Bukowski; Memorias de un cuaderno manchado de vino
Estaba sentado en uno de aquellos bancos de piedra cuando mi amigo Baldy me preguntó: "¿vas a alistarte en la brigada Abraham Lincoln?" "claro", contesté yo. Pero, al darme cuenta de que yo no era un idealista político ni un intelectual renegué de aquella decisión más tarde. Yo era un lector entonces que iba de una sala a otra: literatura, filosofía, religión, incluso medicina y geología. (...) Entretanto, mientras otros iban a la caza de damas, yo iba a la caza de viejos libros, era un bibliófilo, aunque desencantado, y eso y el mundo configuraron mi carácter. El incendio de un sueño - Charles Bukowski.
El oficio del escritor nunca suele ser fácil. El acto de escribir requiere de una afinación de los sentidos y una afinidad con las letras cercana a la obsesión. Se debe a veces no ser bueno en ninguna otra cosa más que en escribir, se debe experimentar la vida a tal punto y de tal modo que la tinta que fluye del bolígrafo contenga apuntes de la realidad del autor que muchas veces nos negamos a aceptar, a describir, a contar. Alejándonos del mito del "genio", y de aquella premisa cristiana de la extrema pobreza como mayor virtud, siempre he pensado que los escritores, los poetas, los dramaturgos, los artistas de las letras que más se acercan a esas verdades son los que las sufren en vida, los pobres, los malditos, los suicidas y los locos. Un escritor que escribe por encargo, que basa la escritura en fama y honor, no deja de ser bueno en su labor, sin embargo no llega a ese vértice, a ese límite, a ese vórtice circunstancial entre la belleza opaca de la vida y la desilusión inmensa y melancólica de vivir, y es ahí donde nace la escritura.
Heinrich Karl Bukowski nació el 16 de agosto de 1920 en una antigua ciudad alemana. Hijo de madre alemana y padre estadounidense terminó en los Estados Unidos y allí vivió toda su vida. Trabajó en múltiples oficios y se jactó siempre de escribir su primer poema a las sus 30 años. Murió a los 73 el 19 de marzo de 1994. Pero bueno, dejémosle las biografías a Wikipedia, hablemos de su prolífica obra. Novelas, cuentos, poemas, relatos cortos, correspondencia y mundo de cosas más. La obra de Charles Bukowski es tan extensa como exquisita. Ese realismo sucio, un estilo único y original que desarrolló en vida y que fue copiado por multitud de escritores mediocres, es la clara semblanza de un país destrozado lleno de prostitutas, sexo sucio, infidelidades, racismo, nacionalismo extremo, doble moral y todos estos detallitos que adornan la cultura norteamericana. Hank, como sus amigos le decían, basó su obra en el alcohol y la literatura, al igual que su vida.
¿Qué diferenciaba a Bukowski de cualquier otro ordinario borracho de Los Ángeles? La lectura. Él se refugió en autores como Céline, Poun, Hamsum, Dostoievsky, Mayakovsky, Hemingway, Chatterton, Crane, Harry Crosby, Lorca, Gógol entre otros. Leyó los clásicos, estudió los libros, fue un bibliófilo acérrimo y no creo que además de beber y tener buen sexo disfrutara una cosa más que la lectura. Después de todo, como decía Borges, uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído, y esto sucedió con Hank. Más allá de lo que algunos consideraron un "lenguaje burdo" estaba la estampa de muchos autores que dieron vida y esperanza a este hombre para que se decidiera por escribir.
Bukowski era feo, tan feo que era un tipo guapo. Él es la viva estampa de aquel refrán que dice: "Los lindos se vuelven feos cuando los vives. Los feos se vuelven interesantes cuando los bebes. Cicatrices, causa del acné juvenil, cubrían su rostro. Una barba insípida poblaba los huequitos de la juventud en sus mejillas, su rostro de facciones fuertemente marcadas lucia siempre serio, pero aun así era un Don Juan. Las mujeres fueron una parte importante de su vida, se casó dos veces y convivió con varias chicas, llegando inclusive a tener una hija. Cuando comenzó a escribir las mujeres llegaban solas a su casa, las groupies de un rock star underground. Como buen rock star, las mujeres rechazadas fueron pocas. Esto se ve reflejado en gran parte de su obra, donde las mujeres, el alcohol y la vida cotidiana son el fiel espejo de la sociedad decadente estadounidense. Pero como pasa regularmente, las mujeres no fueren quizá sinónimo de amor. Esto está vivo en sus poemas, como en la antología "El amor es un perro del infierno", uno de sus más de 25 libros publicados de poesía.
¡Hey!, tienes que leer a Bukowski, exclamé de forma cariñosa cierta vez que con cierta chica escuchábamos a Fito Páez cantando "Polaroid de locura ordinaria", canción inspirada en un relato de Hank llamado "La chica más guapa de la ciudad". Lo bueno de Bukowski es que cada vez que se lee algo de él uno lo redescubre. Las novelas como Escritos de un viejo indecente, Mujeres, Pulp, están llenos de una prosa que atrae. Con los poemas se puede sentir la sensibilidad hiriente que un perro del infierno como Hank sentía siempre, y con los relatos y cuentos, uff, dos pasos hacia atrás, respira, metete en el viaje y lee. Relatos como 15 centímetros, Se busca una mujer, Deje de mirarme las tetas señor, la máquina de follar, No hay camino al paraíso y demás son prueba fehaciente de la creatividad de este hombre.
Varios artistas dejaron clara su posición respecto a la influencia de Bukowski en sus obras. Por ejemplo, el cantante de punk argentino Ricky Espinosa escribió la canción "El último vaso de vino" influenciado por un poema de Hank llamado "Libertad". Sean Penn, actor norteamericano, fue íntimo amigo del escritor, y siempre aceptó respetar y verse atraído por el pensamiento de Bukowski. Al igual que estos, muchos otros incorporaron a sus vidas los relatos del borracho maloliente de los ángeles, que llegó a ser conocido más por su estilo de vida que por su propia obra.
Este suele ser quizás el estigma más doloroso frente a los lectores de Bukowski, ya que él mismo se ha convertido en una marca comercial, inherente a personajes esnobs que interpretan su obra no como un ejemplo artístico, con fuertes matices, contradicciones, reflexiones y espejismos de la condición humana, sino como una excusa para valorar sus propios estilos de vida, que imitan una posea clichesuda y bohemia, para camuflar su propia superficialidad, vacío, y alcoholismo sin sentido.
Bukowski no es el hombre, Bukowski son las letras, y es en ellas donde se puede ahondar, leer y vivir la experiencia que el escritor quiso transmitir. El arte necesita ser un conductor, la excusa estética para trasmitir y hacer vivir una experiencia, no una fachada que sirva como excusa para ocultar lo propio, lo personal. Hay que dejar de lado el aspecto viral de su imagen, y volcarnos más a la esencia de sus trabajos, que en sí son la confrontación total al sistema de vida, a los valores, y a la sociedad occidental misma.