El poder determinante de la estupidez
Ana Cristina Restrepo, columnista de varios medios colombianos, inició una de sus columnas para El Espectador en el 2016 señalando que «la estupidez ha alcanzado el lugar que se merece en la sociedad: la cumbre». No encontré un mayor preámbulo, por el trasfondo que guarda la frase, más allá de cualquier interpretación frívola que se le intente dar.
Alguna vez había leído Las leyes fundamentales de la estupidez humana, la obra célebre de Carlos M. Cipolla sobre el poder de la estupidez, pero la relación de las ideas que ahí se plantean con la política, la escuché por primera vez en un evento regional de semilleros de investigación, en el que asistí en calidad de ponente. Debido al orden establecido por los organizadores, precedí en mi ponencia a un profesor de nacionalidad española, quien se refirió a la relación de lo teorizado por Cipolla con algunos de los acontecimientos políticos más importantes del último año en el escenario internacional: el llamado Brexit en el Reino Unido y la elección de Donald Trump en el que, para muchos, es el cargo más importante del mundo.
El interés que me despertó el tema fue tal, que me llevó a releer la obra y, acto seguido, a pretender teorizar sobre la incidencia, viabilidad y actualidad de estos postulados en la realidad política nacional.
A cualquier declive social, económico, y sobre todo político, de una nación, o sociedad, por lo general se le atribuye explicaciones (más bien justificaciones) técnicas, amparadas en las formalidades propias de estudios como la sociología, la economía, la politología, y pare de contar... camufladas casi siempre bajo una narración pesada y extensa, con el fin (cree mi espíritu anti status quo) de blindarlas contra el completo entendimiento y discernimiento del ciudadano de a pie.
Pero el historiador económico Carlo M. Cipolla, añade la estupidez a la lista extensa de factores que pueden estar presentes en la génesis de toda problemática social. Pero, es el otorgarle un poder más nocivo que a la mafia o cualquier otra fuerza existente (sea natural, humana o metafísica), lo que de entrada llama enormemente la atención. Por lo que cree, que esta ha tenido que ver con los mayores declives en la historia de la humanidad.
En los postulados plasmados en su best seller, el autor expone cinco principios básicos de esta condición. Los que, sin ningún esfuerzo mental, pueden equipararse y ejemplificarse con nuestra realidad política y social; denotando esto su actualidad:
- «Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo»: en el 2016, la divulgación de unas cartillas falsas sobre educación sexual en instituciones educativas, suscitó la salida de millones de personas en las principales ciudades del país, a protestar por un hecho que no correspondía a la realidad.
- «La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona»: Alejandro Ordóñez (quien se jactó de alguna vez haber quemado libros "pecaminosos y corruptores"), en su paso por la Procuraduría se dedicó a ponerle trabas a los potenciales contrincantes que podía tener en sus aspiraciones presidenciales, lo que terminó por disminuir su popularidad, a tal punto que en la consulta interpartidista en la que aspiraba ser elegido como el candidato presidencial de la extrema derecha, no obtuvo más de 340mil votos, alcanzando incluso mucho menos que el recién conocido Carlos Caicedo, quien obtuvo 450mil en la paralela consulta alternativa. Así mismo, Viviane Morales, la diputada Ángela Hernández, Oswaldo Ortíz (el famoso activista por los derechos de la familia), todos profesiones de alto perfil, (y hasta considerados representantes destacados de los temas que tratan), han emprendido acciones que les han representado resultados adversos en sus carreras políticas. Pero además, podemos identificar a personalidades que hacen parte de todos los frentes de la política nacional (extrema derecha, derecha, centro, izquierda y extrema izquierda; y hasta los que se jactan de no hacen parte ni de aquí ni de allá), que cumplen a cabalidad con las características reseñadas por Cipolla.
- «Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio»: Jorge Robledo, por enésima vez, fue incapaz de contribuir con una convergencia abierta, pero esta vez, su incapacidad (o estupidez) costó la derrota de los sectores alternativos, y a él la pérdida del liderazgo de la oposición y del respaldo de casi todos los sectores alternativos; liderazgo y respaldo que había tenido por muchos años.
- «Las personas no-estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas»: el gerente de la campaña del No en el Plebiscito (2016), declaró que contrataron estrategas internacionales que les facilitaron divulgar información falsa, infundir miedo, y lograr que millones de personas justificaran su voto en ideas macondianas, tales como: que se cancelarían las pasadas elecciones presidenciales para otorgarle por decreto la presidencia al jefe de la ex guerrilla Farc, que se disminuirían las pensiones para solventar los gastos de los desmovilizados, que se implantaría un régimen comunista, o que se utilizarían lapiceros o esferos casi mágicos en la refrendación de este, para anular los votos por el No. Lo que, junto a otros factores, suscitó una victoria que ni los promotores del No esperaban.
- «La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe»: basta con analizar o medir la magnitud de las consecuencias del accionar de quienes utilicé como ejemplo en las líneas anteriores, y lo determinante que han sido, para ellos y para quienes los rodean, las decisiones que han tomado.
El éxito de la teoría de Cipolla se debe a que considera a la estupidez un factor determinante en el surgimiento de toda crisis, sobre todo en materia política y económica; teorizando de manera sensata y con todas las formalidades de cualquier estudio científico (incluso citando datos estadísticos y estudios de prestigiosas universidades). Siendo este, tal vez, el factor que desde siempre ha hecho falta para encontrarle justificación (o solución) a situaciones para las que se han quedado cortas las explicaciones de las más completas ramas del saber. Pero además, por creer también que esta cualidad merece la misma relevancia y rigurosidad que se le ha dado, por ejemplo, a la inteligencia. Por lo que algunos creen que no sería descabellado pensar que así como existen políticas gubernamentales alrededor del mundo para fomentar las inteligencias múltiples, se deberían invertir recursos en la búsqueda de la mitigación de la estupidez, aunque es menester señalar que ni siquiera Cipolla pudo acercarse a teorizar sobre la posibilidad de contrarrestar sus efectos.
