Algunos quieren quedarse en devastada ciudad de Bahamas
MARSH HARBOUR, Bahamas (AP) — Las calles están llenas de coches aplastados, cables eléctricos cortados, árboles desgajados y un profundo silencio.
En el aeropuerto y el muelle, cientos de personas tratan de hacerse con pasajes para aviones y huecos en barcos, que llegan con ayuda y se marchan con gente que perdió sus hogares cuando el letal huracán Dorian golpeó las Bahamas.
Casi una semana después de que el desastre llegara desde el mar, el resto de la ciudad de Marsh Harbour, en la Isla Ábaco, parecía desierto el sábado. Un viento cálido soplaba entre los pinos decapitados y viviendas derrumbadas por el huracán más potente jamás registrado en el noroeste de Bahamas.
Los equipos de rescate seguían tratando de llegar a algunas poblaciones aisladas por las inundaciones y los escombros, tras un cataclismo que mató a 43 personas. Ocho personas murieron en las Isla Gran Bahama y 35 en Ábaco, según el primer ministro, Hubert Minnis.
La Guardia Costera estadounidense dijo haber rescatado a un total de 290 personas en el norte del archipiélago tras el huracán. Seis helicópteros MH-60 Jayhawk y nueve lanchas ayudaban en las tareas de auxilio, según los guardacostas.
Naciones Unidas dijo haber enviado ocho toneladas de suministros. El cargamento enviado por mar incluye unas 14.700 comidas listas para consumir, así como equipamiento logístico y de telecomunicaciones, indicó Herve Verhoosel, portavoz del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas.
“Las necesidades siguen siendo enormes”, dijo Verhoosel.
No había cifras oficiales disponibles, pero buena parte de la población de Marsh Harbour, donde vivían la mayoría de los aproximadamente 20.000 habitantes de Ábaco, parecía haberse marchado ya. Muchos se alojaban con familiares en la capital, Nassau, otros con parientes en Florida y otras partes de Estados Unidos.
En una colina con vistas al mar azul en el vecindario de Murphy Town, en Marsh Harbour, Jackson Blatch y su yerno ya estaban trabajando en la reconstrucción. Bajo el abrasador sol del mediodía, retiraban tejas dañadas del tejado de Blatch y las lanzaban a su camioneta, estacionada bajo el alero de una casa que construyó con sus propias manos.
Como otros pocos vecinos de Ábaco, Blatch se ha quedado en una isla arrasada por la naturaleza.
“Todo el mundo dice, ‘Vete’. ¿Irme a dónde?”, preguntó Blatch. “Mi plan es reconstruir esta isla. Tengo mucho que ofrecer”.
A diferencia de casi todas las casas de Ábaco, la de Blatch sufrió pocos daños. Es un constructor que se enorgullece de hacer un trabajo de calidad. Cuando llegó el huracán, solo pudo arrancar las contraventanas que no había podido reforzar y llevarse algunas tejas, dejando las posesiones de la familia húmedas pero con la estructura y los muebles de la casa intactos.
De modo que Blatch tenía electricidad de un generador, agua potable, comida y la ayuda de su yerno, Moses Monestine, de 25 años.
“No tengo una hipoteca. No quiero ir a Nassau”, dijo. “No quiero ir a Estados Unidos. No quiero depender de nadie”.
Los residentes de la isla se describen como gente autosuficiente y con recursos, acostumbrada a ganarse la vida en el mar. Las familias extendidas abarcan cuadras e incluso barrios enteros, formando redes de apoyo que entraron en funcionamiento antes de la tormenta.
Muchos vecinos trabajan en barcos o muelles, otros en segundas residencias construidas por estadounidenses adinerados en la isla.
Brian Russell, de 55 años, es un ingeniero naval que ha pasado tres huracanes en alta mar y muchos otros en tierra.
En su casa en el vecindario de Dundas Town tiene agua potable para seis meses y cuatro meses de agua para bañarse. Tiene un generador y comida para varios meses.
La destrucción no le arredra.
“Llevo mucho tiempo por aquí”, dijo. “No me preocupa. Vayas donde vayas, la vida es lo que hagas con ella”.
Cuando el agua contaminada por la tormenta se haya limpiado, dijo Russell, puede vivir de la pesca y su huerto. Su pequeño jardín de cebollas, tomates y bananeros quedó destruido, pero tiene previsto replantarlo y añadir otros frutales.
Otras personas estaban más varadas que decididas.
Sterling McKenzie, un operador de maquinaria retirado de 67 años, vive en la casa de su hermana con otros familares que perdieron sus casas. Sobreviven con la comida y el agua donadas por autoridades de Bahamas y trabajadores humanitarios que pasan a diario.
“Supongo que podemos quedarnos y capearlo”, dijo. “No tengo otra opción”.