Ecuador: Diablos reciben con euforia el año nuevo
QUITO (AP) — La banda se convierte en un poderoso imán para que decenas de diablos se congreguen en las comunidades rurales cerca de Píllaro. El licor circula con libertad para dar fuerza a esos seres vestidos con indumentaria roja, capas negras, tupidas melenas de lana y tétricas caretas con grandes cuernos y colmillos.
Al son de las primeras notas de trompetas, bombos y saxofones, los diablos toman posición frente a los músicos y, con un largo cabestro en la mano, empiezan a dar una serie de pasos que van desde movimientos elegantes a otros en que simulan interminables contorsiones. Se divierten entre sonidos guturales, bufidos y gritos de “¡Banda!” en cuanto la música deja de sonar.
En los primeros seis días del año, miles de diablos bajan de comunidades rurales de los Andes centrales de Ecuador y, literalmente, toman la plaza central de Píllaro, un pintoresco pueblo agrícola y ganadero ubicado 80 kilómetros al sur de la capital.
Los diabólicos bailarines van desde pequeños de 4 o 5 años, hasta mayores de 70, a quienes los pillareños identifican como “los antiguos” y a quienes miran con respeto por haber cultivado y conservado esta extraña tradición.
Durante tres días, Mario Soria deja sus actividades como abogado para bailar. Porta una pequeña máscara, legado familiar, y recuerda que desde los siete años ya estaba junto a su padre en una partida, o grupo de danzantes.
“No bailo todos los días, porque no avanzo (aguanto). Me gusta bailar disfrazado de diablo, es la mejor forma de recibir el año, con alegría, con entusiasmo, como Dios manda, aunque estemos disfrazados de diablos”, dijo sonriente a The Associated Press.
En el camino hacia el pueblo, se van sumando diablos cuyas máscaras pueden pesar menos de un kilo o más de 30. También se juntan el resto de danzantes: las parejas en línea, las guarichas _ hombres disfrazados de mujeres de la vida alegre _, y los capariches que, con escoba en mano, simulan barrer la calzada.
Cuando llegan a Píllaro, la cosa cambia, los bailes se vuelven frenéticos, los diablos avanzan y retroceden custodiando a su partida de baile y gastando bromas a los observadores.
La banda domina la escena con ritmos tan pegajosos que santos y pecadores se lanzan a la calle buscando espacio para bailar, pero los diablos enseguida reaccionan y reclaman su espacio a punta de látigo.
“Usted siente como si la sangre empieza a hervir a fin de año, y la única manera de calmarnos es bailando, así es la sangre pillareña, nos llama a la tierra, no importa si usted es de otra ciudad de Ecuador o del exterior”, afirmó Diego Moya, quien estudia para ser paramédico en la capital.
Las monstruosas caretas son creaciones tradicionales de cada familia y de artesanos de la región. Las heredadas no tienen precio, pero las confeccionadas a medida pueden costar entre 500 y mil dólares.
Hay muchas versiones sobre el origen de la celebración, aunque la mayoría coincide en que empezó hace más de 80 años cuando los jóvenes de una comunidad querían enamorar y llevarse a las chicas de otra población, por lo que se disfrazaron de diablos para evitar la persecución de los familiares.
La tradición se representa en el baile: los diablos protegen a las parejas en línea que siempre van al centro de la comparsa, mientras las guarichas, coquetean a los hombres del público para buscarles padre a los muñecos que llevan en las manos.
Durante la primera semana del año, Píllaro se llena de diablos, de comparsas y música. Regado por abundante licor y comida, el usualmente tranquilo poblado se convierte en un verdadero infierno de diversión, bandas y color para gritar al viento la alegría del año nuevo.
“Si quiere dar una buena bienvenida al año nuevo, venga a Píllaro, pero si quiere divertirse endiabladamente, venga y baile disfrazado de diablo”, añadió Renato Jiménez, antes de colocarse detrás de su tétrica careta para seguir el frenesí de la Diablada de Píllaro.