El malestar iraquí estalla en una crisis sin salida visible
BAGDAD (AP) — Irak está hundido en un nuevo ciclo de inestabilidad que podría ser el más peligroso que enfrenta esta nación asolada, apenas dos años después de proclamar la victoria sobre el grupo Estado Islámico en una guerra que dejó en ruinas a buena parte del territorio y desplazó a decenas de miles.
Los cruentos enfrentamientos han dejado más de 100 muertos en apenas una semana. Pero esta vez, no se trata de fuerzas de seguridad contra extremistas islámicos, chiítas contra sunitas o insurgentes contra fuerzas de ocupación.
Las fuerzas iraquíes están matando a jóvenes iraquíes que reclaman empleo, electricidad y agua limpia, además del fin de la corrupción.
Todavía no está claro por qué el gobierno respondió de manera brutal a unos pocos cientos de manifestantes desarmados que organizaron su protesta a través de las redes sociales. Pero los analistas dicen que la violencia ha colocado a Irak en una trayectoria peligrosa de la cual sería difícil salir.
A medida que las protestas espontáneas _sin una dirección política emergente a la vista_ chocaban con las fuerzas de seguridad en poblaciones grandes y pequeñas, el gobierno se mostraba impenitente e incapaz de ofrecer soluciones a los problemas arraigados. Todo esto genera el temor de que una nación árabe más quedará sumida en una crisis sin salida inmediata.
“El empleo de la fuerza combinado con concesiones menores permitirá aliviar temporalmente la presión, pero no pondrá fin a la crisis”, escribió Ayham Kamel, jefe para Medio Oriente y el norte de África en el Eurasia Group. “Se puede contener este ciclo de protestas, pero el sistema político seguirá perdiendo legitimidad”.
En sus reclamos de mejores servicios y el fin de la corrupción, los manifestantes no se diferencian en absoluto de los que se levantaron en la ciudad sureña de Basora a mediados del año pasado para protestar los cortes constantes de electricidad y la contaminación del agua. O los de 2016 que escalaron los muros de la Zona Verde fortificada de Bagdad e invadieron el parlamento al grito de “¡ladrones!”.
Pero a diferencia de las protestas de 2016 encabezadas por el clérigo populista chiíta Muqtada al-Sadr, las de hoy no responden a partido político alguno. La mayoría son veinteañeros. No tienen una lista clara de reclamos ni un programa, tampoco un vocero que hable en su nombre. Algunos son adolescentes o graduados universitarios que no consiguen empleo en un país plagado por la corrupción cuyo subsuelo contiene algunas de las reservas petroleras más grandes del mundo.
El movimiento _si se lo puede llamar así_ no tiene contornos claros ni ofrece soluciones inmediatas. Los manifestantes dicen que están hartos de la clase política post-2003 que se beneficia con sobornos, nepotismo y corrupción mientras el común de los iraquíes bebe agua contaminada y sufre el desempleo masivo.
Y lo más notable es que la mayoría de los manifestantes contra un gobierno encabezado por chiítas son chiítas.
El primer ministro Adel Abdul-Mahdi ha prometido responder a los reclamos. Pero el premier de 77 años inició su mandato el año pasado con un cúmulo de retos heredados como alto desempleo, corrupción generalizada, servicios públicos en ruinas y escasa seguridad, y ha dicho que no hay “soluciones mágicas para todo eso”.
La crisis estalló el 1 de octubre cuando los manifestantes organizados a través de las redes sociales salieron a reclamar sus derechos. Se les respondió con cañones hidrantes, gases lacrimógenos y balas. Un reclamo fue por la destitución brusca de un alto jefe militar que había conducido batallas contra las milicias del Estado Islámico y se lo consideraba un general respetado, no corrupto. Pero la lista de quejas era larga.
Las protestas suceden en un momento crítico para Irak, atrapado en medio de las tensiones crecientes entre Estados Unidos y la potencia regional chiíta Irán, ambos aliados del gobierno de Bagdad. El débil primer ministro iraquí ha tratado de mostrarse neutral.
Para mayor nerviosismo, misteriosas incursiones aéreas atribuidas a Israel atacaron durante semanas las bases militares y depósitos de municiones en Irak de milicias respaldadas por Irán, las que juraron vengarse de las fuerzas estadounidenses en el país.
Una vez iniciadas, las protestas se propagaron rápidamente de Bagdad hacia el sur, incluida Basora. El gobierno, desesperado, impuso el toque de queda de 24 horas y clausuró el internet durante días.
El vocero del ministerio del Interior, mayor general Saad Maan, dijo el domingo que al menos 104 personas murieron y más de 6.000 resultaron heridas. Dijo que entre los muertos había ocho efectivos de las fuerzas de seguridad, y los manifestantes incendiaron 51 edificios públicos y ocho locales partidarios.
La represión masiva parece haber reducido el número de manifestantes por el momento, aunque se producen choques esporádicos, y el lunes se produjo una batalla de horas cerca de Ciudad Sadr, un vecindario particularmente volátil de Bagdad.
Pero entre iraquíes y observadores existe el consenso de que se ha roto una represa y que, habiendo tantos muertos, el movimiento de protesta resurgirá, tal vez mejor organizado, tarde o temprano.
En un país repleto de armas, hay temores de que la violencia desemboque en una situación similar a la de Siria, y que milicias intransigentes leales a Irán busquen aprovechar el caos.
Muqtada al-Sadr, el clérigo influyente con una gran base de apoyo popular chiíta y el bloque más grande en el parlamento, ha reclamado la renuncia del gobierno y suspendido la participación de su bloque hasta que el gobierno presente un plan de reformas.
La eventual participación de al-Sadr le daría al movimiento un gran impulso y posiblemente provocaría más violencia.
Ali Al-Ghoraifi, un bloguero iraquí, dijo que el gobierno tal vez ha logrado contener la situación por el momento.
“Pero será como carbón a punto de encenderse en cualquier momento y lugar”, escribió. “Y cuando lo haga, quemará a todos”.