El juez conservador de Corte Suprema que viró a la izquierda
WASHINGTON (AP) — John Paul Steven se corrió hacia la izquierda mientras la Corte Suprema viraba hacia la derecha en sus 35 años como juez del máximo tribunal de Estados Unidos.
Un republicano del centro del país que usaba moñito, terminó liderando el sector liberal de la Corte y apoyando firmemente el derecho al aborto, las protecciones al consumidor y restricciones a la pena de muerte.
Stevens, quien falleció el martes a los 99 años en Fort Lauderdale, renunció a su banca a los 90 años, pero permaneció activo en la vida pública. Escribió libros, habló con frecuencia en público y escribió largos artículos para The New York Review of Books.
Le gustaba decir que él siempre pensó más o menos lo mismo, que la que cambiaba de parecer era la Corte, que se hacía más conservadora. “No me considero un liberal”, declaró a The New York Times en el 2007. “Considero que, en términos generales, soy bastante conservador”.
En sus primeros años en el máximo tribunal criticaba los programas de “acción afirmativa” a favor de las personas de bajos recursos y apoyaba la pena de muerte. Sus posturas en ambos terrenos cambiaron radicalmente, al punto de que Stevens declaró en el 2008 que creía que la pena de muerte era inconstitucional.
Sus argumentos legales fueron a menudo descritos como imprevisibles e idiosincrásicos, sobre todo en sus primeros años. Fue un escritor prolífico de distintas opiniones que justificaban sus posturas, estuviesen o no en sintonía con las de la mayoría.
Evitaba filosofías generalizadas y analizaba caso por caso según sus méritos, al tiempo que respetaba los precedentes.
“Trato de hacer cumplir las leyes de una forma sensible”, dijo a USA Today después de jubilarse. “Casi siempre pensé que tenía la respuesta apropiada”.
No le importaba ser el único que disentía, como hizo en el 2007, en relación con unan persecución policial a alta velocidad. Los jueces votaron 8-1 a favor de exonerar a los agentes por las lesiones serias sufridas por el perseguido.
Era extremadamente educado, muy gentil con los abogados que presentaban casos. Pero estricto al mismo tiempo. Después de que sus colegas completaban sus preguntas, él pedía permiso para hablar y se adentraba en el punto más endeble de sus argumentos.
Le preocupaba sobre todo los problemas de la gente común con el gobierno o con sectores poderosos, dinámicas que observó de primera mano de niño.
Cuando tenía 14 años, su padre, propietario de un hotel de Chicago, fue condenado erróneamente por desfalco. Pudo limpiar su nombre durante una apelación, pero décadas después su hijo decía que el drama que vivió su familia le enseñó que la justicia también puede equivocarse.
A Stevens le preocupaban sobre todo los padeceres de la gente común en relación con el gobierno o cualquier grupo poderoso, algo que experimentó en carne propia de niño.
Cuando tenía 14 años, su padre, propietario de un hotel de Chicago con problemas para sobrevivir, fue condenado erróneamente por desfalco. Pudo limpiar su nombre al apelar, pero décadas después su hijo decía que el drama de su familia le enseñó que la justicia puede fallar.
Atribuía su sensibilidad a los abusos del poder de la policía y los fiscales a sus experiencias defendiendo personas pro bono en sus comienzos como abogado en Chicago.
Se arrepintió de una sola cosa en su gestión como juez de la Corte Suprema: De haber apoyado la restitución de la pena de muerte en 1976. Más de tres décadas después, declaró públicamente su oposición a la pena capital, diciendo que prejuicios y otros factores a menudo generaban decisiones injustas.
Una de las opiniones disidentes más duras que emitió fue cuando la Corte levantó las restricciones a lo que podían aportar las empresas y los sindicatos a las campañas electorales en el 2010. Dijo que el fallo iba “en contra del sentido común de los estadounidenses” y representaba una amenaza para la democracia.
“Ese día decidí renunciar”, reveló Stevens más adelante. Tenía 90 años.
Había nacido el 20 de abril de 1920 y tuvo una infancia privilegiada. Conoció a Amelia Earhart y a Charles Lindbergh, pioneros de la aviación, en el hotel de su familia y presenció el jonrón anunciado de Babe Ruth en la serie mundial de 1932.
Se unió a la Armada el día antes del ataque a Pearl Harbor y recibió la Estrella de Bronce por su servicio con un equipo que descifró unos códigos japoneses. Ese trabajo permitió a Estados Unidos derribar el avión donde viajaba el comandante de la Armada japonesa.
Después de la guerra, se graduó como primero en su clase en la facultad de derecho de la Universidad del Noroeste y asistió al juez de la Corte Suprema Wiley Rutledge. Como abogado, se especializó en las leyes antimonopólicas.
Republicano de toda la vida, fue nombrado juez de apelaciones en Chicago por Richard Nixon. Era considerado un conservador moderado cuando Gerald Ford lo seleccionó para la Corte Suprema. Fue confirmado por unanimidad.
“No fue lo que esperaba”, confesó Ford años después al comentar las tendencias liberales de Stevens, aunque siempre elogió sus cualidades en el campo legal.
Su influencia aumentó al jubilarse otros liberales a comienzos de los años 90, dejándolo como el líder de la izquierda. Por años supo cortejar el voto de otros jueces nombrados por los republicanos como Sandra Day O’Connor y Anthony Kennedy, causando las iras del presidente del tribunal William Rehnquist.
Para ganarse a O’Connor y Kennedy, escuchaba atentamente sus pareceres y redactaba fallos que reflejaban su pensamiento.
Su influencia disminuyó cuando John Roberts pasó a presidir el tribunal en el 2005 y O´Connor fue reemplazada por Samuel Alito, quien era más conservador.
Hizo uno de sus pronunciamientos más memorables cuando el tribunal suspendió el recuento en la Florida y dio la presidencia a George W. Bush en el 2000. “Tal vez nunca sepamos con total certeza la identidad del ganador de las elecciones presidenciales, pero la identidad del perdedor está bien clara. Es la confianza de la nación en el juez como custodio imparcial del imperio de la ley”.