Comer en las tinieblas; un desafío sensorial en Ecuador
QUITO (AP) El descenso a una galería que se introduce en la tierra conduce a la oscuridad total, donde el ambiente se vuelve denso y algunos miedos de la niñez resurgen. Sin embargo, esta cueva a 12 metros bajo el suelo sólo es un restaurante donde se come en tinieblas.
Para ingresar a La Cueva de Rafa, como se llama el lugar, hay que recorrer un túnel con poca iluminación hasta encontrar a uno de los meseros, ciego desde niño. Allí los asistentes ponen las manos en los hombros de su guía, como si fuera un tren, y continúa el desafío hasta llegar hasta una de las aproximadamente diez mesas disponibles.
La experiencia busca transmitir lo que viven las personas ciegas en ciudades plagadas de obstáculos. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el mundo hay entre 40 y 45 millones de ciegos, en Latinoamérica la cifra llega a cinco millones y en Ecuador a 51.000 personas.
En La Cueva de Rafa los clientes se mueven con torpeza, pero los meseros dan pasos firmes. Uno de ellos acerca y se presenta: es Gabriel Bolaños, tiene 28 años y entre semana trabaja como analista en el Ministerio de Comercio Exterior. Con voz modulada recita la carta: platos internacionales, un plato fuerte y un jugo sorpresa. Acepto. Gabriel y el otro mesero, Oscar Pitiur, memorizan todos los pedidos.
El primer desafío para probar el jugo sorpresa es encontrar el vaso. Cuando lo logro, lo levanto y paladeo lentamente. Huele a dulce, es algo ácido y un poco espeso. No logro identificar la fruta. Pareciera que el sentido del gusto ha sido afectado por la carencia de la vista.
A veces la opción cambia y en vez de jugo se ofrece postre u otro platillo sorpresa. Las opciones varían para siempre sorprender a los clientes.
El empresario detrás de esta propuesta es Rafael Wild, un ecuatoriano descendiente de europeos que desde niño sentía fascinación por sitios como éste. Me metía en todas las cuevas que había cerca de la casa, me gustaba explorar en la oscuridad. Tras pasar varios años en Suiza, donde llegó a ser gerente de un conocido restaurante, decidió volver y radicarse en las afueras de Quito.
Rafa empezó a construir su cueva como pasatiempo. Tardó seis años en completar lo que tiene ahora y dice que muchos en su entorno lo creyeron loco. Incluso algunos de sus trabajadores especulaban si buscaba el oro y los tesoros de Atahualpa, el último emperador indígena de Ecuador.
Cuando completó el trabajo, en 2008, tomó la decisión de emular la Vaca Ciega, un restaurante en Zúrich creado en 1999 por ciegos para dar trabajo a ciegos.
Después surgieron propuestas similares en Alemania y se extendieron por el mundo. Entre los más conocidos están el Nocti Vagus, en Berlín; la cadena de los Opaque, en Estados Unidos, y la cadena Dans Le Noir, que tiene presencia en ocho ciudades de Europa y Estados Unidos. Todos comparten elementos comunes: una invitación a quien quiera ponerse en los zapatos de un ciego para promover más empatía, pero también un desafío sensorial a través de la comida.
La Cueva de Rafa prohíbe cualquier elemento que pueda generar luz o un mero destello. Celulares y relojes quedan fuera.
Para algunos, la oscuridad al interior de una cueva puede ser asfixiante. Así lo describe Fernando Bucheli, un arquitecto quiteño que salió a los cinco minutos de haber llegado. Me puse nervioso, tenía la sensación de encierro, claustrofobia. Me sentía desorientado, la angustia era cada vez mayor, relató.
Cuando Gabriel trae el plato fuerte, fracaso al buscar el primer bocado. Primero lo busco con los dedos y luego me golpeo la cara con el tenedor varias veces.
Mientras mastico, trato de imaginar los rostros y cuerpos que corresponden a las voces que se escuchan en otras mesas. Le pregunto a Gabriel si a él también le sucede y me dice que es un ejercicio cotidiano en su vida.
Al salir del sitio veo a una pareja de jóvenes que salen detrás de mí. Son Javier Madera y Gabriela Monroy, de 27 y 26 años respectivamente.
Al inicio tenía miedo, pero luego supe que nunca iba a olvidar lo que ha pasado aquí. Este es otro mundo y además se me declaró. Obviamente le dije que sí, fue una experiencia inolvidable, dijo ella.