Que la gente sepa lo que fue el Día D: Deber de soldado
LONDRES (AP) — George Skipper estaba apurado.
Este soldado que participó en el desembarco del Día D se quedó dormido. Apenas se despertó, se montó en su silla de ruedas eléctrica en el Royal Hospital Chelsea y con su flamante uniforme rojo se encaminó apresuradamente a una entrevista para hablar del desembarco aliado en Normandía. Esquivó por poco un cañón, pero hizo volar algunas astillas al calcular mal el ancho de una puerta. Alguien le pidió que se serenara, pero el hombre siguió avanzando a toda velocidad.
Setenta y cinco años después de que Skipper pisó la costa de francesa, este obrero del East End de Londres sigue decidido a cumplir con su deber. Por estos días, su deber es recordarle a las nuevas generaciones los sacrificios que hicieron todos los que no regresaron.
“Perdí a mis dos mejores amigos, los mataron”, recuerda Skipper, quien hoy tiene 96 años, al hablar con la Associated Press durante una entrevista en una residencia histórica para soldados retirados. “Perdimos muchísima gente en el Día D, muchísima. Pero, cuando lo piensas, durante la guerra, la vida de los soldados no vale mucho. Caían por todos lados”.
Cada vez quedan menos sobrevivientes y los soldados como Skipper sienten que tienen la obligación de compartir sus experiencias, conscientes de que tal vez este sea el último aniversario grande en el que tendrán la oportunidad de hacerlo.
Unos 160.000 soldados británicos, estadounidenses y canadienses desembarcaron en las playas de Normandía el 6 de junio de 1994, desatando una ofensiva en la que participaron 2 millones de soldados que expulsaron a los alemanes de Normandía e iniciaron su marcha hacia París para recuperar Francia, que había sido ocupada. Casi 73.000 soldados aliados murieron.
Este año Skipper regresa en un vuelo especial para veteranos de guerra. No será la primera vez que muchos de ellos vuelven. Algunos van todos los años. Pero Skipper dice que esta es una ocasión especial. Sobre todo porque la gente escucha lo que tienen que contar.
Skipper tenía 16 años cuando empezó la guerra. Su familia era tan pobre que compartía una cama con tres hermanos y recogía pan de la calle y lo mojaba un poco para ablandarlo, de modo que pudieran comerlo. Su padre se la pasaba borracho. Su madre limpiaba barcos en el puerto para mantener a la familia. Ya de niño empezó a trabajar en lo que pudiese y cargó cajas de whisky Johnnie Walker en carros tirados a caballo.
Jugaba a las cartas con su hermano en su casa cuando el primer ministro Neville Chamberlain habló por la radio y le dijo al país que Gran Bretaña declararía la guerra si Adolf Hitler no se iba de Polonia.
Poco después el sonido de sirenas alertando sobre bombardeos pasó a ser algo rutinario.
Campeón de boxeo y buen bailarín, Skipper fue reclutado por el ejército cuando tenía 18 años. Nunca se había alejado de su casa cuando fue enviado al norte de África, donde pasó 14 meses con las famosas Ratas del Desierto del mariscal de campo Bernard Montgomery.
Regresó a Gran Bretaña cuando se preparaba el Día D y terminó de chofer de coroneles y generales en Londres. Conocía la ciudad, que era difícil recorrer cuando quedaba a oscuras por los bombardeos, y a sus superiores les gustaba lo atildado que era. Se las ingeniaba para mantener planchados sus pantalones y los zapatos bien lustrados.
En mayo de 1944 tuvo dos días de descanso y los aprovechó para casarse con su novia June.
Una semana después fue a parar al muelle Victoria para abordar el barco que lo llevaría a Normandía.
“Todo sucedió muy rápido”, expresó. “Un bote nos acercó a tierra y otro nos llevó a la costa”.
Se ordenó a los soldados que se bajasen del bote en un sector donde se suponía el agua les llegaba a las rodillas. No sabían que una bomba había dejado un gran hueco allí y que casi no hacían pie.
Skipper podía nadar, pero otros no. Luego de gritarles a sus compañeros que saltasen para poder respirar, nadó hacia la costa, dejó su equipo y regresó para ayudar a otros.
“Regresé y los empujé hacia la costa. Me dijeron que recibiría una medalla pero lo único que recibí fue un buen chapuzón”, señaló entre risas.
La playa era un caos. Tronaban las ametralladoras alemanas, había cadáveres en el agua y cientos de embarcaciones descargando hombres y equipo, un gran griterío de “¡vamos!, ¡vamos!”.
Skipper sobrevivió porque no se detuvo.
“Cuando lo piensas, no sabes qué esperar”, relató. “Los alemanes nos tiraban y nosotros las disparábamos a ellos. Si recibes una bala perdida, se acabó todo. Me aseguré de que no quedaba delante de todo”.
Setenta y cinco años después, las medallas que cuelgan del pecho de Skipper cuentan otra historia, no la que dice el anciano, de que es mejor ser un cobarde vivo que un héroe muerto.
Skipper se mueve con lentitud, al menos cuando no está en su silla. No oye bien y pocos días antes de la entrevista había sufrido una caída, que lo preocupaba un poco. Pero se presentó para una sesión de fotos con otros veteranos del hospital de Normandía. Todos lucían rozagantes con sus uniformes rojos que los identificaban como miembros del Ejército Británico.
El aniversario no deja de ser un momento duro para Skipper, que se pregunta por qué él sobrevivió y otros no.
“Tengo 96 años y todavía tengo buena memoria. Debo haber hecho algo bien para estar todavía aquí”, se dice a sí mismo.
Afirma que quiere regresar a Normandía todas las veces que pueda. Incluso si es el último que queda. Teme que el mundo se olvide del Día D, de los hombres que murieron tratando de llegar a una playa, abatidos por fuego de metralla mientras trataban de apoyar a otros.
“A menudo me pregunto si (el sacrificio) valió la pena”, comenta. “Al final de cuentas, hoy nadie se acuerda de nada”.