Epicentro italiano del coronavirus da el ejemplo
CODOGNO, Italia (AP) — Durante tres semanas, no se escuchó el ruido de niños jugando en la plaza central de Codogno, alrededor de la estatua del patrono del pueblo, San Blas, un médico del siglo IV. Durante ese período, el silencio fue sacudido cada vez con menos frecuencia por las sirenas de ambulancias.
Los residentes de este pueblo lombardo que registró el primer brote de coronavirus en Italia han dado un ejemplo de responsabilidad cívica y demostrado que si se quedan en casa, se reduce el contagio. No se han frenado las infecciones en Codogno, que sigue teniendo el brote más grande de las diez ciudades del norte de Italia que fueron aisladas desde un primer momento, pero su propagación ha mermado.
En este pueblo de 16.000 habitantes cerca del río Po, unos 60 kilómetros (menos de 40 millas) al sudoeste de Milán, casi todo el mundo conoce a alguno de los 200 contagiados con el virus, 34 de los cuales han muerto.
Cuando se corrió la voz esta semana de que en las 24 horas previas no había habido una sola infección nueva, la prensa exageró sus informes de que se estaba erradicando el virus. Pero la tendencia parece real, y es una de las razones por las que el primer ministro Giuseppe Conte impuso una serie de rígidas medidas en todo el país esta semana.
El miércoles hubo cinco infecciones nuevas, comparado con las 35 diarias de los primeros días del brote, según informó el alcalde Francesco Passerini, que al igual que la mayoría de los residentes usa una mascarilla y ha acompañado en su dolor a amigos que perdieron a sus padres.
“Esto es una guerra. Pero podemos ganarla”, dijo Passerini. “A diferencia de nuestros abuelos, que pelearon físicamente por nuestra libertad, a nosotros nos piden que actuemos con responsabilidad... responsabilidad y calma”.
Entre los muertos por el virus figuran Umberto Falchetti, de 86 años, que ayudó a transformar la empresa productora de partes de automóviles MTA fundada por su padre en una de las firmas industriales más grandes de la ciudad, que abastece a Fiat Chrysler y Renault, entre otros. “Era una persona saludable, no tenía mal alguno”, dijo su hija María Vitroria Falchetti a la Associated Press por teléfono. Falleció una semana después de sentirse afiebrado.
A lo largo de tres semanas, los residentes se acostumbraron a estar aislados del mundo y de sus vecinos y amigos. Generalmente usan mascarillas cuando salen, aunque no es obligatorio sino más bien “un gesto para evitar contagiar a otros”, según Passerini. Ya nadie se estrecha la mano y se usan otras formas de saludo, incluso una mirada o un gesto. “Tenemos que incorporar estas cosas a nuestra rutina”, dijo el alcalde.
Incluso cuando usan mascarillas, los residentes respetan puntillosamente la regla de mantener un metro de distancia cuando hacen cola en un banco y van a la farmacia o a la panadería.
Si bien el resto de Italia tuvo que adaptarse a rápidos cambios, eso no sucedió en Codogno desde que se detectó el primer caso en Lombardía el 21 de febrero. Ni siquiera cuando la policía y el ejército tomaron posiciones esta semana luego de que Lombardía fuese declarada zona de contención.
“La gente se preguntaba si todo este sacrificio sería en vano”, dijo Passerini. “Nosotros seguimos con nuestra conducta virtuosa. Nos hemos acostumbrado, en la esperanza de que esta emergencia termine pronto, no solo en Codogno sino en todo el país y en Europa”.
La gente ya no puede ir a misa ni conversar en un café, pero la radio de una parroquia transmite misas y oraciones, así como boletines informativos de los organismos de protección civil y mensajes del alcalde. Los trenes no están parando en la estación de Codogno, lo que no es grave ya que nadie va a ninguna parte. Todos los negocios que no son esenciales han cerrado.
“Codogno está en el candelero desde el primer día”, expresó Rosy Ronsivalle durante una parada en un puesto de venta de diarios cuando regresaba a su casa tras recoger medicinas en la farmacia. “Nos hemos comportado bien”.
Todo esto a costa de grandes sacrificios personales.
Ronsivalle improvisó comidas cuando se ordenó el cierre de los negocios, incluidos supermercados, el 21 de febrero a las cuatro de la tarde, dejándola con el refrigerador vacío, y entretuvo a sus hijos de dos y cuatro años de edad, quienes no han vuelto a salir a la calle. También tiene que proteger a su madre, quien hace poco terminó un tratamiento de quimioterapia y tenía programada una operación urgente antes de que se prohibiese salir de una zona roja.
“Su estado es delicado, los médicos en un primer momento dijeron que había que operar de inmediato, que no había tiempo que perder”, señaló Ronsivalle. “Ahora, lamentablemente, hay mucho tiempo para perder por la demanda que enfrentan los hospitales. No hay suficientes camas para ella en la unidad de cuidados intensivos, adonde tendría que ir después de la intervención”.
Ahora esperan una nueva fecha para la operación. “Es otro problema que el coronavirus crea a las familias”, manifestó.