El país disfrazado
"Mucha gente en este país ha pagado un precio antes de mí, y muchos pagarán el precio después de mí".
Nelson Mandela
La ola de cambios de modelos de gobierno por la que la pujan ahora mismo los pueblos de nuestra América latina, la vulneración de los sistemas democráticos, la represión, la falta de libertades, las convulsiones sociales, los altos índices de corrupción que han enriquecido a las élites políticas en el ejercicio amañado del poder y el avance desenfrenado de la pobreza extrema, son entre otros, no menos importantes, los flagelos que como una cruz al hombro se nos obliga a cargar a los ciudadanos de los países con gobiernos totalitarios y corruptos. El caso de Nicaragua sin embargo, merece todo un análisis a profundidad, pues quienes detentan el poder ejercen como política de Estado, el cinismo.
Nicaragua es un país disfrazado de colores para ocultar el gris de nuestra desventurada realidad. Aquí se pregona la alegría desde el ínfimo anillo de poder de la dinastía Ortega Murillo, pero se respira la tristeza, el hambre, la desilusión, la falta de oportunidades y una sensación enfermiza de resignación ante un modelo de gobierno corrupto, represivo y autoritario. No todos los nicaragüenses comulgan con el orteguismo, no al menos la mayoría, aunque Daniel Ortega y su mujer pagan encuestas para "asegurarse" altos porcentajes de aceptación a su gestión política. Aquí la Justicia y el Derecho se aplican a la medida de la voluntad de los poderosos, en Nicaragua han "convertido" cocaína en talco para liberar a un traficante, y un caso de legítima defensa lo juzgaron como crimen.
La complicidad manifiesta de la dinastía Ortega Murillo en Nicaragua con el genocida régimen de Nicolás Maduro en Venezuela va más allá de la oscura negociación petrolera del orteguismo con Caracas. Se sabe que el principal asesor del dictador venezolano es el mismo Daniel Ortega, de ahí que no sea una coincidencia el surrealismo de los dictadores, mientras en la aguerrida Venezuela se libra una cruenta lucha del pueblo en la calle por restituir el orden democrático y reconstruir la república arrasada por el narco gobierno de Maduro, en Nicaragua, se trata de vender la idea de estar viviendo un proceso electoral municipal con las dimensiones de una apoteósica fiesta cívica, cuando en realidad los resultados están listos y computados solo a la espera de la fecha para anunciarlos.
En Venezuela como en Nicaragua la labor de la OEA merece nuestro reconocimiento, la estrategia es compleja pero efectiva, en Venezuela no le dio tiempo a la tiranía de disfrazar la situación dada la combativa actitud del pueblo, en Nicaragua sin embargo, el pueblo parece apático al reclamo de sus derechos, situación que el régimen ha sabido aprovechar para vender la idea de un país monolítico, alegre, próspero, seguro y en paz. Vivir en un país disfrazado es trágico, el 90% de los medios de comunicación pertenecen al régimen, la policía está sujeta a la voluntad de la dinastía, la política está judicializada, los derechos humanos se vulneran sin consecuencia legal para los violadores de estos.
En este país disfrazado de prosperidad, el costo por disentir con el régimen o de señalar actos de corrupción y de autoritarismo se paga bien caro, una suerte de muerte civil nos aqueja a los que osamos defender nuestros derechos, las puertas se cierran en nuestras narices, la búsqueda de justicia nunca nos favorece aun y cuando sea evidente nuestro reclamo. Yo vivo en Nicaragua un país disfrazado de risas para ensordecer el desgarrador llanto de los excluidos, vivo en un país disfrazado de fiesta para disimular el luto del pueblo al que se le arrebató la democracia y la institucionalidad, vivo en un país disfrazado de oportunidades a pesar de que los niveles de pobreza extrema y desproporcionada distribución de la riqueza se evidencian en el día a día de nuestras calles entre el hambre y el bozal.