El cártel de Jalisco Nueva Generación gana terreno en México
CIUDAD DE MÉXICO (AP) — El cártel en auge en México, la banda Jalisco Nueva Generación, tiene una reputación de violencia y crueldad como no se había visto desde la caída de Los Zetas. Está librando batallas de estilo medieval y fortificando refugios para expandirse por todo el país, desde las afueras de Ciudad de México a la zona turística en torno a Cancún, sin olvidar la frontera norte.
Al grupo le gusta tanto la violencia y el armamento pesado que según fiscales estadounidenses, sus miembros intentaron comprar ametralladoras de cinta M-60 en Estados Unidos, y en su día llegaron a derribar un helicóptero militar mexicano con un lanzagranadas.
Pero también han lanzado una campaña de propaganda, utilizando videos y medios sociales para amenazar a sus rivales al tiempo que prometen a los civiles que no les perseguirán con extorsiones y secuestros. Es una promesa que hacen los cárteles de México desde hace mucho tiempo, y que siempre han roto. Pero el avance de Jalisco es tan fuerte que el cártel parece haber convencido a algunos mexicanos, especialmente a los que están cansados de las pandillas locales, para aceptar el control de una banda grande y poderosa.
“Hay este grupo que está dominando dondequiera, parece que es el grupo de Jalisco Nueva Generación”, comentó un sacerdote en la ciudad occidental de Apatzingán. “Parece que (...) hay algunos que permiten trabajar y no se meten con el pueblo, no secuestran, no roban los vehículos, buscan nada más a través de la droga”.
El sacerdote, que habló bajo condición de anonimato para evitar represalias, preferiría que no hubiera ninguna pandilla en el pueblo. Pero una de sus feligresas fue secuestrada, violada y asesinada hace poco por miembros de un grupo local, los Viagras, formado como brazo armado de Nueva Familia Michoacana, a pesar de que su familia pagó un rescate. La gente está tan harta de esa pandilla que preferirían que cualquier otra ocupara el territorio.
No es el único en señalar ese sentimiento. El propietario de un restaurante en el estado central de Guanajuato, donde Jalisco lucha por el control con la pandilla local Santa Rosa de Lima, dijo que preferiría que el cártel de Jalisco dominara la zona, dado el comportamiento caótico del grupo local.
“Está más tranquilo cuando Jalisco está”, dijo el hombre, que también pidió que no se publicara su nombre.
Una mujer que ha vivido durante años bajo el dominio del cártel de Jalisco en una pequeña población dijo que acude a los lugartenientes del grupo para resolver problemas de delincuencia común.
“Ellos son la ley aquí. Si tienes un problema, vas con ellos y te lo arreglan rápido”, dijo.
Es una mentira, pero una que le gusta repetir al cártel.
“Gente bonita, siga con su rutina”, decía un letrero colocado en 2019 por el grupo en un paso elevado para tranquilizar a los vecinos de Apatzingán, en Michoacán, indicando que el cártel estaba instalándose para expulsar a los Viagras. Debajo y en torno al letrero había un total de 19 cadáveres colgados de cuerdas, amontonados en la carretera o dispersos por el suelo, descuartizados.
Sofia Huett, responsable de seguridad en el estado central de Guanajuato, ha sido el blanco de lo que describe como una guerra de propaganda entre las pandillas de Jalisco y Santa Rosa. En medios sociales circulan videos de decapitaciones, amenazas y mensajes en medios sociales advirtiendo a la gente que se quede en casa.
“Llama la atención el tema de los fines propagandísticos a través de todos los medios (...) como no habíamos visto en casi diez años en nuestro país”, dijo, aludiendo a la guerra contra el narcotráfico registrada entre 2006 y 2012.
“Estos fines propagandísticos buscan intimidar no únicamente a los rivales, sino también a la población”, señaló. “Incluso yo no descartaría que haya hasta fines políticos en este tipo de mensaje”.
