Aficionados ven peleas de gallos tras desafío de Puerto Rico
TOA BAJA, Puerto Rico (AP) — Felipe Espinal entró el miércoles por la noche en su local de peleas de gallos en la localidad norteña de Toa Baja y alzó un bolígrafo blanco en gesto de triunfo, mientras grababa el momento con su celular.
La multitud se calló mientras él exclamaba: “¡El bolígrafo que dijo que podíamos seguir jugando gallos!”.
Horas antes, la gobernadora de Puerto Rico, Wanda Vázquez, había firmado una ley autorizando las peleas de gallos en desafío a una prohibición federal que entraba en vigor el viernes. Lo hizo rodeada por Espinal y otras personas del sector, que vitorearon la decisión, algunos entre lágrimas, aliviados de que al menos por el momento la tradición siguiera viva en la isla después de 400 años.
“Ya podemos vivir tranquilos”, dijo Tony Rojas, que se gana la vida cuidando de 100 gallos de pelea. “Tengo 65 años, ¿quién me iba a dar trabajo? Ni para barrer sirvo. No dormía tranquilo pensando en qué pasará”.
En el territorio estadounidense, de 3,2 millones de habitantes, hay 71 recintos de peleas de gallos en 45 municipios con licencia del Departamento de Recreación y Deporte. Las autoridades estiman que el sector genera 18 millones de dólares anuales y emplea a unas 27.000 personas como Rojas, con trabajos desde jueces a técnicos que limpian a los animales y les dan papaya tras las peleas, o los que colocan espuelas de plástico a los gallos antes de cada lucha.
Muchos de ellos temieron por su medio de vida cuando el Congreso federal aprobó la Ley de granjas de 2018 el pasado diciembre. El texto incluía una ley contra la crueldad contra los animales, que pretendía poner fin a las peleas de gallos en los territorios estadounidenses y les daba un año para acatar la norma. La práctica ya era ilegal en los 50 estados de Estados Unidos, pero sigue siendo frecuente en otras jurisdicciones estadounidenses, como Puerto Rico.
La decisión indignó a muchos funcionarios puertorriqueños, que la percibieron como otra incursión del gobierno federal. Después de todo, las peleas fueron legalizadas en 1933 por un gobernador de Puerto Rico procedente de Kentucky que intentaba atraer turistas estadounidenses a la isla. La medida puso fin a 34 años de peleas clandestinas, iniciadas cuando el gobierno estadounidense las prohibió en mayo de 1899 tras derrotar a España y ocupar Puerto Rico.
Fueron los conquistadores españoles los que llevaron las peleas de gallos a la isla, donde triunfó al margen de raza y clase social, según documentos que el historiador local Juan Llanes presentó en 2014 en el Registro Nacional Estadounidense de Lugares Históricos.
“A través de los pájaros, en la pelea, los esclavos podían derrotar a sus amos, los negros podían derrotar a los blancos, los criollos podían derrotar a los peninsulares”, escribió.
Las peleas de gallos se hicieron tan populares que en 1750 un obispo católico las prohibió a determinadas horas porque la asistencia a la iglesia había bajado, señaló Llanes.
“El deporte de gallos en Puerto Rico no va a desaparecer”, dijo Gerardo Mora, director ejecutivo de la Comisión de Peleas de Gallos de Puerto Rico, una rama del Departamento de Recreación y Deporte.
Mora era uno de los 50 asistentes al recinto de Espinal el miércoles por la noche en Toa Baja, una localidad que abrió su primer establecimiento de lucha de gallos en 1786.
La gente vitoreaba cada vez que un gallo arrancaba un ojo a su rival o le pisaba la cabeza después de que se derrumbara y muriera, tras intensas batallas de menos de dos minutos. Los animales muertos se metían en una bolsa negra de plástico para luego ser rociados con gasolina, quemados y enterrados.
Sentada entre la multitud estaba Yeadealeaucks Báez, maestra y una de las tres únicas mujeres en el lugar. Ella trabajaba con su esposo en la cocina de un establecimiento cercano de peleas de gallos, un empleo que según dijo les permitía pagar la universidad de su hija en Florida y había financiado la educación de su hijo, que ahora era ingeniero.
La pareja temía que el veto federal les dejara en la ruina, especialmente dados los 13 años que lleva Puerto Rico en recesión, y que el territorio sigue tratando de recuperarse del huracán María y de reestructurar parte de sus más de 70.000 millones de dólares de deuda pública.
“Yo le dije a mi esposo que íbamos a tener que vender agua en una luz”, dijo Báez.
Mientras los promotores de peleas y las autoridades celebraban el desafío a la norma federal, activistas de derechos de los animales como Wayne Pacelle, fundador de Animal Wellness Action, con sede en Washington, lamentaban la noticia.
Pacelle dijo creer que las estimaciones sobre el impacto económico de las peleas de gallos en Puerto Rico están infladas, y rechazó los argumentos de que es una tradición de la isla.
“Solo porque a la gente le entusiasme su deporte no significa que forme parte de su cultura”, dijo. “Hay algo gratuito sobre las peleas de gallos que ofende la sensibilidad de la gente”.
También PETA Latino rechazó la decisión de la gobernadora, señalando que iba en contra de los estándares modernos de ética y compasión. El grupo acusó al gobierno de proteger una “industria cruel”.
Algunos legisladores puertorriqueños creían que la cuestión terminaría en los tribunales.
Por su parte, muchos aficionados dijeron que prohibir las peleas solo haría que volvieran a la clandestinidad.
Participantes como Sigfredo Rivera prometieron seguir todo lo posible.
“Usted no sabe la depresión que teníamos”, dijo sobre el veto federal. “Nunca me quité ni me quitaré”.