Viejos moradores se resisten a salir de Casco Antiguo Panamá
PANAMÁ (AP) Hace más de dos años y medio, la familia de Esther Marina Sánchez tuvo que desalojar un viejo edificio en el Casco Antiguo de Panamá, donde vivió por décadas, en medio del voraz auge inmobiliario impulsado por el reconocimiento del sitio histórico como Patrimonio de la Humanidad.
Tomen o lo dejan, pero se van, recuerda Esther que ordenó el propietario del destartalado pero valioso inmueble. Aludía a un monto de dinero que le ofrecían a su familia y a otras más para que se fueran. Decidieron marcharse sin la plata y meterse en una escuela abandonada en el Casco sin luz eléctrica y que se había convertido en refugio de palomas.
El Casco y sus murallas defensivas se fundaron en 1673 para trasladar allí la vieja ciudad de Panamá, el primer asentamiento de los españoles en tierra firme en el Pacífico americano que debió mudarse tras ser saqueada por los piratas.
Antiguos moradores como la familia de Esther --que festejaron junto a las autoridades la declaratoria del Casco Antiguo como Patrimonio de la Humanidad en 1997-- ahora están en el limbo y batallan para que se les construya una vivienda dentro del sitio histórico de cuya identidad se sienten parte.
El ingreso del Casco en la lista de la UNESCO disparó la revitalización del lugar hace más de dos décadas y desde entonces se mantiene el auge inmobiliario, la llegada de negocios de servicios y un incremento de la vida nocturna.
A diferencia de otros sitios históricos en la región que pasaron por procesos de gentrificación, los cambios en el Casco Antiguo de Panamá precipitaron el desalojo de los viejos moradores por parte de los antiguos dueños de las propiedades que reaparecieron con el renacer de este rincón del Pacífico.
En vez de ser un beneficio nos ha traído dolor, impotencia, nos han cercenado como familia. El tejido social que se declaró aquí ha sido desmembrado, dice Esther con los ojos llorosos. La panameña de 59 años es líder de una asociación de moradores de San Felipe, el corregimiento o jurisdicción donde se ubica el sitio histórico.
De acuerdo con cifras de censos oficiales realizados en las dos últimas décadas, la población de moradores humildes en San Felipe y el Casco se redujo drásticamente. De alrededor de 16.000, a inicios de los años 90, solo quedan algo más de 2.000 en todo el corregimiento. Basta dar un recorrido por las estrechas calles adoquinadas para constatar que son contados los que siguen viviendo en el corazón del sitio histórico.
Se perdió el norte de lo que se prometió y de lo que se habló cuando tuvimos la declaratoria de la UNESCO, insiste Esther bajo una carpa con techo de lona levantada cerca de la escuela y en una manzana de terreno vacía que las autoridades intentaron subastar. Allí los moradores hacen guardia día y noche y exhiben pancartas para llamar la atención.
El país se está vendiendo al mejor postor. San Felipe sin terreno para vivienda social por subasta pública, se lee en una de ellas.
La familia de Esther y otras 27 más tomaron la escuela de tres pisos después de quedarse sin vivienda. Allí se dividieron los salones de clases para colocar sus camas y estufas para cocinar, comparten baños y lavandería, y tienden sus ropas en los balcones interiores. Muy cerca de allí operan restaurantes, bares y discotecas que se llenan de turistas.
Los panameños juran que no van a permitir que los reubiquen fuera de San Felipe como ocurrió con los demás desalojados que terminaron viviendo en un corregimiento vecino o en zonas alejadas de la capital.
Las autoridades argumentan que tarde o temprano se iba a dar los desalojos a medida que los dueños de los viejos inmuebles tomados los reclamaran. La familia de Esther --como la gran mayoría-- se metió a San Felipe y al Casco aprovechando el deterioro y abandono de muchos de sus edificaciones hace décadas.
Hay que buscarle una solución porque son personas que han vivido aquí 20, 30 años, admite a The Associated Press Ariana Lyma Young, la directora de Patrimonio Histórico que aprueba las restauraciones en el Casco, pero por otro lado, hay que pensar en la economía del país; estas inversiones (en el Casco) aportan y generan trabajo. Según explica, el Casco se convirtió en el segundo atractivo turístico del país después del canal interoceánico tras el impuso dado por el reconocimiento de la UNESCO.
El caso de Panamá es particular si se lo compara con los cambios de otros sitios históricos bastante parecidos, pequeños y pegados al mar. Por ejemplo, la restauración reciente del centro colonial en Santo Domingo, República Dominicana, no causó drama humano porque los edificios no estaban habitados. Tampoco se han dado desalojos en el colorido Viejo San Juan, Puerto Rico, donde viven viejos residentes y gente con mucho dinero. Ahí no habita gente pobre.
Expertos en patrimonio en Panamá dicen que la revitalización en el Casco se volcó más que todo al negocio de bienes y raíces. Las pocas provisiones que se tienen para la vivienda social no han paliado realmente ni han conseguido la diversidad de población que se daba al inicio, apunta Katti Osorio, presidenta en Panamá del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos, por sus siglas en inglés), una ONG que ha dado asesoramiento a la UNESCO.
Los viejos moradores que quedan y algunos de los primeros inversores que llegaron años después de la declaratoria patrimonial del Casco añoran el otrora barrio apacible y familiar, las tertulias en los parques, los niños jugando al fútbol en la calle y la gente visitando las iglesias y monumentos. Eran, sin embargo, tiempos menos seguros en las calles porque al barrio también se fue a vivir gente del bajo mundo, según las autoridades. Ahora uno de los hoteles lujosos del Casco está ubicado en una vieja edificación restaurada que alguna vez sirvió como guarida para líderes pandilleros.
Cuando yo llegué nadie creía en el Casco Antiguo, era muy peligroso, muy incómodo, señala a la AP René Quirós, un boliviano que llegó a Panamá hace 35 años y montó uno de los primeros restaurantes que siguieron al reconocimiento del sitio como Patrimonio Mundial. Su restaurante de tapas abrió hace 12 años en un edificio restaurado al lado de la principal catedral y la plaza mayor.
He visto muchos cambios. Todo esto es positivo en cuanto a lo bonito, a lo vistoso, pero hay una parte muy negativa en esto con la gente desalojada, agregó el extranjero de 66 años. Había gente que valía la pena que se quedara porque tienen una trayectoria muy grande; una enciclopedia de lo que es el Casco Antiguo.
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Con contribución de Danica Coto en Puerto Rico y Ezequiel López Blanco en República Dominicana.