Brasil: desgastadas, familias desean despedir desaparecidos
BRUMADINHO, Brasil (AP) — Desde hace seis días, las vidas de los familiares y amigos de los 276 desaparecidos entraron en un paréntesis.
Ya deambularon hospitales, pasaron largas horas en el centro de acogida para víctimas, se indignaron con los equipos de búsqueda por la falta de novedades, algunos se arriesgaron y cavaron en medio del barro y golpearon cuantas puertas pudieron. Pero el tiempo sigue pasando y no hay noticias de sus seres queridos.
Con apenas una luz de esperanza de que aún puedan encontrarlos con vida, agotadas física y emocionalmente, las familias ansían ponerle punto final a la espera eterna y poder despedir a las víctimas del rompimiento de una presa en la mina de Vale.
“Fue un asesinato en masa”, dijo Vagner Diniz, un ingeniero de 60 años. Sus dos hijos --Luiz y Camila--, los padres biológicos de Luiz y su nuera Fernanda--embarazada de cinco meses--, habían viajado a Brumadinho el jueves pasado, un día antes de la tragedia.
Luiz, también arquitecto, vivía en Australia junto con su mujer. Quería conocer Inhotim, uno de los más importantes centros de arte al aire libre en el mundo, localizado a 15 minutos del lugar del accidente.
La pareja tenía grandes motivos para celebrar. El viaje a Brasil, además de ser una excusa para pasar tiempo con la familia, iba a ser el festejo de la revelación del sexo del hijo en camino y la confirmación de una fecha para su boda.
El mediodía del viernes pasado, cuando la avalancha de barro comenzó a esparcirse por varios kilómetros, los cinco familiares de Luiz estaban en la Pousada Nova Estancia, enterrada por el barro. En la noche del martes, el cuerpo de bomberos rescató el cuerpo sin vida de Luiz, mientras que los otros cuatro permanecen desaparecidos.
“Iba a ser una semana fantástica, después de Inhotim nos íbamos a encontrar en Sao Paulo en mi casa”, lamenta Diniz. El arquitecto habla pausado, con la mirada perdida. Desde el sábado sólo abandona el centro de acogimiento para familiares por la noche para descansar.
En el proceso de espera, que define como “extremadamente doloroso”, está acompañado por su mujer y por el novio de su hija Camila, desaparecida.
La familia no se resigna completamente por los otros familiares, aunque dice que “es poco probable que todos no hayan sido alcanzados en mayor o menor medida por la lama”.
“Siempre puede haber una caverna de Tailandia, donde encontraron un agujero, y estén esperando el rescate que va a encontrarlos con vida”, señaló.
Francisco Adalberto Silva, luce desgastado. Deambula de un lado a otro en el gimnasio techado que funciona como centro para los familiares. Su hijo Francis Erik Soares Silva y su sobrino, Luiz Pablo Caetano, de 31 años trabajaban en una empresa subcontratista que prestaba servicios a Vale el día del accidente.
En el momento del rompimiento, Erik y Luiz Pablo estaban en la zona del comedor de la mina, una de las más alcanzadas por el mar de barro. “La expectativa de que estén vivos es sólo por dios”, dice Silva.
“Voy a seguir viniendo, acompañando las tareas todos los días. Es una pérdida que voy a sentir mucho. Quiero darles a mi hijo y a mi sobrino un entierro digno”.
El sábado fue el último día en que hubo un rescate con vida. Desde entonces, el cuerpo de rescatistas sólo ha encontrado cuerpos sin vida.
Regiane Miguel, psicóloga voluntaria especialista en tragedias y situaciones traumáticas, está ante quizás el mayor desafío de su carrera. Desde hace varios días, brinda contención y apoyo a las decenas de familiares de víctimas que pasan por el centro de acogimiento.
¿Qué le dice a una persona desamparada, que está hace seis días sin noticias de un familiar o amigo?
“No existe una fórmula o protocolo, cada situación es única”, responde. “El país está profundamente dolido. Para toda la comunidad va a ser un proceso largo para superar esta tragedia”.
Wagner Rogerio, 43 años, muestra sus pies llenos de ampollas. “No estoy mintiendo, ¿ves?”.
En los últimos días caminó por el barro para buscar a Macuca, Gil y Dario, tres amigos de toda su vida en Córrego de Feijao, una de las regiones más afectadas por la marea de lodo. Su mujer le reprocha haber tomado ese riesgo, pero él siempre ofrece la misma respuesta.
“Mi mujer me dice que salga de la zona del barro, que no soy un superhéroe. Pero mis amigos tienen derecho a un entierro digno. No voy parar hasta que aparezcan”.