Bolivia suma a parteras a lucha contra mortalidad materna
EL ALTO, Bolivia (AP) — A los ocho meses de embarazo, Mariana Limachi acudió a una revisión médica a un hospital de El Alto, Bolivia, pero se le erizó la piel cuando el doctor le dijo que su bebé tenía el cordón umbilical enredado y le harían una cesárea.
Limachi, una mujer aymara de 28 años, no quería que una cirugía la dejara en cama y le impidiera trabajar, así que optó por seguir con una tradición entre las mujeres indígenas de su país: recurrir a una partera.
La partería se ha practicado desde hace miles de años y aún es común en varios países del mundo. Por décadas parecía que las personas capacitadas para atender partos escaseaban y esto afectó sobre todo a naciones pobres, por lo que el papel de las parteras ganó relevancia y recientemente Bolivia se sumó a los esfuerzos internacionales por acercar a estas mujeres a la comunidad médica de su país para capacitarlas y reducir riesgos en los partos.
En Bolivia más de la mitad de los habitantes tiene origen indígena —en su mayoría quechuas y aymaras— por lo que las parteras son parte fundamental de la medicina tradicional y su práctica está muy arraigada en la zona rural. De hecho, muchas mujeres consideran a las parteras como miembros de su familia y les llaman “tías”.
La “tía” que recibió al bebé de Mariana Limachi se llama Ana Choque. A sus 58 años, es una mujer bajita de ojos rasgados, trenzas y manos pequeñas y arrugadas.
Unas semanas después de su visita al hospital, Limachi dio a luz a su primogénito —Abraham— con ayuda de Choque en un cuarto de ladrillo y lámina, para lo que sólo necesitó aceite de girasol, servilletas de papel, hojas de coca y un trapo blanco.
“¿Está bien?”, preguntó Limachi cuando nació su bebé pero no lo escuchó llorar.
Desde donde estaba no veía nada, sólo unas lágrimas en el rostro de su esposo. Mientras tanto, Choque se afanaba en algo más: con el bebé en brazos, tomó el cordón umbilical y lo desenredó de su cuello, le frotó el pecho con las manos y tras una palmada en su pequeño trasero, la criatura lanzó un llanto que rompió la tensión.
Las mujeres bolivianas que como Limachi prefieren alumbrar en casa suelen descartar los hospitales por tradición familiar y cultural. Algunas de ellas temen quedarse imposibilitadas de trabajar tras una cesárea o simplemente no están habituadas a la sala fría de un sanatorio ni a personal médico ajeno a su entorno.
El viceministro de Medicina Tradicional de Bolivia, Germán Mamani, dijo a The Associated Press que es difícil terminar con la tradición de las parteras en el país, sobre todo en el área rural. De ahí que las autoridades hayan decidido acercarse a ellas y aprovechar sus conocimientos para intentar reducir la mortalidad materna.
Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), éste es el tercer país en encabezar las cifras de muertes por esta causa en el continente detrás de Haití y Guyana.
Respaldado por el presidente Evo Morales, el Ministerio de Salud capacita actualmente a 500 parteras con técnicas para propiciar mayor número de partos seguros. Veintidós de ellas ya tienen registro para atender a mujeres en hospitales y preparar a nuevas generaciones, ya que el gobierno las considera unas aliadas naturales en su estrategia para luchar contra la mortalidad materna en Bolivia.
El programa del Ministerio —que cuenta con apoyo económico del gobierno y de Naciones Unidas— inició oficialmente en 2013 tras la promulgación de una ley que reconoce la medicina tradicional e incluye a las parteras. La capacitación contempla qué hacer ante situaciones de emergencia, como desinfectar heridas y preparar a las mujeres en caso de que deban ser trasladadas a un hospital desde zonas rurales si —por ejemplo— no cesa una hemorragia.
Ana Choque —una de las parteras reconocidas por el ministerio de Salud boliviano— no aprendió su oficio de libros ni médicos, sino de su abuela. Cuando tenía 15 años, cuenta, la acompañó por primera vez a un parto y le pidió que la ayudara. “Vi el milagro de la vida y eso me volvió partera”. A la fecha, tras cuatro décadas de experiencia, se precia de haber traído al mundo a 3.000 bebés.
