inactivas durante más de un mes, comenzaron a temblar después de siete minutos de estar parada.
Alentados por el presidente Jair Bolsonaro, quien de forma rutinaria ha desdeñado tanto la amenaza del coronavirus como las políticas de quedarse en casa, los brasileños se niegan cada vez más a obedecer las medidas para prevenir contagios de COVID-19. El apoyo al aislamiento decrece, particularmente entre los acaudalados, y más personas socializan. Desde los amantes del sol y los “influencers” de Instagram, hasta manifestantes a favor de Bolsonaro, la negación se propaga y la cuarentena se viene abajo. Sin embargo, a diferencia de otros países que buscan relajar las restricciones, al país más grande de Latinoamérica le faltan semanas para llegar a la cresta de la curva viral.
La primera vez que Bolsonaro planteó su argumento de que la economía debe regresar a trabajar fue en un discurso nacional a finales de marzo, cuando hizo referencia al coronavirus como “una gripita" y dijo que su pasado como atleta lo protegería.
Desde entonces, ha mantenido el mismo mensaje: ha dicho que sólo los brasileños de alto riesgo deben aislarse, aun cuando el conteo oficial de casos supera los 85.000 y las muertes están por arriba de 5.900, más que las confirmadas por China. Los expertos consideran que ambas cifras pueden estar muy por debajo de la realidad debido a la falta de pruebas.
Al preguntarle sobre las cifras, Bolsonaro respondió: “¿Y qué? Lo siento. ¿Qué quiere que haga?”
La entrenadora personal Gabriela Pugliesi aparentemente tiene pocos motivos para cuestionar los riesgos representados por el virus. El mes pasado, la mujer de 34 años se infectó en la boda de su hermana. Varios invitados más también contrajeron COVID-19 en el hotel cinco estrellas situado frente al mar.
Con tos y temperatura — pero no por eso menos bronceada y rubia — Pugliesi repetidamente les dijo a sus 4,5 millones de seguidores en Instagram que se quedaran en casa y se cuidaran. Se recuperó a finales de marzo y el sábado organizó una fiesta en su departamento en Sao Paulo, el epicentro del brote en Brasil. Nadie llevaba mascarillas, y en un video que publicó Pugliesi, ella y sus amigos gritaron a la cámara: “¡Al carajo la vida!”
Incumplir con el aislamiento tuvo repercusiones de inmediato, y más de 100.000 personas dejaron de seguirla. También perdió aproximadamente una docena de patrocinadores, que también cortaron lazos con otros influencers invitados.
Tatá Werneck, anfitriona de un programa de entrevistas en televisión, fue una dura crítica.
“Mi primo es médico y llegó a casa llorando. Ya tienen que escoger a quien salvar”, publicó Werneck en la cuenta de Pugliesi. “Este comportamiento tuyo, más aun porque tienes tantos seguidores... es inadmisible”.
Pugliesi se disculpó y después suspendió su cuenta de Instagram. No respondió una petición de comentario de The Associated Press.
Otras personas en Sao Paulo y otras partes desafían el distanciamiento social, aunque de forma más discreta. Las autoridades locales dijeron en varias conferencias de prensa que algunos bares en áreas pobres reciben a clientes tras puertas cerradas, y la policía ha sido llamada para detener reuniones en lugares aislados.
El jueves, el gobernador del estado de Río de Janeiro extendió las restricciones a actividades y reuniones hasta el 11 de mayo; Sao Paulo ya las había extendido hasta el 10 de mayo. Ambos estados tiene la mayor incidencia de casos de COVID-19.
Aun así, un sondeo de Datafolha mostró que 52% de las personas encuestadas cree que incluso aquellos que no son parte de los grupos en riesgo — los mayores y personas con enfermedades crónicas — deben permanecer aislados, una disminución respecto al 60% de principios de mes. Entre los más acaudalados, el apoyo para que continúe la cuarentena es de sólo 39%.
Los simpatizantes de Bolsonaro han organizado eventos para recabar apoyo para los puntos de vista del mandatario, y el más reciente se realizó el domingo en Brasilia, la capital. Muchos de los varios cientos de manifestantes se envolvieron en la bandera brasileña y las pocas mascarillas eran verde y amarillo, los colores nacionales. La mayoría de plano se negó a usarlas, incluso cuando gritaban por un megáfono compartido.
No todos los ministros de Bolsonaro siguen sus pasos, pero quienes no lo hacen también corren el riesgo de perder sus empleos. Luiz Henrique Mandetta, su exministro de Salud, enfáticamente apoyó las restricciones impuestas por los gobernadores estatales y su manejo de la crisis fue muy elogiado. Pero a mediados de mes, Bolsonaro lo despidió y designó a Nelson Teich, quien dijo que está de acuerdo con el presidente.
¿Y qué dicen quienes caminan por la mañana en Copacabana y en Barra da Tijuca, dos de los barrios más afectados de Río?
Caminando junto a Barra, no lejos de la casa personal de Bolsonaro, Fernando Ferreira, de 76 años, recomendó leer la Biblia y “La peste”, de Albert Camus, diciendo que son evidencia de que siempre ha habido pandemias en la historia.
El dentista y abogado jubilado dijo que las restricciones del gobierno local a los comercios son “absurdas”. Señaló cómo Francia avanza para aliviar sus medidas de aislamiento, sin reconocer que la curva viral del país europeo, a diferencia de Brasil, ha comenzado a estabilizarse.
Lilia Santiago, una dentista de 51 años, paseaba con su madre de 77 años. Ella insistió en que forzar a todos a quedarse en casa equivale a una “payasada”, particularmente cuando los pobres en Brasil con frecuencia viven en cuartos cercanos bajo el mismo techo.
“Las personas en riesgo, con problemas respiratorios, enfermedades autoinmunes, deben cuidarse, que no significa que no puedan salir”, dijo Santiago. “No podemos estar encerrados en un apartamento o casa. Necesitamos circular, pero con seguridad”.
“No te paras junto a alguien con un resfriado. Es lo mismo”, dijo en alusión al menosprecio de Bolsonaro de los peligros del virus. “¡La influenza mata más que el coronavirus, gente! ¡Muchas cosas matan más que el coronavirus!"