El retorno de los difuntos, un popular culto en Bolivia
LA PAZ (AP) — Cada 1 de noviembre los difuntos regresan a sus casas en forma de muñecos de pan y toman un lugar en un altar repleto de comida y frutas que los familiares han preparado para honrarlos. Imperturbables, los fallecidos observan el ajetreo de la casa desde sus fotos que cuelgan de las paredes.
El Día de Difuntos es una festividad que se niega a morir en Bolivia a pesar de la globalización de Halloween.
Para los expertos, el secreto de su persistencia son los siglos de sincretismo entre el culto a los muertos que practicaban los pueblos prehispánicos con los ritos católicos traídos por los colonizadores europeos.
“Los incas y pueblos anteriores a ellos sacaban a sus muertos momificados de sus cámaras funerarias llamadas chullpas, los paseaban y agasajaban con comida y bebida antes de regresarlos. Horrorizados, los colonizadores prohibieron esos ritos, que tildaron de diabólicos, y buscaron extirparlos”, explicó el antropólogo Vladimir Loza a The Associated Press.
Esa antigua ritualidad ha desaparecido, pero se mantiene el apego a los difuntos y la costumbre de honrarlos con comida.
Los muertos convertidos en figuras de pan y con pequeñas caretas para diferenciarlos según su sexo y edad -si se trata de un adulto o un niño- ocupan el centro de la mesa donde abundan las ofrendas. A los lados se ubica una escalera de pan para que el difunto descienda y regrese a su morada sin contratiempos y un caballo también de masa que le llevará la comida. Un árbol de caña le servirá de bastón y sombra y no debe faltar agua. El altar se completa con panes en forma de cruz y platillos, refrescos y hojas de coca.
Junto a la fotografía de los fallecidos destacan los santos favoritos de la familia.
“Para los pueblos andinos prehispánicos la vida no terminaba y la muerte era un largo y dificultoso camino. La mesa del Día de Difuntos representa ese tránsito de un mundo a otro con los vivos tratando de aliviar la carga”, explicó Loza, director de Cultura de la Gobernación de La Paz.
La tradición indica que las almas llegan el 1 de noviembre al mediodía y regresan al día siguiente después de que familiares y amigos han compartido una comida. El festejo se prolonga en los cementerios, donde se toca música para una despedida alegre.
En el siglo IX el papa Gregorio IV popularizó la celebración para honrar a los difuntos que, habiendo superado el purgatorio, lograron la santificación para gozar de una vida eterna junto a Dios.
“La Iglesia católica respeta la costumbre boliviana porque expresa cariño por los muertos y se comparten comida y rezos por las almas olvidadas”, dijo el cura Iván Bravo, párroco en un barrio de La Paz. “Es una tradición sana y valiosa”.
Mientras encendía velas y colocaba en orden la mesa para esperar a las almas de la familia, el ama de casa Carmen Porres, de 65 años, dijo que “este es un día para honrar a los abuelos, a los papás y a todos los parientes que han partido. Siempre los recordamos con oraciones y con ofrendas”.
Aunque es una ceremonia familiar íntima, en los últimos años se ha hecho común preparar mesas de difuntos incluso en oficinas públicas. En la gobernación de La Paz una mesa recuerda a los héroes nacionales y personajes de la ciudad que ya fallecieron.
Pese a que las iglesias evangélicas han crecido en las últimas décadas, la festividad religiosa se mantiene y resiste en este país de mayoría católica porque, como dijo el cura Bravo, para la tradición cristiana “la vida no termina en la muerte, trasciende”.