Uruguay analiza el destino de polémica águila nazi
Luego de once años de negativas, dudas y litigios judiciales, el gobierno uruguayo discute el destino de una escultura nazi que aun despierta opiniones contrastantes
Es una escultura construida por la Alemania nazi y Uruguay no sabe qué hacer con ella: un águila rampante, de bronce macizo, de dos metros de alto y 2,80 de envergadura, que mira hacia el frente, tiene sus alas desplegadas, sus plumas marcadas como si fueran una coraza y en sus garras lleva una corona de laureles y una esvástica.
El águila, símbolo del régimen de Adolf Hitler, fue el mascarón de popa del acorazado de bolsillo Graf Spee, orgullo de la marina nazi, hundido frente a Montevideo en 1939 tras uno de los grandes combates navales de la Segunda Guerra Mundial, la batalla del Río de la Plata. Extraída del fondo del estuario en 2006, su reaparición abrió una caja de Pandora: ¿qué debe hacer Uruguay con ella?
La discusión ha subido y bajado de tono desde entonces. Días después de que un grupo de neonazis hicieran una demostración de fuerza en Charlottesville, Estados Unidos, que le costó la vida a una persona y puso sobre la mesa el peligro del rebrote de esta ideología violenta y racista, el gobierno uruguayo llamó a todos los partidos representados en el parlamento a una reunión para discutir el destino de la escultura, guardada desde hace once años en una base de la Armada.
En la reunión hubo coincidencia en que algo hay que hacer con ella, exhibirla o subastarla, relató Jorge Gandini, diputado del Partido Nacional, uno de los participantes.
El problema es ponerse de acuerdo entre esas dos opciones y con quienes insisten en mantenerla oculta y hasta destruirla.
Cuando el águila fue extraída del Río de la Plata se la exhibió casi dos meses en el hotel Palladium de la capital uruguaya.
Miles fueron a verla. Daniel Chasquetti, politólogo, sintió que la sangre se le helaba: Me invadió toda la carga negativa del nazismo. El exdiputado Julio Aguiar experimentó emociones contradictorias: Es hermosa, pero representa lo peor de lo peor. El contador Milton Dusio le sacó fotos. Juan Carlos Nogueira fue porque es marino y mil veces había leído sobre el Graf Spee.
No hubo ninguna manifestación neonazi durante la exhibición, sostienen sus organizadores. La gente sacaba fotos y muchos recordaban que sus abuelos hablaban de aquella batalla. Hubo gente que vino desde Argentina. Y hasta una universidad inglesa llegó para estudiar unas ondas que emitía el águila, asegura el entonces dueño del hotel, Aldo Lamorte.
Pero los problemas no tardaron en llegar. Alemania reclamó la propiedad del águila y se opuso a su venta. Instituciones judías pidieron que la esvástica fuera cubierta y se tapó con una tela. Hubo problemas con la comisión que rige el patrimonio histórico. Las compañías aseguradoras pedían una fortuna por asegurar la exhibición. Finalmente, el gobierno guardó el águila en la base de los Fusileros Navales, donde lleva más de una década en una caja de madera, sellada y lacrada.
Los empresarios que realizaron el rescate entablaron un litigio contra el Estado porque pretendían venderla. Tras varios años, el pleito se saldó en 2014 cuando la Suprema Corte determinó que el águila pertenece a Uruguay, que puede decidir si venderla o no. Según el fallo, en el contrato que posibilitó el rescate, el Estado dio a los empresarios el 50% de las utilidades de una eventual venta, pero no su propiedad.
Respecto al reclamo alemán, Uruguay siempre lo rechazó.
El canciller Rodolfo Nin Novoa refutó la pretensión germana basada en que los buques de guerra nunca dejan de pertenecer a su país, aunque se hayan hundido. Lo que hay ya no es el barco, sino sus restos, argumentó.
Nin, en cambio, sí comparte la preocupación alemana de que la pieza no se transforme en objeto de culto neonazi.
