En la caravana, niños y padres sufren en su camino a EEUU
NILTEPEC, México (AP) — Los niños se recuestan en los cochecitos que avanzan a brincos por el asfalto, mientras los bebés de sólo algunas semanas ríen en brazos de sus padres. Otros cojean de cansancio y, casi demasiado grandes para ser cargados, van colgados del torso de sus madres como sacos de granos, con el cabello sudado pegado en sus cabezas.
La UNICEF calculó la semana pasada que unos 2.300 niños viajaban en la caravana de migrantes centroamericanos que se dirige a Estados Unidos y actualmente se halla en el sur de México. Ese número ha disminuido conforme el grupo se reduce, pero niños de todas las edades todavía están por todas partes corriendo el riesgo de enfermarse, deshidratarse y sufrir otros peligros.
Y, si es agotador para los niños, quizás lo sea más para sus padres que intentan cuidarlos mientras caminan largas horas bajo el sol, duermen sobre el suelo al exterior, y dependen de comida y ropa donada para sobrevivir.
Pamela Valle, una joven de 28 años de El Progreso, Honduras, dijo que ningún niño debe soportar una migración así. Sin embargo, incapaz de encontrar trabajo en casa, dijo que no tuvo más opción que llevarse con ella a Eleonor, de 5 años.
Cada día, cuando llegan a un pueblo nuevo en la larga travesía a través del sofocante campo sureño de México, primero busca un lugar resguardado para dormir. Este día, fue una lona roja que un grupo de migrantes extendió en un patio de juegos en la plaza principal del pueblo de Tapanatepec. Luego ella y Eleonor fueron a buscar comida y sanitarios.
“Creo que no se puede prepararlos psicológicamente, pero debemos de hacerlo de cierta forma como un juego, como decirles que son unas vacaciones”, dijo Valle y agregó que había sido duro para Eleonor.
Con las elecciones de medio periodo en Estados Unidos a sólo unos días, el presidente Donald Trump ha endurecido su retórica contra la caravana de unos 4.000 migrantes, y ha dicho que va a enviar a hasta 15.000 soldados estadounidenses a la frontera sur, más del doble que el número de migrantes que integran esta y otras tres caravanas mucho más pequeñas que siguen sus pasos a cientos de kilómetros (millas) de distancia.
En un largo discurso el jueves, Trump prometió un decreto para la próxima semana que negaría automáticamente asilo a migrantes que intenten ingresar a Estados Unidos de manera ilegal entre los puertos de entrada. Las leyes estadounidenses actualmente permiten que migrantes soliciten asilo sin importar cómo llegaron a Estados Unidos.
A menos que inexplicablemente encuentren una forma de viajar más rápido, y los funcionarios mexicanos no han mostrado interés en facilitarles eso, migrantes todavía están a semanas de llegar a la frontera con Estados Unidos. Miles ya se han dado por vencidos, solicitando asilo en México o aceptando traslado gratuito en autobús de vuelta a sus casas, y se prevé que muchos más hagan lo mismo. Hace algunos meses, una caravana se fue diluyendo y solo unos 200 pudieron llegar a la frontera entre Tijuana y San Diego.
Después de no lograr persuadir a las autoridades mexicanas para que proporcionaran autobuses que los habrían adelantado cientos de kilómetros hasta la Ciudad de México, los migrantes se movilizaron otra vez a pie el jueves, o aprovechando viajes en vehículos particulares cuando los encontraban.
Su meta del día eran 65 kilómetros (40 millas) para llegar al pueblo de Matías Romero, en el estado de Oaxaca, todavía a más de 1.350 kilómetros (840 millas) del cruce fronterizo más cercano en McAllen, Texas.
El largo camino para las familias ha impuesto una rutina particularmente extenuante que les ha pasado factura después de más de dos semanas.
Los migrantes se levantan hacia las 3 de la madrugada para aprovechar las temperaturas más frescas. Los padres intentan alimentar a los niños despiertos mientras dejan dormir a los más pequeños que pueden cargar o ir en cochecitos. Como el grupo suele acampar en plazas y la mayoría incluye algún tipo de patio de juegos, los niños corren alrededor de los pasamanos en la oscuridad mientras sus padres empacan.
Hace unos días, una mujer caminó con un trozo de cuerda negra atado a las muñecas de su hija y de otra niña para no perderlas. Un niño se recargó contra su hermana mayor, jugando con un pequeño camión de plástico al borde de la carretera, mientras su madre intentaba detener a un camión en tránsito.
Aun así, como hacen los niños pequeños, muchos encontraron la manera de aligerar el pesado viaje con juegos imaginarios.
Tras llegar a la plaza principal de Tapanatepec, Evelin Flores, una niña de 7 años de Tela, Honduras, se puso a jugar su juego favorito de “estilista”, peinando el pelo de todos como le gusta hacer en casa. Flores dijo que canta la canción popular “La cucaracha” para matar el tiempo en la carretera.
“Me he sentido bien, sólo que es muy pesado para caminar”, dijo.
Parada sobre los escalones de la iglesia del pueblo, Madelin, de 4 años, sostenía una pequeña biblia y jugaba a predicar con fervor pentecostés, agitando sus brazos y zapateando de un lado a otro. De repente, tomó un bote de medicina y, sosteniéndolo como un micrófono, soltó un grito.
“Es bien dramática ella”, dijo su madre Mileybi Ramos, riendo de las bufonadas de su hija.
Bajo una lona de plástico negro, Eipril Arguijo González, de 4 años, se dejó caer hacia el torso desnudo de su hermano de 17 años, riendo incontrolablemente cuando él la cachó, y volvió a saltar para seguir andante en un pequeño espacio en el atrio de una iglesia en donde su familia pasaba la noche en el pueblo de Niltepec.
“Ella lo toma como vacaciones”, dijo su hermano, Jonny. Su hermano gemelo, Jordy, agregó que en todos los pueblos en donde se han detenido, Eipril dice que el río es la playa.
Pero en la familia Arguijo, Keneth, de 10 años, es quien más ha sufrido el viaje. Ya es demasiado grande para ser cargado o empujado en un cochecito, y sabe que no es ningún tipo de vacación. Luego de recorrer decenas de kilómetros caminando, los dos pies de Keneth están destrozados con cortadas y ampollas, y fue a una carpa médica para que se los vendaran.
A pesar de su corta edad, participó en la reunión familiar en Tegucigalpa, la capital hondureña, cuando la familia decidió huir.
Jonny y Jordy se habían ido con su padre en agosto porque la pandilla que controlaba su barrio los quería obligar a vender drogas. Llegaron hasta el pueblo de Tenosique, en el estado mexicano de Tabasco, no lejos de la frontera con Guatemala. Sin embargo, la pandilla amenazaba a sus otros hermanos y madre en casa, así que regresaron por ellos.
“Como a nosotros nos buscan para vender drogas, a él (Keneth) luego lo buscan para golpearlo”, dijo Jordy.
Si llegan a Estados Unidos, los gemelos esperan regresar a la escuela. Los hermanos estaban a un año de terminar la secundaria cuando sus padres los sacaron por cuestiones de seguridad.
"First we're going to have to find a place to stay," Jordy said. "Afterward we'll make a little money to buy a house and live normally with our family."
“Primero vamos a tener que buscar donde quedarnos”, dijo Jordy. “Después hacer un poco de dinero para comprar una casa y vivir normales con nuestra familia”.