Geriátricos para pobres, grandes focos de infección en EEUU
RICHMOND, Virginia, EE.UU. (AP) — A Ronald Mitchell le preocupaba el cuidado de su madre en un geriátrico de Richmond ya mucho antes de que se viese arrastrada por el brote de coronavirus.
Está confinada a su cama y sufre convulsiones. Una ampolla en su pie pasó inadvertida tanto tiempo que tuvieron que terminar amputándole el pie, según cuenta. Cuando llamó el mes pasado para ver si su prueba de COVID-19 había dado positivo, ella parecía desorientada. Se mantuvo en la línea mientras ella apretaba un botón pidiendo asistencia... y esperó una hora y media a que se presentase una enfermera, que nunca llegó.
Mitchell llamó entonces directamente al Centro de Rehabilitación y Cuidados de Canterbury y se le dijo que hacían lo que podían: En ese momento había solo dos enfermeras para atender a 40 pacientes en el pabellón del coronavirus.
Ya habían fallecido 45 personas en Canterbury y Mitchell cruza los dedos para que su madre de 62 años, actualmente en un respirador, no se sume a esa lista.
“Es la peor sensación del mundo”, expresó.
Canterbury es el tipo de institución particularmente vulnerable al coronavirus, que se ensaña con los residentes de geriátricos, una población extremadamente frágil y vulnerable. Ya hay más de 4.300 muertes en esa población en Estados Unidos.
Casi todos los residentes de Canterbury dependen del seguro de salud Medicaid para atender problemas médicos que a menudo son producto de una vida de pobreza. No tiene espacio para mantener separada a la gente. Ni presupuesto para contratar suficiente personal.
“Un geriátrico financiado por el estado es el sueño de un virus”, afirmó el director médico de Canterbury Jim Wright. “Es el mejor sitio para que el virus se propague. Hay mucha gente junta. Con sistemas inmunológicos débiles. Es un polvorín que puede estallar en cualquier momento”.
Distintos estudios comprobaron que los geriátricos que dependen del Medicaid tienen menos enfermeras y menos personal por paciente que el promedio y la calidad de la atención es inferior. Algunos de los focos más grandes del virus se han registrado en instalaciones asociadas estrechamente con ese programa del gobierno, incluidos casos en Wayne (Virginia Occidental) y Crown Heights, en el distrito neoyorquino de Brooklyn.
Canterbury, que tenía 160 residentes antes de la llegada del virus, entró en un estado de convulsión tras el primer diagnóstico de COVID-19 el 18 de marzo. Muchos de sus empleados que tenían más de un trabajo --Wright no pudo decir cuántos exactamente-- dejaron de ir. Otros cayeron contagiados.
El segundo médico que revisa a los pacientes también desapareció, dijo Wright, cuya esposa, una doctora de cuidados paliativos, se ofreció como voluntaria. Todo el personal tuvo que realizar tareas a las que no estaban acostumbrados.
“Le cambié la ropa a los pacientes, limpié camas. El administrador repartía comidas”, dijo Wright. “Nada funcionaba como debía”, admitió.
No está claro cómo llegó el virus al geriátrico. Las autoridades sospechan que lo llevó algún empleado o algún visitante antes de que se suspendiesen las visitas y las reuniones a mediados de marzo.
Si bien había equipo para detectar el virus, Canterbury no pudo hacer pruebas a todos sus residentes y personal al principio debido a las regulaciones nacionales y estatales imperantes en ese momento. En el estado de Virginia hay que descartar primero una gripe y otros patógenos antes de llevar a cabo la prueba del coronavirus. Wright y los directores médicos de otras instalaciones pidieron al departamento de salud que cambiase esa norma porque demoraba los análisis en busca del virus.
Para cuando se completaron los exámenes a toda la población del geriátrico --dos semanas después del primer caso confirmado--, más de la mitad de los infectados con el virus --53 de 92-- no mostraban síntomas del mal.
Incluso en épocas normales, Canterbury recibía una estrella en la escala del uno al cinco en las evaluaciones del Medicare. Los inspectores reportaban escasez de personal, que afectaba la atención de los pacientes.
Una enfermera le dijo a un inspector el año pasado que “los residentes se quedaban en sus camas porque era imposible para dos personas asistir a 62 o 63 residentes”. Inspecciones previas revelaron problemas para controlar infecciones y que no se había denunciado el intento de violación de una paciente.
Familiares de los residentes dicen que se pudo haber hecho más para prevenir la propagación del virus y que habían tenido problemas para comunicarse durante la crisis.
El teléfono de Kim Thompson sonó a las seis de la mañana del jueves y Wright le informó que su madre, Minnie Brown, de 72 años, había fallecido. Ella pensó que se trataba de un error.
Dijo que había hablado con su madre vía FaceTime hacía dos días y que ella parecía en buen estado, animada. Nadie le informó que su salud se estaba deteriorando.
“Es negligencia. Pura negligencia”, dijo Thompson en una entrevista.
Las autoridades están prestando ahora más atención a estos geriátricos. La Guardia Nacional evacuó uno en Tennessee, tomó otro en Massachusetts y está haciendo pruebas en un tercero en Wisconsin. Se crearon equipos especiales para que hagan pruebas y entreguen insumos en instalaciones de Ohio, Indiana y Maryland.
“¿Dónde está el estado? ¿Por qué no se hizo más?” para evitar el actual estado de cosas, preguntó Thompson, quien dijo que en cierto momento la población de Canterbury representaba un tercio de las muertes en todo el estado. “Hay muchos responsables de esto”.
El gobernador de Virginia Ralph Northam propuso hace poco un aumento en las tarifas que se paga a los geriátricos de 20 dólares diarios por paciente y anunció la creación de una fuerza especial que tratará de reducir las tasas de infección y de muertes.
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Condon informó desde Nueva York. Los investigadores Randy Herschaft y Rhonda Shafner colaboraron en este desepacho desde Nueva York.