Olas de peruanos realizan pruebas de COVID-19 a domicilio
LIMA (AP) — La búsqueda de infectados con el nuevo coronavirus en Perú es una inevitable aventura de riesgo para la doctora Carolina Quiroz y la laboratorista Leslei Montoro.
Ambas integran un ejército anónimo de más de mil trabajadores de la salud que recorren Perú y obtienen unas 12.000 pruebas diarias que convierten al país en el que más exámenes realiza en Sudamérica.
El personal sanitario trabaja desde temprano y va a las casas de quienes llamaron tras sentirse enfermos días o semanas antes a una central telefónica especializada.
Las zonas que Quiroz y Montoro recorren son calles llenas de polvo en las colinas desérticas de la capital o en barrios deprimidos en los extremos de la zona norte de Lima.
“Es cansado y agotador”, dijo Quiroz, una médico cirujana madre de una niña y esposa de un militar que como ella trabaja de sol a sol en estos días.
Vamos “hasta la punta del cerro”, añade la laboratorista Montoro mientras coge una botella de alcohol para desinfectarse.
Perú realizó 121.400 exámenes en un mes y el presidente Martín Vizcarra afirmó hace poco que ni Argentina, Brasil, Colombia ni ningún país en Sudamérica realiza “tantas pruebas como Perú”.
Los críticos a la gestión del mandatario afirman que más de la mitad de las pruebas aplicadas son rápidas inmunocromatográficas que no dan una certeza al 100% de si alguien está infectado, pero los defensores de esta metodología afirman funcionan como un primer filtro en el protocolo de detección del virus.
Una mañana reciente, Quiroz y Montoro llegaron hasta una vivienda de la familia Mamani, de 13 integrantes, donde descubrieron que cinco estaban contagiados, incluidos dos niños. El mayor era un obrero de construcción de 43 años y la más pequeña su sobrina de siete.
Cuando el obrero dio positivo, sacaron de un envase de plástico similar a una lonchera otras 12 pruebas para barrer con la incertidumbre del resto de la familia.
Quiroz y Montoro permanecieron en la sala de la casa de los Mamani --adornada en una de sus paredes con un retrato de Vito Corleone -- durante una hora más realizando exámenes.
Al salir de ese domicilio, la doctora Quiroz envió la información desde una tableta electrónica hasta una central en la capital que reúne y procesa a diario las cifras hasta las tres de la tarde.
Después, como si practicaran un ritual para evitar al virus, Quiroz y Montoro empuñaron una botella pulverizadora llena de alcohol y se bañaron con el líquido desde la cabeza hasta los pies.
Luego se sacaron un gorro, un uniforme descartable, un mandil, un cubrebocas, un par de cubre zapatos y lentes protectores. Todo fue arrojado a una bolsa roja que más tarde fue incinerada.
“Esto es muy importante, yo tengo una hija y debo cuidarla”, dijo Quiroz.