Entre los múltiples sollozos que inundan Internet hoy en día a causa de la entronización del Dios Emperador Donald Trump, encontré uno que llamó especialmente mi atención. Michelle Meyers lamenta (CNet 20-01-2017) sentidamente que la administración de Trump designe a Ajit Pai como Comisionado Federal de Comunicaciones. La causa del desconsuelo experimentado por Meyers (y otros progresistas) es que Pai prefiere que haya competencia en lugar de regulación en el mercado de las comunicaciones por Internet, de manera que se opone a la «neutralidad» de la red.
Vale la pena aclarar, por supuesto, que «neutralidad» es un eufemismo para decir «control estatal». No se trata de la aldea de los pitufos conviviendo en paz y armonía, sino de Gargamel persiguiéndolos a través del bosque: la «neutralidad» implica intervencionismo, regulaciones, atropellos, burocracia y un sinfín de problemas que repercuten, naturalmente, en un peor servicio para los usuarios finales. Los daños se vuelven invisibles en cierto punto porque resulta inescrutable para uno toda la avalancha de efectos negativos que produce cada regulación del gobierno. Esta, en particular, afecta la productividad de muchos sectores al intervenir la transmisión de datos a través de Internet.
Meyers cree que los datos transmitidos a través de Internet no deben recibir anchos de banda diferenciados de acuerdo con los criterios de las empresas que son dueñas de la señal o de los cables y antenas a través de los cuales esta señal viaja. Como Bender (De Futurama), ella estima que el mundo debe aprender acerca de sus pacíficos medios de vida por la fuerza. Meyers propone, pues, que los dueños de los cables no tengan el derecho de calibrar el tránsito de datos a través de sus propios cables, esto es, que no tengan control sobre su propiedad. Se trata de una propuesta reaccionaria e indignante, propia de regímenes totalitarios que anteponen los fines colectivos a los fines individuales, como hicieron los salvajes fascistas en Eurasia durante el siglo 20mo.
El gobierno de Trump recién empezó y amenaza con un proteccionismo extremo, lo cual por supuesto que inspira desconfianza. Pero el rechazo de la neutralidad de Internet es un aspecto positivo de esta administración y debería ser alabado como una muestra de apertura hacia la libertad individual. Los progresistas parecen no darse cuenta de que sus diferencias con Trump tienen que ver con matices: qué regular y cómo regularlo. Pero no son tan distintos, porque tanto aquellos cuanto este pretenden regular.
Al contrario de lo que desea Meyers, Pai defiende los derechos individuales y favorece la competencia abierta en el mercado de la transmisión de datos a través de Internet. La libertad individual es una pesadilla para los progresistas y Pai representa, por ende, un monstruo oscuro y deforme que les impide cumplir sus fantasías de control estatal y permisos para respirar. Habrá control en otras áreas, pero no de la manera específica que desean los progresistas. ¿Acaso les duele más que haya un control distinto o que no haya control? No estoy seguro de que estén conscientes de la diferencia.
Para los progresistas, pues, cualquier persona que defienda los derechos individuales es una amenaza para la raza humana: más aún si ocupa algún cargo gubernamental. Resulta contradictorio para ellos, en realidad, que este tipo de cargos sea ocupado por personas que desprecian los fines colectivos y favorecen los derechos individuales. Es un hecho que son incompatibles y, por esto mismo, optan por lo fines colectivos y creen que todo el mundo debería llegar a la conclusión de que estos son más importantes que los derechos individuales, aunque no lo son. Por esta razón se escandalizan cada vez que alguien pone en duda este dogma de fe. No creo que sea el caso del gobierno de Trump, pero ellos quieren creer que es así para construir su inflamable hombre de paja.
Lo escandaloso de la designación de Pai es que defiende los derechos individuales en lugar de favorecer los fines colectivos (si bien sabemos que la defensa de los derechos individuales siempre termina favoreciendo más a los fines colectivos que cualquier otra estrategia). Tiene que ser, por lo tanto, detenido cuanto antes y reemplazado con alguien que favorezca el intervencionismo estatal: así evitaremos el pernicioso desarrollo que mejorará nuestras condiciones de vida en el futuro, como lo ha venido haciendo durante los últimos doscientos años.