Lo que sí se me es posible identificar son los factores que fomentan la estupidez, y que hacen que en sociedades enteras (como en la nuestra), la toma de decisiones sea motivada por esta cualidad: como primer factor, el eco (a veces infundado) de los medios de comunicación a situaciones que glorifican esta condición; también, la necesidad de atención (a veces patológica) presente en un gran porcentaje de personas, (sobre todo, de la generación de los millennials) que es pan de cada día en los escenarios virtuales, y que lleva a que se adopten (aunque sea sólo en las redes) estilos de vida, prácticas y costumbres que desafían la moral mojigata que es propia de la gran mayoría de países subdesarrollados, lo que es infalible para levantar voces, a favor y en contra; y por último, el favor que me parece más significativo: la necesidad de los malvados de obtener 'más' causando un 'menos' a su prójimo, para lo que llevan a cabo las más refinadas y planificadas artimañas con el fin de tocar fibras y generar empatía en un número significativo de miembros de la sociedad, haciéndoles sentir que su estupidez no es un defecto, sino una cualidad, por lo que no merece ser mitigada sino vanagloriada.
Para Carlo M. Cipolla, existen cuatro grandes grupos de individuos: los inteligentes, personas cuyas acciones benefician a los demás y a sí mismos; los incautos (o desgraciados), quienes benefician a los demás y se perjudican a sí mismos; los estúpidos, los que con sus actos perjudican tanto a los demás como a sí mismos; y los malvados (o bandidos), quienes perjudican a los demás y se benefician a sí mismos. Considera también que, desde el punto de vista práctico y económico, es preferible un malvado a un estúpido, gracias a que, a la final, las acciones del primero significan un beneficio para alguna de las partes, y en materia económica esto significa que algunos bienes cambien de manos; mientras que las acciones del segundo, no significan beneficio o bienestar para nadie.
Lo anterior explica muchas cosas. Una de ellas es la viabilidad del tercer de los factores que identifico previamente, comprendiendo que los malvados pueden necesitar de los «estúpidos para sumar "más" mientras el resto obtiene "menos"». Pero el autor advierte que por la irracionalidad presente en el actuar de los estúpidos, no es posible «dominarlos» o direccionar sus acciones hacia un fin determinado; y aunque esto sea posible temporalmente, tarde o temprano se obtendrán resultados adversos.
Entendiendo lo anterior, la participación abierta, característica elemental de los sistemas democráticos, exacerba el peligro de la estupidez; esto, al facilitar que quienes son propios de esta condición tomen decisiones en masa que perjudiquen a la mayor parte de la población, y que obviamente también los perjudican a ellos. Pero ningún peligro puede ser medianamente proporcional al peligro potencial que representa un estúpido en una posición importante de poder, por su capacidad para generar un indiscriminado perjuicio a un número importante de personas, en comparación con el número de personas que se pueden ver perjudicadas con las acciones y decisión de cualquier estúpido «raso».
Lo nocivo que puede ser el poder en manos de un malvado, no tiene punto de comparación con el peligro que representa un estúpido en grandes posiciones de autoridad. Incluso, ni cuando el dominio de un estúpido es responsabilidad manifiesta de un malvado se pueden esperar consecuencias medianamente predecibles. Esto, entendiendo lo reseñado en líneas anteriores acerca de que por la irracionalidad propia de la estupidez, de ninguna manera es posible «controlar», direccionar o «dominar» sus acciones.
La obra de Cipolla, además de corta, permite enriquecer nuestros juicios valorativos a la hora de juzgar el actuar de nuestros semejantes, así como el propio, y entender que las decisiones que toman quienes «por sus virtudes», son o están llamados a ser nuestros representantes, aunque estén motivadas por algún interés particular, pueden estar respondiendo a la característica o condición que el autor cree que está presente en cualquier asociación o conjunto de seres humanos: la estupidez, por ser esta intrínseca a nuestra condición e independiente de cualquiera de nuestras características.
También, y lo que me parece más importante, puede revelarnos un par de verdades incomodas acerca de la naturaleza de quienes eligen (o elegimos) a los que toman las grandes decisiones; es decir, sobre los que llevan (o llevamos) a un estúpido a ocupar una importante posición de poder.
La invitación a leerla está de más, por ser imprescindible para poder evaluar valorativamente, desde la perspectiva tan acertada como peculiar de Carlo M. Cipolla, nuestros propios actos, las decisiones que tomamos (y hemos tomado) y los efectos que estas han tenido en nuestro bienestar y en el bienestar de quienes nos rodean. Y asimismo, mediante la evaluación de nuestras decisiones recientes, intentar identificarnos en alguno de los cuatro grandes grupos de individuos que el autor reconoce. Lo que, tal vez, podría revelarnos verdades igual de incómodas, pues aunque para quienes son testigos de nuestro actuar pueda parecer obvio, el ser conscientes de que tomamos (o hemos tomado) decisiones motivadas por la mera estupidez, puede ser una tarea cercana a lo imposible. Pero, como leí hace poco en una campaña publicitaria en un canal internacional: «lo casi imposible es posible».
*Ana Cristina Restrepo Jiménez. Sobre la estupidez. 2016. El Espectador.
*Carlo M. Cipolla. Las leyes fundamentales de la estupidez humana.
*Juliana Ramírez Prado. El No ha sido la campaña más barata y más efectiva de la historia. 2016. Diario La República.