Carlos Mesa, el intelectual boliviano que reta a Morales

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Carlos Mesa, el intelectual boliviano que reta a Morales
En esta foto del 5 de octubre de 2019, el candidato presidencial de la oposición, el expresidente Carlos Mesa, mira a sus partidarios durante un mitin de campaña en El Alto, Bolivia. Las nación celebrará elecciones generales el 20 de octubre. (AP Foto / Juan Karita)

LA PAZ, Bolivia (AP) — Carlos Mesa tiene el cabello cano, es alto -a diferencia del promedio de sus compatriotas bolivianos- y cuando habla emplea lenguaje académico, como si fuera un catedrático dirigiéndose a sus estudiantes.

Periodista e intelectual de 66 años, carga con un pasado que para algunos lo reivindicó ante la historia y para otros le ganó una imagen de timorato: en 2005, cuando llevaba dos años fungiendo como presidente interino de Bolivia, se vio acorralado por protestas encabezadas por el entonces líder cocalero Evo Morales y renunció para evitar una escalada en la turbación social.

En aquel entonces Morales le ganó la partida y al año siguiente se convirtió en el primer presidente indígena del país andino, pero ahora los papeles parecieran haberse invertido y Mesa --con todo y ese porte de intelectual que sonríe poco y por instantes pareciera lejano a las masas-- es la peor amenaza del actual mandatario, que busca reelegirse para un cuarto mandato consecutivo en las elecciones de este domingo.

Aunque es imposible anticipar lo que ocurrirá el día de los comicios, encuestas de intención recientes han dado a Mesa un segundo lugar con estimaciones que van de los siete a los diez puntos de diferencia, lo que podría llevarlos a reencontrarse en segunda vuelta. La situación sería inédita para Bolivia y para Morales, quien nunca ha perdido en las urnas.

Con un electorado polarizado entre los que apoyan a Morales y quienes lo rechazan, Mesa ha logrado capitalizar el descontento contra el mandatario, pero su falta de carisma y su formalidad al conducirse en público parecen alejarlo de los votantes a los que debe seducir.

Profesor universitario, aunque sin título académico, creció entre libros de arte e historia y junto a sus padres -reputados historiadores- escribió el libro de historia más completo y consultado de Bolivia. En 2002, fue elegido vicepresidente junto a Gonzalo Sánchez de Lozada, quien renunció un año después tras la muerte de 65 manifestantes durante una revuelta popular que derivó en la caída de los partidos tradicionales.

Mesa se salvó de la hecatombe porque se desmarcó de la represión callejera y denunció las muertes. Su gesto lo reivindicó y el Congreso lo nombró presidente interino, pero dos años después debió dimitir para evitar posibles muertes en una dura protesta convocada por los sindicalistas, entre ellos Morales.

Ahora los rivales se vuelven a ver la cara y Mesa quiere volver a gobernar -esta vez a través de las urnas- “para cambiar Bolivia” y ponerle un alto a lo que él ha calificado como la perpetuación de Morales en el poder.

“Nos dijo que iba a gobernar al pueblo. ¿Hace cuánto tiempo se olvidó del pueblo? El 21 de febrero de 2016, no nos escuchó. (Ahora) podemos hacer una Bolivia mejor”, dijo Mesa recientemente en un mitin electoral en la ciudad de El Alto, vecina de La Paz y bastión de Morales.

En 2016, el actual mandatario llamó a referendo para consultar a la población si lo apoyarían en una cuarta reelección -no autorizada por la Constitución- y perdió, pero a pesar de ello forzó su postulación amparado en un controvertido fallo del Tribunal Constitucional.

Cuando Mesa habla en contra de Morales, levanta el entusiasmo de sus seguidores, pero cuando aborda otros temas le cuesta romper el hielo y bromear.

“Es difícil acercarse a él. No siempre tienes la suerte”, dijo Juana Mamani, una mujer aymara de 58 años que espera que el candidato gane para que ya no haya “tanta corrupción”.

En cuanto a su pasado, despierta opiniones encontradas. Algunos rechazan sus acciones, pero otros lo justifican. “(Su renuncia) para mí fue un acto noble. Sino, ¿de cuántos muertos más estaríamos hablando?”, dijo a la AP la maestra de primaria Blanca Mendoza, quien sostenía una bandera con la cara del candidato.

El propio Mesa recordó una vez que en medio de la revuelta popular de 2003 le dijo al entonces presidente Sánchez de Lozada que evitara una masacre porque los muertos “lo iban a enterrar”. Tras las muertes, Sánchez de Lozada se refugió en Estados Unidos y hoy enfrenta en Bolivia cargos por asesinato y un pedido de extradición.

Como presidente interino, Mesa se negó a firmar una nueva ley de hidrocarburos ante la posibilidad de que se marchasen las petroleras, lo que sus críticos calificaron como un acto de “cobardía”.

Tras su paso ingrato por la vida pública, Mesa regresó a sus libros y se mantuvo años alejado de la política, tiempo durante el cual actualizó su “Historia de Bolivia”. Irónicamente regresó a servir al gobierno de la mano de Morales, quien lo invitó como embajador de una causa marítima boliviana en abril de 2014, cuando Bolivia demandó a Chile ante la Corte Internacional de la Haya por una salida al mar. Mesa se movió como pez en el agua y aunque su país perdió ante Chile, su defensa del asunto le valió buenas opiniones y regresó a la palestra pública.

La formalidad de sus palabras no ha cambiado con los años, pero Mesa sí ha realizado algunos ajustes a su imagen. Para hacer campaña, cambió el saco, la camisa y el pantalón formal por zapatos deportivos y jeans para tocar puerta por puerta. En cada acto público al que asiste intenta acercarse a su público e incluso baila al ritmo de una cumbia.

Sin embargo, lo que el mismo Mesa quizá no debería olvidar es que en los próximos comicios no sólo deberá competir con su pasado y el apoyo que aún mantiene el actual presidente, sino con otro opositor -Óscar Ortiz- quien lo ha calificado como un candidato tibio.

De obtener el triunfo, sus retos tampoco serían menores.

“A Mesa se lo ha visto como un gran historiador, pero otra cosa es en el campo político y es más difícil”, explicó Franklin Pareja, analista y profesor universitario.

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