Bienalsur cambia espacios públicos en Buenos Aires
BUENOS AIRES (AP) El blanco Palais de Glace de Buenos Aires, considerado el palacio nacional de las artes, ha sido profanado con rayas de colores y tubos de neón envolviendo su fachada.
El responsable es el artista francés Bertrand Ivanoff, cuya obra sobre el Palais se titula Setenta y tres, cuarenta y nueve. Ivanoff buscó darle energía, ritmo y perspectiva al edificio inaugurado a principios del siglo XIX. Su creación mortificó a más de un visitante habitual y también captó la mirada de los transeúntes desprevenidos.
La instalación forma parte de la primera Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de América del Sur (Bienalsur), un proyecto inédito gestado en Buenos Aires que propone romper las fronteras del arte y acercarlo a nuevos públicos.
A diferencia de las bienales con un solo eje temático, Bienalsur dio libre albedrío a los artistas de todo el mundo que buscaban participar en ella. Llegaron más de 2.500 propuestas de 78 países, que fueron depuradas por un equipo de 15 curadores, críticos, teóricos e historiadores hasta elegir los 379 proyectos exhibidos, en los que prevalecen como tópicos la relación del ser humano con la naturaleza y fronteras e inmigración.
La otra marca distintiva de la Bienalsur es que no se limita a un único punto geográfico sino que se realiza en simultáneo en 32 ciudades de 16 países, con Buenos Aires como su kilómetro cero hasta el 18.370 en Tokio, pasando por Uruguay, Paraguay, Chile, Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, México, y Cuba. Así como Ouidah, en Benín, España, Francia y Alemania.
Las obras se exponen desde septiembre hasta diciembre en museos, centros culturales, edificios y espacios públicos. El ingreso es gratuito.
Intentamos crear un circuito cultural que no existe, explicó a The Associated Press Aníbal Jozami, coleccionista y rector de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF), organizadora de la bienal. Estamos intentando crear una nueva globalidad pensada desde el Sur. Que sea una nueva forma de rediseñar el mapa cultural del mundo.
Bienalsur propone cinco líneas de acción, que captan los sentidos, tocan el corazón e invitan a la reflexión. Una de estas líneas es de arte y acción social, la cual se materializa en el trabajo conjunto de artistas con minorías o sectores vulnerables de la población.
El reconocido fotógrafo iraní Reza Deghati, autor de varias portadas de la revista National Geographic, dictó un taller de fotografía a jóvenes de Fuerte Apache y de la Villa 21 y 24, dos zonas marginales de Buenos Aires. Cámara en mano, durante tres meses sus alumnos captaron imágenes de su entorno que se exponen en una plaza céntrica de la capital bajo el título "Voces urbanas".
Una fotografía no cambiará el mundo, pero cambiará a una persona que podría cambiar el mundo, comentó el iraní. Enseñar fotografía, especialmente a niños en campos de refugiados o en barrios muy difíciles como Fuerte Apache no es solo enseñar fotografía sino crear imágenes que hacen la base de una relación entre la gente de la ciudad y ellos. Porque uno tiene miedo de lo que no conoce. Y cuando uno lo conoce no entiende por qué temía a estos niños, a gente que vive una vida distinta a la tuya. Así es como se crea el aislamiento.
En la exposición TURN, el decano de la facultad de Bellas Artes de Tokio Katsuhiko Hibino, con la misma filosofía produjo una docena de obras realizadas por niños autistas y jóvenes adictos a las drogas. También participaron pequeños de San Juan de Miraflores, barrio marginal de Lima, Perú.
Arte en las Fronteras, en tanto, desafió la creatividad en zonas de conflicto como el llamado Triángulo terrestre, que se disputan Chile y Perú. Allí un grupo de artistas plásticos produjeron material que se exhibirá próximamente en Valparaíso y Lima.
Una experiencia similar está prevista para fines de octubre en la ciudad colombiana de Cúcuta, en el transitado paso fronterizo que comparte con Venezuela.
El arte hoy está muy prisionero de los grandes jugadores, un grupo de 20 galerías y 20 curadores que deciden, reflexionó Marlise Ilhesca, asesora internacional de la Bienalsur. Aquí es la primera vez que los artistas fueron libres para proponer temas, soportes, situaciones y espacios, agregó. La falta de costumbre llevó a varios de ellos a preguntar ¿puedo realmente hacer lo que quiera?, según la organizadora.
La argentina Marie Orensanz clavó 12 agujas de relojes de distinto tamaño en un parque de Buenos Aires que interpelan sobre el concepto del tiempo. La brasileña Regina Silveira, por su parte, pintó enormes manos negras sobre la fachada de un centro cultural en el Parque de la Memoria, dedicado a los desaparecidos de la última dictadura militar de Argentina. Y el portugués Pedro Cabrita Reis instaló una enorme viga iluminada en las escalinatas de la Facultad de Derecho, la pretensión es traspasar los límites entre arte y cotidianidad urbana.
Bienalsur también se rebela contra el prohibido tocar las obras en galerías y museos. Take me, Im yours (Tómame, soy tuyo) del francés Christian Boltanski y el alemán Hans Ulrich Olbrist, exhibe elementos de la vida cotidiana, como una pila de ropa, caramelos y hasta botellas de vino, que el visitante puede tocar y llevarse en el Museo de Arte Decorativo.
Por su parte el brasileño Eduardo Srur busca alertar sobre la contaminación de los ríos con dos botellas gigantes de plástico que flotan en el Riachuelo, una desembocadura del río Matanza que tiene fama mundial por sus altos niveles de contaminación.
Este ejercicio de cambiar las reglas del arte permitió descubrir que este mundo es autónomo. Los artistas cuando salen de las casillas del mercado o de la elite de los curadores pueden sorprender al mundo, reflexionó Ilhesca.