Sin misa ni abrazos; el funeral de un católico en México
Ciudad de México (AP) — Gustavo Briseño no sabe con precisión cómo le hubiera gustado a su padre tener sus servicios funerarios. Lo que sí cree es que no habrían sido de la manera en que se realizaron debido a la pandemia por coronavirus en México.
Manuel, su padre de, murió el pasado martes a los 78 años por complicaciones derivadas de COVID-19 y sus restos tuvieron que ser cremados antes de ser trasladados a la que fue su casa, en un barrio popular de la capital donde sólo ocho de sus familiares más cercanos pudieron estar presentes por las medidas de distanciamiento social recomendadas por las autoridades sanitarias.
Tras la muerte del mayor de los Briseño, los médicos le dijeron a la familia que el cuerpo debía ser cremado, bajo una recomendación inicial de las autoridades de salud que pedían a los deudos de familiares que perdieron la vida por coronavirus en deshacerse lo más pronto de los restos, aunque después, el subsecretario de salud, Hugo López-Gatell, reculó para no atentar en contra de los derechos de las víctimas de desaparición forzada y sus familias
Ayudados por una funeraria, la familia Briseño recogió el cuerpo en la víspera y luego tuvieron que esperar seis horas para recibir las cenizas afuera de un crematorio localizado en la colonia San Nicolás Tolentino, de la delegación Iztapalapa, en el oriente de la capital.
En condiciones normales, los familiares hubieran enterrado al difunto en un cementerio de la Ciudad de México al lado de su esposa Consuelo García, con quien pasó 49 años de su vida.
La familia profesa la religión católica y la misa y el velorio eran parte del ritual que hubieran realizado acompañados de familia y amigos.
“Es terrible que por esta enfermedad no podemos hacer valer nuestras creencias y nuestras costumbres”, dijo Gustavo Briseño a The Associated Press. “Aquí se acostumbra que cuando alguien muere venga toda la gente a darte su apoyo, tanto económico como moral. Sólo unas ocho personas pudieron estar con nosotros, de otra forma habrían sido 100 o más”.
Los restos de Gustavo Briseño fueron colocados en un altar rodeado de flores blancas y fotos del difunto, algunas al lado de su esposa.
La nuera Leticia y su hija Marisela oraron con otros miembros de la familia, la mayoría de pie, pero guardando distancia entre cada uno de ellos, mientras algunos parientes lloraban en silencio o sentados perdidos en sus pensamientos.
No hubo abrazos.
“Fue duro, en estos momentos lo que necesitas es cercanía y ahora no se puede”, dijo su hijo, quien aún no sabe qué harán con las cenizas y por ahora piensan tener la urna con ellos y recibir a familiares y amigos cercanos paulatinamente en los próximos días. “El dolor es fuerte, pero uno sabe la responsabilidad que conlleva esto”.
Uno de ellos seguramente será la nieta del difunto, quien no puedo estar presente en persona, pero a través de una videollamada escuchó las oraciones y permaneció con sus familiares virtualmente.
Además de la carga emocional derivada de perder un familiar, los Briseño tuvieron que hacer frente a los abusos de las ambulancias que les pedían dinero extra por trasladar el cuerpo.
“Te agarran con los brazos cruzados y lucran con tu dolor para sacar ventaja, cuando normalmente cobran seis mil ahora pedían 35 mil, es ilógico, somos comerciantes y ahora no hay trabajo fijo porque estoy encerrado con mi familiar, pero fuimos consiguiendo para pagar”, dijo Gustavo.
Hasta un mes antes de su muerte, Manuel Briseño trabajaba como conductor de Uber. Su hijo lo recuerda como un hombre “fuerte como un roble” a pesar de sus 78 años y todavía está sorprendido por la forma en que su salud se deterioró súbitamente hasta perder la vida.
“Mucha gente a la fecha no cree en esta enfermedad, yo aquí en Iztapalapa veo como hay muchas familias caminado como si nada con niños sin tapabocas y se me hace increíble”, dijo Gustavo. “Yo quisiera aprovechar esto para pedirles que ya se quiten la venda de los ojos, que crean o no crean, por favor acaten las medidas de higiene sino quieren vivir algo como lo que nos pasó a nosotros”.
México es uno de varios países de América Latina cuyos velorios se han modificado debido a la pandemia, En Ecuador, Bolivia, Colombia, Argentina y Guatemala ya no se realizan, en El Salvador sólo duran dos horas y Chile ha pedido que se anule el contacto físico.
En América Latina hay al menos 106.000 personas infectadas y más de 4.800 muertos.
El coronavirus ha infectado a más de 2,6 millones de personas y causado la muerte a más de 186.000 en todo el mundo, según el Centro de Ciencias e Ingeniería de Sistemas de la Universidad Johns Hopkins, que basa sus datos en los informes de los gobiernos y las autoridades de salud de cada país.