La Revolución fue por mucho el evento más trascendental del siglo pasado en México. Los combates se desarrollaron principalmente en los estados del norte del país, y el estado de Morelos. No obstante, algunos eventos se desarrollaron en el centro de la república y, en menor escala, en zonas del sureste.
En el estado de Veracruz, si bien el general Cándido Aguilar desarrolló su campaña en favor del constitucionalismo de Venustiano Carranza, los hechos de armas fueron menos intensos y numerosos que en estados como Chihuahua o Sonora.
La región sureste y costera del país se caracterizó por aportar militantes a los bandos en conflicto, y no tanto por la proliferación de hechos armados.
Con tales propósitos, fueron creados los Batallones Rojos. Los partidarios de Carranza provenían de estratos sociales sumamente dispares, pese a lo cual estaban unidos por el anhelo de aportar al país una nueva era de legalidad y paz. Anarquistas, hacendados, intelectuales, socialistas, agraristas y desertores del villismo y del huertismo, hicieron causa común y tuvieron que enfrentarse a los líderes más radicalizados de la Revolución: Francisco Villa y Emiliano Zapata.
Los primeros se habían convertido, de hecho, en el brazo armado de la Convención de Aguascalientes. En dicha Convención, los principales jefes revolucionarios designaron por mayoría a su Presidente: Eulalio Gutiérrez. Venustiano Carranza, quien había sido reconocido tiempo antes como jefe por todos los bandos revolucionarios, desconoció a la Convención y se erigió en Presidente, quedando los antiguos aliados enfrentado en dos facciones irreconciliables, pese a que en muchas ocasiones su ideario era idéntico.
En cuanto Victoriano Huerta, antiguo general porfirista que usurpaba la Presidencia, fue derrotado y expulsado del poder, los revolucionarios, inevitablemente, se enfrentaron en violentos choques armados.
El Presidente de la Convención y el Presidente de la Constitución vieron chocar violentamente a sus partidarios.
En este contexto fue especialmente importante la labor de convencimiento que Venustiano Carranza hizo entre los obreros textiles, de ideología anarco-sindicalista. En febrero de 1915, los líderes de la Casa del Obrero Mundial, decidieron apoyar al Ejército Constitucionalista.
Es así como Carranza y Obregón obtuvieron el importante apoyo de la clase obrera. Los jefes constitucionalistas prometen leyes que ampararán a los trabajadores. Hay que luchar contra el enemigo, que ahora no es Porfirio Díaz ni Victoriano Huerta, sino los antiguos camaradas: los villistas de la División del Norte.
Fue por ello que los siete mil afiliados de la Casa del Obrero Mundial se enrolan en los Batallones Rojos. Colocan en la región de Orizaba su sede y se entrenan en las cercanías de dicha ciudad veracruzana. Estos milicianos serán movilizados en trenes hacia los frentes del centro y norte de México. Es verdad que la gran habilidad de Obregón como estratega, y su asombrosa buena fortuna, le permitieron obtener la victoria en todos y cada uno de los combates decisivos de la confrontación contra las tropas de Villa; sin embargo, este resonante y decisivo triunfo está fundaenteado en miles de historias anónimas de sufrimiento, sacrificio y muerte.
La gran victoria militar del constitucionalismo exigió que miles de inexpertos obreros sucumbieran violentamente ante la pericia y valor de los villistas, que retrocedían sin dejar de pelear, y causaban al enemigo tantas bajas como les era posible. Estando conformada por peones y vaqueros forjados en el campo, la puntería y eficacia de la división del Norte en la lucha eran proverbiales. En más de una ocasión los muchachos de Villa estuvieron cerca de una victoria definitiva.
Especialmente trágica fue la ordalía del "Batallón Mamá". Era éste un agrupamiento de los Batallones Rojos, el cual se caracterizaba por reclutar soldados muy jóvenes, adolescentes, por lo que los demás milicianos los apodaban burlonamente con el apelativo ya dicho, imaginando que en cuanto comenzasen los disparos se soltarían en gritos y lamentos llamando a sus madres.
Lo cierto es que llegado el momento de pelear contra los soldados villistas, el Batallón fue presa de una implacable lluvia de balas. Los enemigos los emboscaron desde un monte y aquello se convirtió en una carnicería. De nada valió el número ni las armas de los brigadistas. Casi todos fueron ultimados por las certeras balas de sus adversarios.
Pese a todo, la decisión y poderío del Ejército Constitucionalista obligó a Villa a retroceder siempre. Los Batallones Rojos y demás fuerzas constitucionalistas, se iban adueñando de las plazas del Bajío y Sinaloa.
En Colima, la población local llegó a solidarizarse con los milicianos obreros; reconociendo su disciplina y respeto a los civiles. Al término de la guerra fratricida, obsequiaron a los militares con grandes cantidades de víveres y objetos de valor.
De todos modos, los soldados obreros parecían cargar con una maldición implacable. Al llegar en tren a la Ciudad de México, descubrieron con horror que su oficial al mando los había traicionado. El traidor, el coronel Ramón Díaz Velarde, abandonó el convoy y llevó consigo toda la mercadería, que vendió sin dejar dinero alguno a sus ex subordinados.
En la más completa miseria, sin trabajo, sin modo de regresar a su tierra en un país caótico y sin prestaciones sociales muchos ex combatientes cayeron en la indigencia; surgía así una versión nacional y anticipada de los ex combatientes de Vietnam, sólo que estos precursores mexicanos nunca han sido objeto de seguimiento cinematográfico o periodístico. Los pocos sobrevivientes que lograron llegar a la comarca donde una vez tuvieron trabajo y vivienda, se encontraron con dificultades similares a los norteamericanos que décadas más tarde regresarían frustrados del sudeste asiático: la sociedad los rechazaba, los antiguos empleadores les negaban el trabajo, el abandono y la muerte parecían ser su único futuro.
Así pagó la sociedad a quienes creyeron servir a su patria y su clase social luchando contra sus antiguos aliados. ¿Ingratitud social? ¿La maldición de Pancho Villa?