Mexicana no acepta medalla hasta hallar a desaparecidos
CIUDAD DE MÉXICO (AP) — El 20 de noviembre de 1976, México vio por primera vez cómo una madre mexicana portaba sobre su pecho la foto de un hijo desaparecido frente a un presidente. Ella era Rosario Ibarra. El joven de la foto, Jesús Piedra, miembro del grupo armado la Liga Comunista 23 de septiembre, que habían sido detenido y acusado del asesinato de un policía un año antes y cuyo paradero desconocía desde entonces.
A sus 92 años, esta luchadora social incansable, la primera mujer candidata a la presidencia de México, varias veces diputada y senadora, volvió a dejar claro que batalla no ha acabado al dejar “en custodia” del presidente, Andrés Manuel López Obrador, el galardón que el miércoles le entregó el Senado, hasta saber la verdad sobre los desaparecidos.
“No quiero que mi lucha sea inconclusa”, dijo su hija, Rosario Piedra, dando lectura al discurso de Ibarra, que por motivos de salud no acudió a la ceremonia de entrega de uno de los reconocimientos de más prestigio del país que otorga cada año la cámara alta.
“Dejo en tus manos la custodia de tan preciado reconocimiento y te pido que me la devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos y añorados hijos y familiares y con la certeza de que la justicia anhelada, por fin los ha cubierto con su velo protector”, le dijo al mandatario, presente en el acto solemne y quien siempre ha dicho tener en Ibarra una de sus referencias de lucha política.
Horas antes, López Obrador la puso como “ejemplo mundial de congruencia y lucha” y después de recibir la medalla se comprometió a “hacer todo lo que humanamente posible para dar con los desaparecidos”.
“Sabré cumplir con su encomienda, voy a estar a la altura de las circunstancias”, agregó.
Rosario Ibarra lleva más de 40 años buscando a su hijo y a través del Comité Eureka fue una de las promotoras de la búsqueda de los desaparecidos del país, tanto de los de la llamada guerra sucia, en los años 70, como de los más de 40.000 desparecidos actuales en el contexto del combate al crimen organizado.
Esta mujer norteña, que en su discurso calificó a López Obrador de “querido y respetado amigo”, siempre ha defendido la lucha contra la corrupción, la impunidad y la simulación. Fue la primera mujer candidata a la presidencia de México en 1982 y lo intentó de nuevo en 1988. Fue dos veces diputada y luego senadora y la nominaron cuatro veces al Premio Nobel de la Paz.
Fue también la mujer que le puso la banda “presidencial” a López Obrador cuando se autoproclamó “presidente legítimo” después de que se diera por vencedor a Felipe Calderón en la elecciones de 2006. En respuesta, el hoy mandatario dijo que fue a ella a quien votó en las elecciones que le dieron la victoria en 2018 en un acto simbólico de reconocimiento a su figura.
“No permitas que la violencia y la perversidad de los gobiernos anteriores siga acechando”, le espetó la luchadora social desde las cuartillas leídas por su hija.
Su reclamo de verdad y justicia para los desaparecidos, así como su exigencia de amnistía para los presos políticos de México tuvo todas las formas posibles: encadenándose en lugares emblemáticos, con marchas, huelgas de hambre, visitas a campos y prisiones militares o incluso yendo 18 años seguidos a pedir justicia ante las oficinas de Naciones Unidas, como ella misma cuenta en el documental “Rosario”, de Shula Erenberg.
En su discurso del miércoles, lamentó que la desaparición forzada continúe en el país, instó a seguir luchando “por la vida y la libertad” y dejó entrever que el gobierno “añorado” de la izquierda mexicana, a un año de llegar al poder, no ha dado tantos resultados esperados.
“Las familias de Eureka hoy seguimos igual que hace tantos años”, dijo. ““La herida abierta solo dejara de sangrar cuando sepamos donde están los nuestros”.