Migración forma parte de la vida diaria en el sur de México
FRONTERA HIDALGO, México (AP) — El sol aún no salía cuando el primer jornalero guatemalteco llegó el jueves a territorio mexicano con tan sólo la parte inferior de sus pantaloncillos cortos mojada tras atravesar el río Suchiate por una parte poco profunda.
A medida que el cielo se iluminaba, otro hombre condujo un enorme tractor azul a través de las fangosas aguas hacia Guatemala con un aspersor en la espalda. Poco después, un hombre y un niño cruzaron a lomos de un caballo, seguidos de un hombre que llevaba en la mano sus sandalias y pantalones para evitar que se mojaran.
Imágenes como esas forman parte de la vida diaria en el poblado de Frontera Hidalgo, México, limítrofe con Guatemala, donde no sólo los migrantes cruzan el río, sino también los locales para los que la frontera es sólo un punto más en la cartografía a ser ignorado cuando se trata de ir a trabajar o comprar.
México anunció recientemente que desplegará a 6.000 elementos de una policía militarizada aún en formación, conocida como la Guardia Nacional, en la frontera sur para realizar labores de control de la inmigración como parte de un acuerdo con Washington para evitar la amenaza del presidente estadounidense Donald Trump de imponer aranceles a las importaciones procedentes de México.
Pero los habitantes del lugar pronostican que la medida no podrá frenar el incremento de migrantes, en su mayoría centroamericanos, que cruzan la notoriamente porosa frontera en su trayecto hacia Estados Unidos, aunque sí podría obligarlos a recurrir a traficantes y a lugares más peligrosos para cruzar, además de alterar un estilo de vida que ha perdurado por generaciones.
El Suchiate fluye de norte a sur hacia el Pacífico en esta parte, el extremo occidental de la frontera sur de 1.122 kilómetros (697 millas) con Guatemala y Belice. La secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, dijo esta semana que existen al menos 300 puntos conocidos de cruces ilegales, además de 12 puertos de ingreso oficiales.
En otros sitios, la frontera entre México y Guatemala atraviesa una densa selva, con pocos caminos. En las inmediaciones de Frontera Hidalgo, el terreno es una mezcla de pequeños campos de cultivo y enormes sembradíos de plátano y palma, con algunos pequeños pueblos y aldeas por aquí y por allá a ambos lados del río.
Aunque técnicamente es ilegal, el flujo de personas en ambas direcciones ha sido tolerado durante años. Pero las noticias del inminente despliegue han inquietado a la población, a pesar de que hasta el momento no ha llegado ni un agente de la Guardia Nacional para unirse a la policía federal, el ejército y los agentes migratorios que han reforzado sus labores en los últimos meses.
Once jóvenes con mochilas al hombro, jornaleros que se dirigían a trabajar en México, ingresaron con cautela al río desde Guatemala, pero a medio camino se percataron de que en el lado mexicano había algunos rostros desconocidos y decidieron ocultarse entre los matorrales en una isla. Hasta donde ellos sabían, los tres periodistas de The Associated Press bien podían ser agentes fronterizos. Una vez en territorio mexicano, uno de ellos explicó que perdieron el autobús hacia su trabajo agrícola, por lo que tendrían que volver a casa por ese día. Un claro indicio del nerviosismo cada vez más palpable entre la población.
Más al norte, el número de detenciones de migrantes en la frontera entre Estados Unidos y México alcanzó 132.887 durante el mes de mayo, el mayor total mensual en una década. La mayoría de los que se aventuran en el peligroso trayecto huyen de la pobreza y la violencia en Honduras, Guatemala y El Salvador, y Estados Unidos está presionando a México para que contenga el flujo de migrantes.
El canciller mexicano Marcelo Ebrard dijo esta semana que, como parte del acuerdo con Washington, México necesita entregar resultados en la reducción del flujo migratorio en cuestión de 45 días.