Mariana Limachi llegó hasta ella tras llorar desconsolada en el local donde vende vasos y platos desechables luego de escuchar que podrían practicarle una cesárea para dar a luz. De trenzas negras, manos pequeñas y voz tímida, platica que no sabía qué hacer, pero entonces una de sus clientas le recomendó buscar a Choque.
A principios de junio, la partera la visitó por primera vez y le dio unos masajes para acomodar al bebé y prepararlo para el parto. Tres días después, en la madrugada del día seis, entró en labor, pero Choque sabía que pasarían varias horas antes del nacimiento.
En una de las camas sin tender, al fondo del cuarto con platos y ropada regada por el piso, Limachi esperaba. Junto a ella estaba Wilder Chambi, su marido. Casi 12 horas después, las contracciones empezaron a repetirse cada dos minutos. “¡Tía, me duele, ya no puedo más!”, gritaba pese al cansancio que mostraba su cara pálida y ojerosa. Entonces la partera sacó del bolsillo de su mandil una bolsa con hojas de coca y le dijo que las masticara. “Esto te dará fuerza”.
Minutos después, Limachi pareció dejar de sentir el dolor que la rasgaba por dentro y su bebé nació. Aunque por unos segundos el silencio llenó la habitación, el llanto de Abraham rompió con la angustia momentánea. Hijo y madre estaban bien.
“Ellas salvan vidas. Podríamos reducir la causa de muertes maternas en el domicilio si ellas llegan a los domicilios y hacen su trabajo de manera correcta”, dijo a la AP el representante de la OMS en Bolivia, Fernando Leanes.
Desde finales de la década de 1980, la OMS considera que la partería capacitada es una alternativa para prevenir la mortandad materna y prenatal. La organización reconoce el trabajo de las parteras en 73 países, incluidos Bolivia y otros del continente como México, Guatemala y Colombia.
Una investigación del Ministerio de Salud boliviano de 2011, la más reciente, señaló que del total de muertes maternas, el mayor porcentaje (42%) ocurre en las viviendas y entre las principales causas de fallecimientos están las hemorragias graves, infecciones tras el parto y complicaciones al momento de dar a luz. Asimismo, destaca que las mujeres son atendidas por personal no calificado como sus esposos u otros familiares. Por eso expertos y autoridades destacan la importancia de que quienes asistan un parto en los hogares estén capacitados.
Leanes, el representante de la OMS, dijo que para la organización Bolivia es uno de los países que más avances han tenido en vincular el conocimiento indígena ancestral con la medicina occidental para contribuir a la lucha contra la mortalidad materna. Agregó, sin embargo, que eso deberá corroborarse cuando se actualicen los datos oficiales.
Bolivia ha dedicado años a tratar de convencer a las mujeres sobre la necesidad de acudir a los centros de salud para los cuidados pre y posnatales, además de dar a luz en algún hospital. En 2009, incluso, implementó un bono de 247 dólares al año para estimular a las embarazadas a que lo hicieran, pero las autoridades no vieron un cambio.
Para algunos, la razón está en que los hospitales y centros del sistema de salud boliviano suelen carecer de camas, medicinas y personal, lo que no los vuelve atractivos para las mujeres. “A la gente no se le da una mejor opción o mejores condiciones en los centros de salud”, dijo a la AP Luis Larrea, presidente del Colegio Médico. “Llegas a un centro de salud y no hay garantía que puedan resolver los partos complicados”.
De hecho, el estudio de 2011 del gobierno encontró que el segundo lugar con el mayor porcentaje de muertes maternas (37%) eran los hospitales.
Sin embargo, una de las funciones actuales de las parteras capacitadas es convencer a las mujeres de ir al hospital después de dar a luz para que doctores revisen a sus bebés y a ellas mismas. Choque lo hizo con Limachi, aunque ésta no fue sino hasta 21 días después de dar a luz.
Aunque la propia Choque la regañó por no haber hecho sus controles prenatales y no alimentarse bien, Limachi no deja de agradecer a su partera.
“La tía Ana ha sido un ángel que ha llegado a salvarnos”, dice