Final Copa Libertadores, otra vez trauma para Sudamérica
BUENOS AIRES (AP) — Un año después, la misma encrucijada: ¿dónde jugar la final de la Copa Libertadores?
La CONMEBOL, que en 2018 tomó la polémica decisión de mudar a Madrid el duelo entre River Plate y Boca Juniors por los graves hechos de violencia en Buenos Aires, ve ahora peligrar su ambicioso plan de mostrar al mundo un espectáculo al estilo de la Liga de Campeones de Europa por el estallido social en Chile.
23 de noviembre, estadio Nacional de Santiago. Día y lugar fijado por la CONMEBOL para la primera final única del certamen continental entre el último campeón River Plate de Argentina y Flamengo de Brasil.
Se suponía el escenario ideal — un país ejemplo en la región de estabilidad política y desarrollo económico — para no sufrir los contratiempos de un año atrás. A 20 días del partido, la entidad no puede garantizar que se juegue allí y evalúa opciones.
Con venta anticipada de entradas, acreditación de periodistas en marcha y fanáticos con reserva de vuelos y hoteles, el descontento social estalló en las calles de Chile hace dos semanas, con un saldo de 20 muertos. Los manifestantes exigen mejores pensiones, salud y educación y rebajas en servicios públicos, medicamentos, viviendas sociales e impuestos. Incluso, algunos piden la renuncia del presidente Sebastián Piñera y la reforma de una Constitución que data desde la dictadura de Augusto Pinochet.
En un clima de máxima tensión social, Chile y la CONMEBOL ratificaron este miércoles la final en Santiago, llamativamente después de que el propio gobierno de Piñera suspendió dos eventos de impacto mundial: la cumbre del Foro de Cooperación Asia-Pacífico (APEC), que iba a tener lugar el 16 y 17 de noviembre con la presencia de los mandatarios Donald Trump y Xi Jinping. También la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25), prevista del 2 al 13 de diciembre.
Pero al margen de la buena voluntad de Chile, sus calles siguen en ebullición por el descontento con las medidas sociales impulsadas por el gobierno.
"Me preocupa la situación por la que está atravesando Chile”, admitió a principios de esta semana Marcelo Gallardo, técnico de River Plate. “Esperemos que pueda resolverse en paz por su país y su gente, y después nosotros para tener certezas de dónde vamos a jugar”.
Un año atrás la CONMEBOL se frotaba las manos: River y Boca, los dos gigantes del fútbol sudamericano, jugarían por primera vez una final por el título continental. En ese momento a dos partidos, la contienda iba a definirse en el estadio Monumental de River el 24 de noviembre.
Aunque sólo había público local, el operativo de seguridad falló en proteger la llegada del autobús que trasladaba al plantel de Boca, que fue atacado a pocas cuadras del estadio con piedras y botellas lanzadas por fanáticos millonarios. Al menos tres jugadores boquenses tuvieron que ser atendidos con heridas cortantes.
La CONMEBOL mudó la final a Madrid, aún en contra de la opinión de los dos equipos. Ganó River 3-1 el 9 de diciembre. En Sudamérica muchos sintieron como una ofensa cambiar la sede a otro continente.
Descartados ahora estadios de Argentina y Brasil, las opciones se acotan a la Nueva Olla de Cerro Porteño en Asunción, donde se jugará la final de la Copa Sudamericana entre Colón de Argentina e Independiente del Valle de Ecuador el 9 de noviembre. La contra es que tiene una capacidad menor al estadio Nacional.
También se evalúan los estadios Nacional de Lima (Perú) y el Metropolitano Barranquilla (Colombia), donde juegan las selecciones de ambos países.
“Sabemos que la gente nos alentará a donde sea que nos toque jugar”, dijo Everton Ribeiro, volante del equipo brasileño. “La CONMEBOL ratificó que será en Chile, así que nosotros estamos pensando en Chile y en la final”.
Los próximos días serán claves para definir la suerte del partido más emblemático a nivel clubes de Sudamérica.