AP Fotos: Cosecha de azafrán une a mujeres de aldea marroquí
ASKAOUN, Marruecos (AP) — Un chico de diez años llama a rezar al amanecer en una aislada aldea de las montañas Atlas de Marruecos, poniendo en marcha un laborioso día en el que los lugareños librarán una carrera contra el reloj para recoger la cosecha que produce la especie más cara de la tierra: la de azafrán.
Quienes responden al llamado son mayormente mujeres de edad, que parten de sus casas de ladrillo de barro en Askaoun antes de que salga el sol y se encaminan a campos cubiertos de flores violetas cuyas hebras carmesí se transformarán en el azafrán anaranjado consumido en todo el mundo.
“Las flores nos piden que las recojamos. Mira, se te entregan en la mano”, dice Biya Tamir, una recolectora. No sabe cuántos años tiene, aunque calcula que es sesentona. Su espíritu, afirma, es el de una niña.
A las mujeres les duele la espalda de tanto agacharse y tienen ampollas en las manos en esta mañana fría, pero cantan y conversan mientras recogen flores que crecen en pocas regiones del mundo. Marruecos es uno de los principales cinco productores del mundo de azafrán, con una producción de 6,8 toneladas el año pasado, según el ministerio de agricultura. Irán es de lejos el mayor productor mundial.
Las plantas de azafrán florecen solo durante dos semanas al año y los capullos, que tienen tres hebras cada uno, se arruinan si se abren. Esto aumenta la presión sobre las mujeres para que trabajen pronto y eficientemente.
Todo se hace a mano. Si las hebras no son recogidas y secadas a las pocas horas, su calidad se reduce drásticamente. Por ello el cultivo de azafrán es una de las actividades agrícolas más laboriosas. No en vano se le dice el “oro rojo”.
Pocos cultivos prosperan en las tierras áridas de la cordillera baja de Atlas, por lo que los lugareños dependen exclusivamente del azafrán para sobrevivir. Pero solo ven un porcentaje mínimo de lo que los consumidores gastan en la especie y el mal tiempo puede causar estragos en sus economías. Este año las lluvias fueron irregulares, escaseó la nieve y no hizo mucho frío.
“La cosecha fue al menos un 50% más baja que la del año pasado. La gente se siente indefensa”, dice Rachida Baha, presidenta de una cooperativa llamada Tamghart Al Filahya, que ayuda a las mujeres que trabajan en la cosecha de azafrán.
“Las mujeres no conocen el valor real del azafrán”, dijo Baha. “Por años han estado trabajando casi gratis. Muchas todavía lo hacen”.
La aldea no tiene servicios médicos cercanos y las mujeres dan a luz en sus casas.
“Si una persona se enferma le damos una sopa caliente y si eso no funciona la llevamos al cementerio”, dice Fatima Ait Tahadoucht, sentada en una mesa en la que las mujeres extraen las hebras, cada una con una colorida pañoleta en la cabeza.
Hablan de las venas que tienen en las piernas y de otros males, hasta que la charla se ve interrumpida por el canto que se escucha en una casa vecina.
“La cosecha del azafrán es dura, pero tenemos tiempo para olvidarnos de nuestras penas”, dice Khadija Safieddine, de 23 años. "Nos reunimos y la pasamos bien. Por eso queremos tanto al azafrán”.