La violencia alarma a catalanes no independentistas
BARCELONA, España (AP) — Como guía turística en una de las ciudades más visitadas de Europa, María José Martínez lleva con frecuencia a grupos de turistas hasta un mirador en Barcelona para ver el paisaje de una de las ciudades más evocadoras de España.
Pero en lugar de verse impresionados por el azul del Mediterráneo y las torres como de castillos de arena de la basílica de La Sagrada Familia diseñada por Antoni Gaudí, últimamente los clientes se han sentido inquietos por el humo que se alzaban desde barricadas incendiadas por separatistas catalanes.
“Mis clientes me preguntaban ‘¿Qué es esa enorme columna de humo, María?’”, dijo el viernes Martínez, de 55 años, recordando una conversación de unos días antes. “Les dije esto es lo que están haciendo los separatistas supuestamente no violentos, quemar la ciudad”.
Martínez pertenece al aproximadamente 50% de los 7,5 millones de habitantes de Cataluña que, según sondeos y elecciones recientes, se opone al movimiento independentista en la acomodada región, que ha abierto la peor crisis política en España en varias décadas. Ella y otras personas dicen estar cada vez más preocupadas por el giro violento que ha dado el movimiento separatista tras casi una década de protestas pacíficas.
Barcelona y las poblaciones cercanas se vieron golpeadas hace poco por una semana de disturbios inesperadamente violentos, después de una histórica decisión del Tribunal Supremo español el 14 de octubre que condenó a prisión a nueve líderes independentistas catalanes por su fallido intento de secesión en 2017. Muchos independentistas vieron el veredicto como injusto y tomaron las calles en protestas pacíficas.
Sin embargo, algunas marchas se vieron seguidas por intensos choques con la policía. Las batallas callejeras dejaron unos 500 heridos, casi la mitad policías, y subieron la tensión en la región nororiental.
Además, muchos unionistas españoles están hartos de lo que describen como una atmósfera social asfixiante en Cataluña, donde los independentistas tienen el apoyo de la mayoría de las instituciones públicas, de muchos cargos electos en los gobiernos regionales y municipales, y de los medios públicos locales.
Martínez y otras personas partidarias de seguir dentro de España dicen que suelen sentirse ignoradas o marginadas. Martínez indicó que está valorando irse de Barcelona al sur de España porque su negocio turístico está sufriendo cancelaciones de turistas asustados por los disturbios.
Otros unionistas han adoptado una estrategia diferente: están empezando a contraatacar.
Movilizados tras los recientes incidentes violentos, 80.000 unionistas llenaron un importante bulevar de Barcelona en su propia protesta el pasado 27 de octubre.
Mientras que los partidos y grupos civiles independentistas han dejado a un lado sus diferencias sobre cuestiones sociales y económicas para hacer frente común, el bando unionista lleva tiempo marcado por las divisiones tradicionales entre izquierda y derecha política. La protesta fue un caso poco habitual en el que políticos progresistas y conservadores marcharon juntos.
Jordi Salvadó, estudiante de derecho de 24 años, asistió a la marcha unionista. Forma parte de una organización estudiantil llamada S’Ha Acabat (“Se ha acabado” en catalán) que hace frente a activistas independentistas en las universidades, donde se han centrado las protestas una vez se han calmado las calles.
Grupos de alumnos separatistas han marchado y convocado huelgas y sentadas, presionando a varias universidades en Cataluña a cancelar algunas clases o hacer opcional la asistencia para que los alumnos puedan sumarse a las protestas. Salvadó fue uno de los muchos alumnos que se abrieron paso a la fuerza entre separatistas enmascarados que bloquearon los acceso a edificios universitarios desde el fallo judicial.
“Lo que tiene que pasar es que la universidad tiene que dejar de concederles privilegios”, dijo Salvadó. “Creemos que no se va a mejorar”.
“Que (los separatistas) dejen a un lado la violencia y respeten los derechos y libertades de los que no pensamos como ellos”, afirmó.
A simple vista, Barcelona ha vuelto en gran parte a la normalidad, salvo por algún corte ocasional en una calle por pequeños grupos de separatistas y la ausencia de contenedores de basura, incendiados por los manifestantes.
Pero la crisis catalana se alza como un aspecto decisivo para las elecciones generales en España del 10 de noviembre, en las que el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, aspira a la reelección. Sánchez se ha negado a reunirse con el presidente regional de Cataluña, Quim Torra, un ferviente separatista y que según Sánchez no ha atendido adecuadamente las preocupaciones de sus ciudadanos unionistas.
Torra y otros líderes independentistas han anunciado una campaña no violenta de desobediencia civil que incluiría cortes de carreteras y vías con la esperanza de obligar al gobierno español a negociar. En una entrevista reciente con The Associated Press, Torra dijo que “si no nos sentamos a hablar, esto no parará”, en referencia a las protestas.
Y si bien los disturbios se han detenido por ahora, muchos temen que puedan reaparecer. Eso ha hecho temer a las empresas que Barcelona esté perdiendo su posición entre las ciudades más atractivas del mundo.
Carlos Rivadulla, presidente de una asociación empresarial no independentista, expresó su preocupación por el coste a largo plazo del separatismo en Cataluña, uno de los motores económicos tradicionales en España.
Unas 1.000 empresas catalanas, incluidos los dos bancos más importantes de la región, registraron sus sedes legales fuera de Cataluña en 2017, en pleno intento de secesión. La economía catalana creció a menor ritmo que la media de las regiones españolas en 2018, y se ha quedado por debajo del crecimiento registrado en Madrid.
“El señor Torra está trabajando contra las empresas”, dijo Rivadulla. “España es de lejos nuestro cliente más importante, ¡y les está insultando!”.
Cataluña, afirmó, no puede permitirse una “lenta muerte económica” provocada por protestas violentas, inestabilidad y un descenso en el comercio.
“Todos los indicadores están empeorando. Nos estamos disparando en un pie”, dijo.