Un hombre sin fe
"Puesto que para tener una visión negra del mundo hay que haber creído antes en él y en sus posibilidades. Y todavía resulta más curioso y paradojal que los pesimistas, una vez que resultaron desilusionados, no son constantes y sistemáticamente desesperanzados, sino que, en cierto modo, parecen dispuestos a renovar su esperanza a cada instante aunque lo disimulen debajo de su negra envoltura de amargados universales, en virtud de una suerte de pudor metafísico; como si el pesimismo, para mantenerse fuerte y siempre vigoroso, necesitase de vez en cuando un nuevo impulso producido por una nueva y brutal desilusión". Ernesto Sábato
Siento un pequeño cosquilleo en el ápice de mi dedo índice, un insecto desciende por las yemas de mis dedos, dirigiéndose a la palma de mi mano, lo que para mí es una pulgada, para el pequeño invertebrado la distancia del punto A al punto B es una distancia kilométrica, dejo que recorra mi mano mientras lo observo: así que así se debe sentir Dios, observar desde un plano cenital lo simple que es un vida, inferior, indefenso, sumiso si se quiere, incluso ignorando que es observado por alguien que podría finalizar con su vida en cuestión de segundos con un simple mover de un dedo.
Camino mientras el pequeño insecto recorre mi cuerpo, el sopor cae sobre mí como el el sol cae tras los edificios, no quiero ir a casa, desorientado, paradójicamente termino frente a una iglesia, esa que critico cada que puedo, esa misma en la que dejé de creer hace mucho, casi como si Don Quijote de la Mancha se parara frente a un molino de viento y en lugar de embestirlo con su lanza se detuviera a admirar la belleza de sus aspas, así pues ingresó a mi molino personal, de forma hipócrita y descarada.
Se viene a mi mente una frase en particular de una conversación pasada:
- No pierdas la fe.
En aquel momento guardé silencio, porque no tengo fe que perder, soy un hombre sin fe, y a pesar de eso le muestro al mundo mi mejor rostro, el mundo te puede tener agarrado del cuello mientras tus pies se sacuden y tu cabeza suplica por oxígeno, pero tú seguiras allí, sonriendole al maldito bastardo , un hombre sin fe, pero con esperanza ¿Eso cuenta?.
Cruzo el umbral de la casa de Dios. A pesar de mi posición incrédula, las iglesias siempre me han parecido lugares atractivos claro que esta vez hablo de las iglesias desde un punto de vista arquitectónico, no teológico, son atemporales, silenciosas y son uno de los pocos lugares que en la actualidad en la que aún existe un ámbito de respeto.
Los confesionarios siempre me han parecido invenciones curiosas, no puedo evitar pensar en una línea caliente, a fin de cuentas, tras un confesionario se oculta una voz desconocida que aguarda al otro lado, preparada para escuchar nuestros más oscuros secretos, tal como lo haría una operadora erótica en el primer caso.
El sacerdote aguarda en su cubículo, mira su celular, no sé qué clase de páginas pueda seguir un sacerdote, cada pensamiento que cruza por mi mente me hace menos merecedor de estar pisando un lugar sagrado para muchos, me arrodillo y aguardo a que el sacerdote se percate de mi presencia y dé el banderazo de salida. Han pasado 13 años desde mi primera y última confesión, la lista de pecados y faltas debe exceder el crédito celestial que adquirí cuando fui bautizado, intento pensar en mis pecados, en todas las veces que he sido un blasfemo, tal como lo soy ahora al momento de escribir estas líneas, intento recordar cada una de mis fallas...nada, el sacerdote aguarda por mi confesión así que opto por revelarle mi alejamiento de la religión, le hablo de mis dificultades, de una forma superficial, casi como si no fuera mi problema, cuando en realidad quisiera soltarlo todo, mis miedos, mis frustraciones, mis inseguridades, mis demonios, mis fracasos, eso sí sería una auténtica confesión, me quedo en silencio y aguardo a que el sacerdote me responda, su acento lo delata, es probablemente belga o francés, tiene cierta dificultad en encontrar las palabras que busca para transmitir lo que quiere decir, sin embargo lo logra....
Sus palabras finales son cortantes pero directas..."con la mucha o poca fe que le quede....", el resto de la frase se hunde en mi mente, me atraviesa como un cuchillo frío entre mis entrañas, mientras agradezco al religioso por su atención y me levanto.
La penitencia es sencilla, pero antes de cumplirla hay algo más que debo hacer, doy un par de pasos, poso mi mano sobre una banca y con la delicadeza que una madre pone a un bebé en su cuna dejo que el pequeño insecto que me ha acompañado todo el camino se deslice hasta que deja mi mano y pueda seguir con su rumbo, este comienza a caminar sobre la madera y lo veo alejarse poco a poco, pero antes de que pueda avanzar lo suficiente otra persona aparece y propina un manotazo sobre la banca antes de sentarse, aplastando al pequeño insecto y con él a mi renovada fe.
Al final siempre es algo más lo que te destruye.