Las manos del bachero
Una vez entre los empleados estuvo una gran ceramista, un chico que era capaz de hacer con la arcilla magia, tenía entre sus principios jamás vender sus creaciones, eran pequeños hijos que nacían de sus manos. Era un tipo raro, no tenía ni Facebook, ni WhatsApp, perdido en el mundo de la noche.
Por no vender sus obras de arte quedó en la ruina, así que fue a parar al equipo de los trabajadores de la noche, el único puesto posible para él, era el de lavaplatos, porque su capacidad de verbalizar con la gente era casi nula, a penas un par de monosílabos, en fin , era imposible que pudiese tomar alguna orden.
Las arcillas y los hornos de cerámica fueron sustituidos por jabón líquido, espuma y el agua de la canilla. Los platos se le acumulaban, y cada vez eran más, su destino había cambiado al entrar a aquella guerra del bar, la satisfacción era la propina del final de la noche, satisfacción que todos compartíamos por igual.
La vida del gran ceramista empieza a dar un giro por sus nuevos trabajos, cabe destacar que los dueños nunca compraban detergentes de buena calidad, compraban los más baratos del mercado, eso que son capaces de asesinarte la piel en menos de un segundo. Eso fue lo que pasó con nuestro ceramista, sus manos empezaron a padecer los duros golpes de la noche.
Sus manos empezaron a tener una reacción alérgica, su bien más preciado, aquellas que en su pequeño taller crearon las más hermosas y desconocidas obras de arte. Era demasiado tarde para dejar el trabajo, necesita el dinero, pero sabía que necesitaba sus manos sanas, unas manos enfermas no pueden dialogar con la arcilla.
Aquel tipo rudo y sensible, tuvo que aprender a vivir con numerosas cremas, un amigo que lo quería como un hermano, le regalo unos guantes, había que hacer maromas para proteger sus valiosas manos. Todos los que estábamos entre las 4 paredes de aquella fiesta infernal del bar, sabíamos que la noche siempre trae esas reacciones alérgicas, siempre trae una bala perdida, siempre trae una muerte.
Por fortuna, sus manos lograron sobrevivir, creo que en el fondo todos apoyamos para que el artista no muriera, sabíamos lo terrible que es ver morir al arte producto de la sobrevivencia, la dura sobrevivencia que es vivir la vida en las grandes ciudades. Nuestro ceramista, después de muchas guerras en el salón, después de muchos vasos rotos, después de muchos platos sucios, decidió sacar sus obras del baúl donde las escondía, y fue de a poco saliendo los fines de semana a las ferias de artesano, a veces cuando suelo recordarlo pienso que se convirtió en uno de las leyendas de la cerámica, total, tenía todo para hacerlo. Esas cosas de la noche, que suele esconder a las grandes leyendas.