Sobre los que se ven seducidos por las promesas del cártel, Huett señaló que “no podemos dejar en manos de la ciudadanía este tipo de incertidumbre sobre la delincuencia. Y sobre los falsos mensajes de protección, falsos mensajes de bienestar, eso siempre acaba mal”.
En efecto, la realidad de la vida bajo el control del cártel de Jalisco es terrorífica. El grupo ha convertido la ciudad de Guadalajara y los suburbios a su alrededor en una enorme tumba clandestina.
En el último año se han encontrado cientos de cuerpos, arrojados a canales de desagüe, enterrados en campos y patios y jardines de viviendas. Se han encontrado cadáveres disueltos en ácido o sosa cáustica, y en bolsas de plástico. En Guadalajara han aparecido tantos cuerpos que las autoridades se quedaron sin espacio en la morgue y empezaron a poner los restos en descomposición en camiones refrigerados que iban a dando vueltas hasta que los vecinos se quejaron por el olor. Los expertos señalan que los asesinatos se dispararon después de que el cártel perdiera el control de su rama local en Guadalajara, desatando combates contra esa escisión.
El cártel de Jalisco está acostumbrado a atacar de forma directa a las fuerzas de seguridad. Al grupo se le atribuyen dos de los peores ataques en la memoria reciente: en octubre, hombres armados del cártel emboscaron y mataron a 14 policías estatales en Michoacán, y hay indicios de que algunos fueron ejecutados con balazos en la cabeza. En 2015 derribaron un helicóptero militar mexicano con un RPG para proteger a su líder.
Al grupo le gustan las tácticas casi militares y sus sicarios son aficionados al camuflaje militar. En el estado sureño de Guerrero soldaron gruesos blindajes a una camioneta para hacer un tanque casero. En muchos estados se mueven en caravanas de camionetas pickup identificadas abiertamente con las letras “CJNG”.
El cártel solo entiende la fuerza, una estrategia que el gobierno de México ha dejado de lado. El departamento mexicano de Exteriores indicó el viernes que el gobierno del presidente, Andrés Manuel López Obrador, “está comprometido con eliminar la desigualdad y la violencia poniendo fin a la guerra contra la droga (...) el uso de la fuerza ya no es la primera opción”.
En su lugar, López Obrador señaló que su gobierno ya no se centra en detener a los capos de la droga.
Mientras tanto, muchas de las batallas del CJNG parecen casi medievales.
En la frontera entre los estados de Jalisco y Michoacán hay una población llamada Tepalcatepec, un bastión de los Viagras, a los que el CJNG ha intentado expulsar hace poco. En la carretera desde Jalisco, la principal ruta de ataque, se han colocado montones de tierra y piedras que obligan a zigzaguear, de forma que los vehículos tienen que reducir la velocidad. Desde una casa en una colina cercana, un hombre con un rifle de calibre 50 vigila la carretera, listo para disparar.
Más al sur en Michoacán, en el poblado de El Terrero, el cártel de Jalisco controla el margen sur del río Bravo, mientras que el norte sigue en manos de la rival Nueva Familia Michoacana y su rama armada, los Viagras. El temor de los otros cárteles es evidente: en septiembre secuestraron y quemaron media docena de camiones y autobuses para cortar el puente que cruza el río, e impedir un ataque sorpresa de Jalisco.
Cerca, en la población de San José de Chila, pandillas rivales utilizaron una iglesia como fortín para repeler una ofensiva de hombres armados del CJNG. Atrincherados en el campanario y desde el tejado de la iglesia, intentaron defenderse de la incursión, dejando el templo lleno de agujeros de bala.
Una cosa está clara: Jalisco quiere que la gente sepa que han llegado. Cuelgan banderas de los pasos elevados anunciando su llegada, ofrecen recompensas en efectivo por sus enemigos y amenazan a la policía. Comparten videos en medios sociales en los que suele aparecer de fondo media docena de hombres fuertemente armados, equipados con cascos y ropa de camuflaje, anunciando que han llegado para “limpiar la plaza”.
