Los camareros intentamos despertar temprano, vivir el día normal como cualquier ciudadano. Aprovechar la mañana para desayunar, pasear el perro y hasta de hacer un polvo mañanero. Vivir la tarde para ir al parque, correr, ver una película y prender un cigarro antes de ir al trabajo. Es imposible hacer cosas normales como lo hacen los habitantes del día.
Nosotros nos convertimos poco a poco en seres de la noche. Las horas de cabeza rigen nuestro mundo. Si tenemos un horario promedio de cinco y media de la tarde hasta las tres de la mañana, sumando un viaje de colectivo a casa de media hora más, eso quiere decir que vamos durmiendo todos los días a la cinco de la mañana. Entonces para dormir las ocho horas mínimo nos levantaríamos a la una de la tarde, ya para entonces hemos perdido la mitad de un día.
No del todo es malo, a veces al salir del bar se arman las mejores fiestas. Se unen los vampiros para apoderarse de la calle, que a las horas de nuestras salidas del trabajo se encuentran más solitaria que nunca. Los camareros se quitan las mascaras de sirviente y por un segundo se arman el verdadero caos. Los mejores tragos son servidos en sus vasos, una señal de rebeldía frente a la noche, finalmente llega la hora de burlarse de los clientes que sin importar raza o color todos se han comportado como burgueses de las más bajas categorías. Cuando cierra el bar y decidimos realizar fiesta : "LAS CALLES SIMPLEMENTE SON NUESTRAS."
Es imposible poder transitar el día, vivimos siempre una fiesta a la cual no fuimos invitados. Por lo tanto bajo el sol solo nos toca respirar la resaca, dormimos producto de la resaca de los millones de platos levantados, los tragos servidos y las risas hipócrita que tenemos que fabricar cada vez que un cliente se le ocurre un chiste malo. La resaca nos acompaña cuando el sol ilumina el rostro. La noche se va robando todo, es como una droga, porque la locura de la luna te va bajando a un delirio constante que odias y amas al mismo tiempo.
Es falso decir que no extraño vivir en el día, sin embargo la noche siempre me ha permitido ver el verdadero rostro de la ciudad, el verdadero grito de la gente, las verdaderas intenciones de los amantes. La noche trae el final de la jornada de la apariencia, entonces nosotros los camareros por pertenecer a los seres de la noche solemos conocer lo que esconden los que vienen y los que se van de ellas. Somos los cadáveres del día pero en compensación la dinámica del mundo nos permite cabalgar vivos cuando la luna y el sucio asfalto de la ciudad se encuentran.