Gonzalo Reboledo, quien representó a la gobernante coalición de izquierda Frente Amplio en la reunión para analizar el futuro de la escultura, relató que el gobierno se inclina en principio por exhibirla en un museo que dé cuenta de la batalla del Río de la Plata.
Según agregó, otros partidos son más proclives a venderla: Cualquiera sea la situación, tenemos que considerar la sensibilidad de la colectividad judía, del gobierno alemán y del pueblo uruguayo. Hay que hacer las cosas del modo que no haya ninguna sensibilidad herida.
No será fácil encontrar ese punto de acuerdo.
El Comité Central Israelita prefiere que el águila siga oculta o se venda al extranjero. De lo contrario, dijo su presidente, Israel Buszkaniec, temen que trasforme a Uruguay en un punto de peregrinaje de neonazis.
Y Alfredo Etchegaray, uno de los empresarios responsables del rescate, no se opone a que se haga un museo, pero sostiene que aunque el águila no se venda, los inversores deben ser resarcidos por una operación que demandó mucho dinero y trabajo.
La polémica llegó hasta la prensa y las redes sociales.
El expresidente Julio María Sanguinetti (1985-1990, 1995-2000), del Partido Colorado, abogó por conservarla como objeto histórico y exhibirla. Imaginar, como dicen algunos, que su exhibición podría conducir a un cierto culto nazista es bien absurdo cuando se trata, justamente, de lo contrario: de un monumento a su derrota, escribió en un semanario de su partido.
Del otro lado de la trinchera está el experto en patrimonio Manuel Esmoris, quien rechaza que la escultura sea vendida o permanezca en Uruguay por considerarla ajena a su historia. Sugiere fundirla o donarla al Imperial War Museum de Londres: Es un objeto peligroso. La pueden comprar testaferros honorables para luego venderla a los neonazis. No existe otro mercado para esta águila que el vinculado a los neonazis.
Otros argumentan que la Batalla del Río de la Plata sí forma parte de la historia nacional. En Montevideo hay tumbas de marineros ingleses y alemanes. Muchos tripulantes del Graf Spee se quedaron en Uruguay. Carlos Grossmüller, un futbolista que llegó a integrar la selección, es nieto de un cocinero del barco.
Del barco se han ido extrayendo otras piezas. En Sarandí del Yi, 200 kilómetros al norte de la capital, donde estuvieron recluidos marineros alemanes tras la batalla, hay uniformes. En el puerto de Montevideo hay un ancla y el telémetro, un aparato óptico que daba al acorazado una puntería notable. En los jardines del Museo Naval, un cañón extraído en 1997. Dentro se conserva una camilla, uniformes con la esvástica, tornillos, binoculares, un sextante y un instrumento para corregir el tiro de la artillería según el viento. También hay un medallón de medio metro de diámetro que tiene esculpido el perfil de Hitler, su nombre y una esvástica. Aunque también es impactante, pocos lo conocen y nunca generó debate.
El águila, en cambio, enciende pasiones. Julio Aguiar piensa que no hay que exhibirla. Me siento liberal, pero no la dejaría acá. No hace tanto tiempo de la Segunda Guerra, del Holocausto, de 50 millones de personas que murieron por la locura nazi. Uno mira a Estados Unidos y parece una locura que hoy existan grupos nazis. Pero hay y acá también.
Chasquetti, el politólogo al que el águila le heló sangre, quiere exponerla en un museo. Al verla me di cuenta que cada tanto es bueno volver sobre estos temas para tener claro dónde estamos y lo que fuimos capaces de superar como civilización.
El Graf Spee se hundió el 17 de diciembre de 1939, cuatro días después de batirse contra tres cruceros británicos.
Tras la batalla, el acorazado recaló en Montevideo. Luego de poner a salvo a su tripulación, el capitán llevó el barco aguas adentro y lo hundió. Después se suicidó en Buenos Aires.
Una multitud de montevideanos siguió desde la costa el fin del Graf Spee. Casi 80 años después, la historia sigue viva, polémica e inquietante.