El respetuoso y el aprovechador
De acuerdo con la observancia que alguien tenga del principio de reciprocidad, podríamos clasificarlo como un respetuoso o como un aprovechador. Porque, de alguna manera, el principio de reciprocidad sirve para medir esto: si acaso una persona respeta a las otras o, por el contrario, se aprovecha de ellas. Este principio consiste en una aplicación personal de la isonomía: tratar a los otros como nuestros iguales o, en otras palabras, como nosotros quisiéramos ser tratados. Este es el fundamento de la premisa (6) propuesta por Alan Gewirth en «The Epistemology of Human Rights» (Social Philosophy and Policy 1[2], 1984: 15), según la cual todas las otras personas deben abstenerse de quitar u obstruir mi libertad y mi bienestar.
La importancia de este principio de reciprocidad radica, pues, en que evitemos transgredir el principio de no agresión, atropellando algún derecho de otra persona. La conducta del aprovechador puede no resultar lesiva a todo evento o con todas las personas, pero es significativa. Si conocemos, por ejemplo, a alguien que personalmente nos trata bien y cumple con los acuerdos que toma con nosotros, pero es infiel con su cónyuge y les miente a otras personas; tendremos elementos suficientes para juzgar que esta persona no respeta el principio de reciprocidad y es un vulnerador latente del principio de no agresión. Se trata de alguien que está en el mismo escalafón moral que un ladrón o que un asesino.
Por supuesto, alguien respetuoso no tiene la obligación de corregir a un aprovechador, pero es probable que tienda a hacerlo para protegerse tanto a sí mismo como a los demás de las potenciales transgresiones en que incurriría el aprovechador. También es posible que el respetuoso simplemente se aleje del aprovechador para evitar ese mismo escenario.
Una situación óptima sería aquella en que todos actúan como hombres respetuosos y nadie como aprovechador. Pero la forma de alcanzar esta meta resulta misteriosa. Dependiendo de cada individuo, algunos aprovechadores se avergonzarán cuando sean encarados por sus transgresiones contra el principio de reciprocidad, mientras que otros reaccionarán con indiferencia. No imagino, sin embargo, una manera más efectiva de corregir la conducta de ellos: mostrándoles que no se corresponde con un comportamiento correcto y explicándoles que implica una transgresión de un principio moral universal. También resulta útil mostrarles las contradicciones entre sus comportamientos transgresores y sus comportamientos no transgresores.
Me siento como alguien respetuoso y quiero que mis amigos también lo sean, así que los corrijo cuando me parece que incurren en algún comportamiento indebido. No siempre es fácil, pero sé que es necesario. Obviamente, a mí no me afecta de forma directa que alguno se vaya a un motel en La Pintana la noche del Jueves Santo mientras su esposa participa de la Vigilia Pascual; pero sé que este comportamiento corresponde al perfil del aprovechador: alguien que no respeta los contratos a causa de que no considera a las otras personas como sus iguales y podría, en cualquier minuto, transgredir el principio de no agresión vulnerando los derechos de un tercero (de cualquiera).
No es la obligación del respetuoso corregir al aprovechador, pero este mundo no se hará ni un poco mejor si no los corregimos o si, aún peor, decidimos volvernos como ellos con la excusa de que abandonen su comportamiento inmoral.