Se desconoce hasta ahora cómo es que operará la Guardia Nacional, pero un despliegue de 6.000 elementos parece más que necesario tan sólo para reforzar las tácticas previas del gobierno de instalar puntos de revisión en importantes carreteras que van hacia el norte del país.
Varios de esos puntos ya están en operación en el sur del estado de Chiapas, donde policías y agentes de migración revisan las identificaciones de los pasajeros de autobuses, por lo que los locales temen que los miembros de la Guardia Nacional se concentren casi exclusivamente en la frontera.
“Sí afecta porque nosotros cruzamos para acá y regresamos”, dijo Artemio López, que llegó a territorio mexicano con otro joven desde Margaritas, Guatemala, a unos 30 minutos de distancia a caballo, mientras se dirigían a un campo agrícola con aspersores que colgaban de sus hombros. “Nos quedamos sin chamba (trabajo)”.
Durante años, el agricultor mexicano Galindo Mérida ha estado llevando a pastar sus caballos y ganado a islas en el Suchiate. Hubo una época en que esas islas eran territorio de México, pero algunos cambios en el curso del río las convirtieron en guatemaltecas. El hombre de 52 años va allí cada dos días.
“Imagínate, yo tengo mis animales allí en la isla, y si ponen la Guardia, ¿quién va a ver mis animales?”, preguntó.
En Frontera Hidalgo, la mayoría de los guatemaltecos que cruzan el río acuden a comprar comida y otros bienes en las tiendas del pueblo y luego regresan vadeando. A los locales les preocupa que los negocios puedan pasar apuros si las autoridades ahuyentan a la gente.
Los migrantes también cruzan aquí, aunque no en grandes números. Los que lo hacen luego caminan a través del pueblo hasta la carretera, en ocasiones deteniéndose a pedir comida o dinero para transportarse.
“Los traficantes de gente se van a incrementar bastante”, pronosticó Mérida. “Van a haber muchos. Porque está tapado aquí, (entonces se irán) para allá o por allá”.
Ya no hay más tránsito de migrantes en Frontera Hidalgo debido en parte a que a no gran distancia, río abajo, cuesta solo 25 pesos (1,30 dólares) cruzar de Tecún Umán, Guatemala, a Ciudad Hidalgo, México, en balsas rudimentarias.
Estas balsas están construidas con neumáticos interiores sobre los que se colocan tablas. Van de una orilla a la otra transportando personas y mercaderías sin pasar por ningún control de personas o aduanas.
Cristóbal Barrios se encarga de conducir una balsa desde que tenía 13 años. Ahora, a los 38, le preocupa que el incremento de la vigilancia en el río le perjudique el sustento y el de otras personas.
“Todo el mundo está preocupado en eso”, dijo Barrios, quien calcula que unos 800 hombres y adolescentes empujan las balsas con pértigas mientras centenares más cargan y descargan en ambos lados. “Todos mantenemos a la familia de acá”.
Cuando una gran caravana de centroamericanos cruzó en octubre, efectivos de la marina de México pidieron a las personas que manejan las balsas no transportar migrantes, dijo Barrios. La mayoría atendió la indicación hasta que los marinos se marcharon dos meses después y todo regresó a como antes.
En Frontera Hidalgo, Maurilia Mercedes Reyna Álvarez, de 21 años, vende bebidas a quienes cruzan el río. Tiene una tiendita en su casa humilde que da al Suchiate. A veces son migrantes, a veces son jornaleros.
“No va a parar eso aunque pongan y vengan a poner así su barrera no va a parar. Van a buscar más lugares donde pasar”, dijo Álvarez, que sostenía un bebé y lo recargaba sobre un hombro.
Edgar Corso, de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (gubernamental), subrayó el jueves que es inviable cerrar completamente la frontera y contrastó la situación alrededor de la ciudad de Tapachula, cerca de Frontera Hidalgo, con la del poblado guatemalteco de La Mesilla, a unos 100 kilómetros (60 millas) al norte.
Corso señaló que se puede decir de hecho que Tapachula es una frontera porosa y en La Mesilla no se tiene incluso frontera, la gente cruza y ya.