La crisis de fe de un sacerdote por el coronavirus
CARENNO, Italia (AP) — Todas las personas alrededor del sacerdote Angelo Riva se estaban contagiando.
Dos semanas después de comer con sus padres y con un cura amigo, el sacerdote católico de 53 años lloraba la muerte de su padre y del colega que lo ayudaba en las tres parroquias que sirve junto al lago Como en el norte de Italia. En la antesala de las Pascuas, Riva se preparaba para ver morir también a su madre.
“Todo esto me ha generado una crisis. Siento una verdadera revolución interior”, admite Riva. “Me ha generado una crisis entorno a mi vida, a mí mismo y a mi fe”.
Nadie sabe cómo ni cuándo llegó el coronavirus a Carenno, un pueblo de montaña al noreste de Milán con 1.500 habitantes y la más grande de las tres parroquias de Riva.
¿Llegó cuando su padre, de 81 años, empezó a tener problemas para respirar en un hospital de Bérgamo durante la Navidad, dos meses antes de que se confirmase la presencia del virus en la provincia? ¿Lo tenía el propio Riva, quien había sentido náuseas y fiebre semanas antes?
¿O lo trajo el sacerdote diocesano de 71 años que lo asistía, don Adriano Locatelli, el primero de los tres que dieron positivo después del idílico almuerzo?
“La situación estalló cuando don Adriano fue hospitalizado el domingo 8 de marzo”, relató Riva. “Mi padre fue internado el martes y falleció el viernes. Y el domingo siguiente, el 15, el estado de mi madre empeoró”.
Riva dice que cree que todos habían escondido los síntomas. La moral de don Adriano se vino abajo cuando supo que había focos infecciosos en al norte de Italia. Mucho más tarde Riva se dio cuenta de que el cura amigo probablemente ya sentía la fiebre.
Riva dijo que su padre parecía de buen ánimo la última vez que hablaron por teléfono, pero ahora sospecha que también ya estaba enfermo. Poco después de esa conversación su padre fue llevado a un hospital en una ambulancia.
“Le ocultaba sus males a mi madre, para que ni ella ni nosotros, sus hijos, nos preocupásemos”, dijo Riva.
Su madre, de 79 años, sintió un poco de fiebre estando aislada en su casa. Al poco tiempo hubo que hospitalizarla y colocarle una máscara de oxígeno. Riva dijo el miércoles que su estado empeoraba.
“Ya no hay esperanzas para mi madre”, se lamentó. “No sé qué decir. Estoy destruido”.
Riva estuvo dos semanas encerrado en su casa, al cabo de los cuales no tenía síntomas, por lo que se le dijo que no podía hacerse la prueba para ver si portaba el virus. No sabe si fue un portador asintomático, como sospecha; si contrajo el COVID-19 y se recuperó, o si tuvo la fortuna de no resultar infectado.
Se le dijo que mantuviese una buena distancia social y que usase una mascarilla. Atiende su ministerio a través de las redes sociales y el único contacto personal que tiene es con el médico del pueblo, con quien camina diariamente alrededor de la iglesia.
Los feligreses le dejan leche caliente recién ordeñada y le hacen llegar mensajes de apoyo después de las misas que ofrece por Facebook. Le dicen que ha perdido peso.
En medio de su dolor, Riva ha estado reconfortando a feligreses que pierden a seres queridos. En un lapso de tres días fallecieron cuatro, incluidas una mujer de 64 años y su madre.
“La familia estaba en cuarentena. Le pedimos a la casa funeraria que pasase frente a la vivienda para que la familia pudiese despedirse”, dijo el sacerdote.
En momentos en que la pandemia parece haber alcanzado su pico en Italia --se estabilizan los casos nuevos y hay menos gente en las unidades de cuidados intensivos-- la gente empieza a preguntarse qué viene ahora. Riva piensa en un versículo del Antiguo Testamento del libro de Isaías: “Centinela, ¿cuánto le queda a la noche?”-
Riva habla de un “nuevo humanismo”, el de los médicos, enfermeras y voluntarios que responden a la crisis.
“A través de estas personas, que arriesgan sus vidas para ayudar a los enfermos, se presenta la luz del futuro”, dijo Riva. “Esta humanidad que se ensucia las manos por el bien de los demás, que no piensa en sí misma, representa el futuro de la humanidad. En esta historia diabólica, hay algo más grande: El amor y la caridad”.
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Colleen Barry informó desde Soave, Italia.