Sismo apaga la vida nocturna de barrio en capital mexicana
CIUDAD DE MÉXICO (AP) Cada viernes por la noche, los restaurantes y bares del elegante barrio de La Condesa, en la capital mexicana suelen verse llenos a rebosar de gente joven. Sin embargo, la zona mostró un tono sombrío en el primer fin de semana desde el terremoto de magnitud 7,1 que derribó edificios a apenas unas cuadras de distancia.
En vez de multitudes reunidas tomando cerveza, unos puñados de socorristas aún vestidos con sus chalecos reflectantes, tomaban turnos para descansar de su tarea de limpiar escombros.
Había restaurantes con mesas cubiertas de manteles de lino blanco totalmente vacíos. Cortinas de metal mantenían cerrados otros negocios.
Mariana Aguilar, de 27 años, mesera en un bar y restaurante que estaba esperando que llegara gente, dijo que el lugar parecía muerto y que siempre había caminado por el área pero que nunca se había imaginado que lo vería así de desolado.
La Condesa, un vecindario de la Ciudad de México popular entre la clase media, fue una de las áreas más afectadas por el terremoto que dejó al menos 295 muertos en todo el país. Más de media decena de inmuebles se derrumbaron a unas cuantas cuadras de distancia.
Los pocos residentes de La Condesa que salieron el viernes por la noche dijeron que querían despejarse luego de un angustiante estrés de la semana.
El ingeniero Israel Escamilla dijo que la ciudad todavía estaba muy tensa. Mientras tomaba un refresco de un vaso de plástico en un restaurante vacío, Escamilla dijo que como buenos mexicanos, debían seguir apoyando tanto como sea posible.
Mientras las operaciones de rescate iniciaban su quinto día, los residentes de toda la ciudad se aferraban a la esperanza de que se encuentre con vida a decenas de personas aún desaparecidas. Más de la mitad de los muertos del sismo _157_ perecieron en la capital, mientras que otros 73 fallecieron en el estado de Morelos, 45 en el de Puebla, 13 en el Estado de México, seis en el estado de Guerrero y uno en el estado de Oaxaca.
En un tramo de unos 18 metros (60 pies) de una ciclovía en el centro de Ciudad de México, varias familias se refugiaban bajo lonas y mantas donadas, esperando recibir noticias de sus seres queridos atrapados en el montón de escombros que había a su espalda, y que alcanzaba una altura de cuatro pisos.
Hay momentos que siente uno que se desploma, dijo Patricia Fernández Romero, que esperaba a saber qué había sido de su hijo de 27 años. Hay momentos en que está uno un poquito más tranquila... pero no. Son momentos que no se les desean a nadie.
A lo largo del carril para bicicletas, donde las familias aceptan comida y café de extraños, hay gente que se ha organizado para presentarse como un frente unido ante las autoridades, a quienes presionan incesantemente para recibir información.
A algunos les dijeron que en algún momento pasaron agua y comida a quienes estaban atrapados. El viernes por la mañana, después de horas de inactividad por la lluvia, los rescatistas se preparaban para reanudar operaciones, apoyados por personal enviado desde Japón e Israel.
Fernández dijo que los funcionarios les dijeron que sabían que había personas atrapadas en el cuarto piso.
Son esos los momentos en que las familias se sienten más atormentadas.
Es que llega un momento en que una se siente tan tensa, o cuando tardan en salir a darnos información, dijo. Es más desesperante.
Al paso de las horas se acerca el momento de reemplazar a los rescatistas por excavadoras para despejar escombros, pero las autoridades sostienen que todavía se está en una operación de rescate.
El coordinador nacional de Protección Civil, Luis Felipe Puente, reconoció que las topadoras empezaban a alzar escombros de edificios donde no se había detectado la presencia de personas o donde las montañas de ladrillos y hierros parecían a punto de derrumbarse sobre edificios vecinos.
La aflicción de varios días pesaba fuertemente sobre los socorristas y los residentes por igual. Varios de ellos que se reunieron el viernes por la noche en La Condesa dijeron que era difícil dejar de pensar en los recuerdos del terremoto y las preocupaciones por los vecinos y las víctimas.
Dionicio Peláez, de 57 años, propietario de una tienda de bicicletas y que ha ayudado a reunir donaciones, jugaba al billar con una decena de hombres en un restaurante en su mayoría vacío. Dijo que muchos de sus vecinos habían perdido sus apartamentos y que habían salido a distraerse.
El local suele estar lleno todo el fin de semana, señaló, pero el viernes seguía vacío.