En Cancún, un hombre se acerca a un fotógrafo local de sucesos en un puesto de tacos.
“Somos de Jalisco, nada más para que sepas que estamos aquí. Disfruta tu cena”, dijo el hombre de forma cordial antes de alejarse.
No era solo fanfarronería. El 29 de febrero, la policía de Cancún allanó dos casas y detuvo a 10 sicarios de Jalisco, que llevaban rifles de asalto y gorras bordadas con las palabras “Grupo Delta, CJNG Quintana Roo”. El cártel está entrando en Cancún con su método habitual.
“Estaba por establecer un centro de operación en la entidad. Así mismo, se dedicaban a privar de la libertad y de la vida a integrantes de grupos antagónicos”, indicó la fiscalía estatal.
El cártel ha salpicado las calles de Cancún con los cuerpos de sus víctimas, pero la violencia no ha afectado a la zona turística salvo en la zona de Playa del Carmen, hacia el sur.
Aunque la violencia extrema no es nueva en México, el grupo resulta más temible que otros cárteles, más preocupante incluso que los famosos Zetas, que dejaron hasta 50 cuerpos tirados en la carretera, secuestraron a cientos de personas y las obligaban a luchar a muerte con martillos neumáticos, además de quemar vivas a algunas de sus víctimas en bidones de gasolina.
Los Zetas nunca fueron especialmente buenos a la hora de abrir nuevas rutas de contrabando o lavar dinero. El cártel de Jalisco, con años de experiencia en la producción de metanfetaminas a través de sus aliados de la pandilla Cuinis, está en una posición ventajosa para hacer dinero con nuevas drogas sintéticas como el fentanilo.
“Los esfuerzos del CJNG por dominar puertos clave de las costas del Pacífico y el Golfo le han permitido consolidar componentes importantes de la cadena global de suministro de narcóticos”, indicó el reporte del Servicio de Investigación del Congreso de Estados Unidos. “En particular, el CJNG ejerce su control sobre los puertos de Veracruz, Manzanillo y Lázaro Cárdenas, lo que ha dado al grupo acceso a productos químicos que llegan a México desde China y otras partes de América Latina. Como resultado, el CJNG ha podido adoptar una estrategia de crecimiento agresivo, impulsada por la demanda en Estados Unidos de metanfetamina, heroína y fentanilo de México”.
Y el grupo, al igual que su principal rival, el cártel de Sinaloa, ha podido extenderse a nuevos lugares del mundo, acudiendo a India cuando China empezó a perseguir los envíos de fentanilo, y estableciendo conexiones con bandas chinas y de otros países asiáticos para lavar los beneficios de la droga, que permiten a chinos adinerados eludir los límites de flujo de divisas que impone su gobierno y sacar su fortuna del país.
Bajo el firme mando de Nemesio Oseguera, “El Mencho”, que ahora es el fugitivo más buscado de la agencia antidroga de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) con una recompensa de 10 millones de dólares por su cabeza, tiene un liderazgo más unificado que Sinaloa, que vio fracturada su estructura de mando tras la detención, extradición y condena de Joaquín “El Chapo” Guzmán.
Ahora, según los expertos, buena parte de la violencia en Tijuana, Ciudad Juárez y el estado de Tamaulipas deriva de ofensivas del cártel de Jalisco, a menudo aliado con pandillas locales, para tomar el control de las rutas clave del narcotráfico.
“Tiene una presencia casi nacional”, dijo el analista mexicano de seguridad Alejandro Hope. “Me parece que es más centralizado en su toma de decisiones que en otros grupos criminales. El que manda es el Mencho”.
Dado que el grupo se ha expandido a hoteles y restaurantes, centros comerciales, firmas de bienes raíces, compañías agrícolas y una promotora musical, señaló Hope, “Es más agresivo, más creativo en incursionar en otros negocios que otros. Parece que son más sofisticados a la hora de lavar dinero que otros”.