El vallenato antes de los tiempos de Dangond
"Meses después volvió Francisco el hombre, un anciano trotamundos de casi doscientos años que pasaba con frecuencia por Macondo divulgando la canciones compuestas por él mismo. En ellas, Fráncico el hombre relataba con detalles minuciosos las noticias ocurridas en los pueblos de su itinerario, desde Manaure hasta los confines de la ciénaga, de modo que si alguien tenía un recado que mandar o un acontecimiento que divulgar, le pagaba dos centavos para que lo incluyera en su repertorio". Cien años de soledad-Gabriel García Márquez.
La declaración del vallenato como Patrimonio Inmaterial Universal incluido en la lista de Salvaguardia Urgente de la Unesco es una gran alegría para los amantes de la cultura popular y los interesados en las costumbres y tradiciones culturales del pueblo caribe en Colombia. Además de la alegría, un suceso como este nos pone de nuevo frente a dos procesos importantes en nuestro país: la conformación de nuestra identidad como colombianos y la comercialización de la música en tiempos actuales.
Mi lucha con el vallenato, al igual que lo fue hace poco tiempo con Gabriel García Márquez, es que no representa a todo un país; solamente a una de nuestras regiones. Si en el siglo pasado se vendía como insignia nacional el bambuco, que luego corrió del pedestal la cumbia, y ya después el vallenato ¿Por qué un sonido proveniente de la zona costera y norteña del país tiene que representar la identidad colombiana por completo? ¿Qué tienen en común un boyaco, un pastuso, un santandereano, un huilense, un llanero con el vallenato? Siendo nuestra extensión geográfica y cultural tan basta siempre surgen estas preguntas, y así yo no sepa que piensa el boyaco, el pastuso, el santandereano o el huilense yo vengo a defender el género musical de Francisco El Hombre.
Como decía antes tuve varios conflictos con el género, detestando las composiciones de mi generación, es decir, desde Kaleth Morales hasta lo que vende como vallenato Silvestre Dangond. El mismo vallenato que ponen en discotecas, chuzos y metederos tanto finos como baratos para levantar a la gente. Y ni que hablar del vallenato melcocho, esa combinación extravagante entre Camilo Sexto y un acordeón desafinado que manda letras como "El osito dormilón" y más aberraciones que ni quiero mencionar. ¿Cómo no pelear y detestar esa mierda?
Pero hay que ser precavido, no comer entero, y los clásicos llegaron a mí por sí solos. Mis papás, muy del centro del país, muy cachacos como dirían los guajiros, para los que cachaco es todo aquel que no sea costeño, fueron los que me hicieron descubrir algo interesante. Empezaron a sonar nombres como Silvio Brito, Leandro Díaz, Emiliano Zuleta, Alejo Durán, Alfredo Gutiérrez, Lisandro Meza e inclusive el mismo Diomedes Díaz. Confieso que no soy experto, mucho menos me he puesto a escuchar vallenato por mucho tiempo, no hace parte de mi cotidianidad, no es lo que coloco para oír en el bus o cuando estoy parchando, pero aun así hay momentos para oírlo y sé que lo disfruto.
El vallenato tiene una vaina como mística, como salvaje, una armonía que invita a la alegría, al desparpajo, al relajo con el que vive el costeño. Una vaina que lo lleva a uno por el interior del Caribe, por las tierras prehispánicas del pueblo Zenú, por los montes de María y por el paisaje seco y diverso de la zona norte del país. Es algo que se trata de sentimiento y expresión, y esos dos conceptos ya lo elevan a una categoría superior, eso sí, desde que esté bien hecho obviamente.
Aunque una manifestación cultural como esta, que busca unirnos bajo un mismo estandarte, sea una buena oportunidad de construir comunidad, a veces cae más en la disgregación y el odio. Una de las cosas jodidas de ir a la costa es ese regionalismo exacerbado, esas ganas de ser más vivos que el otro, de creerse mejor, de sacarle ventaja a todo y de rechazar y por de bajear al que no sea de mi pueblo, de mi comunidad. Vallenato es solo pa' los costeños no joda' dijo una vez un señor ebrio por ahí en un bar, que defendía que tan noble genero solo podía ser para su propia gente.
Lo bueno es que ya es patrimonio de la humanidad y por eso no debería tener frontera, como toda la música. Si la gente ponía el Gangnam Style en cumpleaños, bautizos y comuniones, no se me haría raro que en mitad de África alguien este oyendo al negrito Alejo. Hay que sacarse esa idea de xenofobia musical entre nosotros mismos, entre nuestras regiones y entre nuestros amigos. Muy seguramente algún costeño va leer esto y va decir que ese corroncho hijuetantas no sabe nada del vallenato, vaya coma monda, y bla bla bla. Otro por ahí de Bogotá o de otra parte dirá que tan corroncho y bla bla bla. Pura mierda. La pobreza mental nos tiene tan cogidos de las bolas que discutimos hasta por pendejadas como esa.
Además que el vallenato guarda historias interesantes. Como la de Francisco el hombre, que se agarró a acordenazos con el diablo y le terminó ganando, al puro estilo de Robert Johnson con su guitarra. (Tal vez por eso es que el vallenato me pega duro, porque tiene su cosa diabólica). O la historia de la canción Alicia Adorada del compositor Juancho Polo Valencia, que se la escribió a su esposa joven cuando la encontró muerta de una rara enfermedad después de llegar de las parrandas en las que andaba. O la canción Matilde Lina del compositor Leandro Díaz, que se la compuso a una Matilde a la que tuvo que insistirle mucho, y que dice "cuando Matilde camina hasta sonríe la sabana". (Muy hijueputa ver la sabana sonreír cuando uno es ciego ¿No?) Y ni que decir de la historia de la canción "La miseria humana", cantada por Lisandro Meza, que si bien no es un vallenato en el sentido estricto de la palabra fue compuesta por un poeta enfermo de lepra, obligado a vivir encerrado y que le compuso versos a una nena, o quizá a muchas, que nunca le quisieron dar nada. Y ni que hablar de Diomedes, personaje que como figura pública y cantante vallenato fue un éxito, sexo, drogas y vallenato, pero que como persona fue una porquería.
Es por eso que, aunque hijo de las tierras de la confederación muisca, amante de la chicha y el guaro, bailador de carranga como de pogo, y fiel seguidor de la cumbia y el black metal, debo admitir que he tomado y cantado con el vallenato. Además que hacerlo en ciertos círculos sociales se ve hasta mal, la gente juzga, le dice a uno fariseo, corroncho, de mal gusto y demás. Pues que triste por esa gente le cuento, porque el día que me deje de emocionar la voz de Alejo Duran, o que me falte un gutural de alguna banda de black metal, ese día estoy jodido. La vida es muy corta como para andar viviendo para otros y encerrándose en un género musical, por eso le digo si está leyendo esto, ¡Arriésguese! ¡Escúchese alguno de los autores que nombré más atrás, y de pronto hasta le quede gustando! Ya sé que no van a dejar de decirme corroncho, yo sé que no voy a dejar de escuchar vallenato cada vez que se me venga en gana, así es la vida.
Por último, y si vamos a hablar del buen uso del acordeón, hay que recordar también la cumbia vallenata, pero eso queda para otro artículo. Aquí les dejo un temita para dejarlos iniciados, para entonar ritmo, o en mi caso para volear mecha a lo que marca a punta de cumbia colombiana.