Los jóvenes, núcleo del voluntariado tras sismo en México
CIUDAD DE MÉXICO (AP) scar Rangel no tiene una pala y habitualmente trabaja sentado frente a una computadora en la que compila bases de datos. Pero cuando el sismo de magnitud 7,1 sacudió esta semana el centro de México, fue uno de los primeros que acudieron a un edificio derrumbado cerca de su casa para cavar y buscar sobrevivientes.
En los dos días posteriores al devastador terremoto, Rangel, de 20 años, y otros jóvenes mexicanos han buscado víctimas entre los escombros de cuatro inmuebles en o cerca de la Ciudad de México, provistos con equipo para la construcción recientemente adquirido.
Más que nada, el hecho de querer ayudar, aportar algo como mexicanos, en lo que se pueda, es lo que nos motivó a salir, afirmó Rangel.
El número de mexicanos deseosos de ayudar tras el terremoto ha sido tan grande que algunos centros de donación y albergues han rechazado a muchos voluntarios.
Y lo común es que sean jóvenes quienes organizan las pilas de alimentos donados, preparan emparedados y tocan música para animar a los damnificados del sismo.
La mayoría de ellos no vivieron el temblor de 1985 en México que mató a miles de personas y quedó grabado en las mentes de los mexicanos de mayor edad, pero el terremoto del martes marcó a las generaciones jóvenes.
Puedo decir que hay mucha gente ayudando, pero nos estamos dando cuenta como jóvenes que ahorita se necesita toda nuestra fuerza, toda nuestra juventud, dijo Daniela Flores, de 31 años, que dirige un refugio cercano a un número de inmuebles derrumbados.
En muchas partes de la Ciudad de México hay letreros pegados en puertas e inmuebles para indicar a la gente dónde hay centros de acopio en los que se reciben alimentos, medicinas y botellas de agua. En ellos, hay grupos de voluntarios jóvenes formando filas para pasarse unos a otros los artículos que llegan en camiones. Otros preparan decenas de emparedados para enviarlos con rapidez a las víctimas y los voluntarios que trabajan entre las ruinas.
El terremoto ocurrió en la tarde, cuando muchos de los jóvenes que ahora se han ofrecido de voluntarios estaban en sus trabajos: Rangel compilaba una base de datos para su iglesia. Mariana Malinalli, de 26 años, daba clases a sus alumnos. Daniela Espíndola, de 20, vendía perfumes en un centro comercial.
Todos ellos salieron corriendo de los inmuebles que se remecían durante el temblor. Llamaron para ver cómo estaban los miembros de sus familias y verificaron que sus casas estuvieran de pie.
Pero pronto, muchos comenzaron a sentir un tipo distinto de angustia: presenciaron la devastación y querían ayudar de alguna manera, aunque no todos sabían cómo exactamente.
Algunos de los primeros intentos para organizar voluntarios aparecieron en Facebook. Algunas brigadas de ayuda fueron creadas mediante grupos de mensajes de WhatsApp.
Otras personas, como Rangel, llegaron por su cuenta a los lugares donde se había derrumbado algún inmueble.
Rangel no logró comunicarse por celular con sus amigos pero se los encontró después cuando todos hacían labores de búsqueda entre los escombros.
"Van dos noches que no llego a mi casa porque hemos estado acá trabajando, hasta ahorita, agregó.
Los cuatro inmuebles caídos donde él y sus amigos de varias iglesias cristianas ayudaban a levantar escombros pesados incluyen una fábrica textil donde se reportan decenas de trabajadores desaparecidos.
Rangel dijo que mientras buscaba entre los escombros pudo escuchar personas debajo del concreto derrumbado, situación que lo animó a continuar trabajando a pesar del cansancio.
"Ando en una oficina todo el día. Nada que ver con lo que hago en el trabajo, agregó.
Otros han aprovechado las habilidades aprendidas en sus jóvenes carreras: Malinalli canta y toca música tradicional colombiana y mexicana acompañada de un acordeón con un grupo conformado por mujeres.
Malinalli decidió ir a albergues y tocar música para familias a fin de que tuvieran un momento de distracción.
El miércoles, varios niños damnificados bailaban al ritmo que tocaba el grupo musical femenino.
Pienso que es muy importante tener momentos de descarga. Y la música es muy sanadora, agregó.
Muchos de los voluntarios jóvenes tienen sus nombres, un número telefónico de contacto y su tipo de sangre escritos en el antebrazo por si acaso laboran cerca de inmuebles cuyo estado aún sea peligroso.
Janet Amairani, de 23 años, que estudió psicología, se presentó el miércoles en un albergue para consolar a víctimas. Dijo que le pareció sensato escribirse en la piel su nombre con un marcador negro permanente.
"Te expones a muchas cosas, más en este tipo de situaciones. Tal vez puedes estar corriendo peligro tratando de ayudar, pero si ayudas vale la pena, apuntó.